La política catalana es una fuente inagotable de sorpresas. Lo es en especial por lo que respecta al complejo universo independentista. Instalados desde hace muchos años en una ensoñación permanente, casi siempre confunden sus sueños con la realidad. O intentan que seamos el resto de los mortales, catalanes o no, quienes asumamos como real lo que solo son sus quimeras. Lo peor de la cosa es que hasta ahora han venido convenciendo a un elevado porcentaje de la ciudadanía catalana. Por suerte somos cada vez más los ciudadanos de este país que no nos tragamos sus reiteradas patrañas. Somos muchos los que nos negamos a comulgar con ruedas de molino. Y por fortuna los tribunales de justicia se atienen a la realidad de los hechos y rechazan la simple toma en consideración de unos alegatos con los que pretenden negar no ya la sólida y argumentada base de unas acusaciones bien fundamentadas sino la pura y simple existencia de los acusados.

Ahora resulta que pretenden hacer creer que Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) no existió. O, como mínimo, que no es cierto que el actual Partit Demòcrata Europeu Català (PDECat) sea el heredero directo de CDC. Sí, CDC, aquel partido fundado por Jordi Pujol y un reducido grupo de sus seguidores en el monasterio de Montserrat ya en las postrimerías del franquismo, en 1974, y que durante casi un cuarto de siglo, de abril de 1980 a diciembre de 2003, ocupó en solitario el Gobierno de la Generalitat, siempre bajo la presidencia del mismo Jordi Pujol. Sí, CDC, aquel partido nacionalista que formó coalición con la histórica formacion demócrata-cristiana de Unió Democràtica de Catalunya (UDC), con el nombre de Convergència i Unió (CiU), que durante nada más y nada menos de casi treinta años, de 1978 a 2015, no solo controló todo el poder en la Generalitat y en gran número de municipios, consejos comarcales y diputaciones en Cataluña sino que tuvo una influencia a menudo decisiva en la política española, con los sucesivos gobiernos presididos por Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero.

Pues ahora resulta que CDC no existió. Al menos esto es lo que argumentan los que en puridad deberían asumir su legado, los dirigentes y militantes del actual PDECat. Así se desprende de las declaraciones hechas por el portavoz de este partido, Marc Solsona, en una conferencia de prensa telemática realizada el pasado lunes. “No tenemos nada que ver con CDC”, afirmó sin ningún rubor. Pero los hechos son los hechos. Lo cierto es que el 8 de julio de 2016 CDC dejó de existir, y dos días después se refundó como PDECat. Más claro, el agua. Por mucho que se empeñen en negarlo, los dirigentes y militantes del PDECat son los herederos directos de la extinta CDC.

¿Por qué se empeñan en negar algo tan evidente? Por razones estrictamente económicas. Vamos, por aquello tan conocido de “la pela és la pela”. Porque la reciente sentencia del Tribunal Supremo (TS) sobre el tan conocido “caso Palau” o “caso Millet” no solo ha ratificado las importantes penas de prisión que la Audiencia de Barcelona había impuesto a los principales acusados sino que ha condenado a CDC a devolver los 6,6 millones de euros que dicho partido cobró en comisiones ilegales por adjudicaciones de obras públicas otorgadas, entre otras empresas, a la gran constructora Ferrovial, sirviéndose del entramado societario montado alrededor del Palau de la Música Catalana de Barcelona para que CDC pudiera financiarse de forma irregular.

Lo más chocante es que el actual portavoz del PDECat, Marc Solsona, se haya llegado a convencer a sí mismo de que lleva razón cuando afirma que “desde el principio se quiso involucrar al PDECat en el “caso Palau”, y nunca fue parte investigada ni acusada, ni siquiera se benefició a título lucrativo”. No sé si se trata de un caso de ignorancia, de inocencia o de simple sinvergonzonería, de pura cara dura. Porque en su sentencia el TS ratificó que fue entre los años 1999 y 2009 Ferrovial pagó comisiones a CDC mediante supuestas donaciones altruistas al entramado de entidades, empresas y fundaciones creadas por el Palau de la Música. Es obvio que el actual PDECat no existía entonces, ya que fue creado muchos años después, en julio de 2016. Pero el PDECat nació como refundación de CDC, y como tal debe asumir las responsabilidades heredadas. Le será muy difícil, casi imposible hacerlo. Como tampoco podrá hacer frente a otras muchas previsibles sentencias de otros casos de supuesta financiación irregular de CDC.

CDC arrastra aún importantes deudas con varias entidades financieras, tiene once de sus antiguas sedes a disposición de la justicia, también tiene en curso un preconcurso de acreedores ante un juzgado mercantil, es más que probable que todo ello acabe con la liquidación judicial del partido fundado por Jordi Pujol en 1974. Y sobre todo tiene pendiente el pago de estos 6,6 millones que el TS requiere a CDC. Y ahora resulta que CDC nunca existió… Tendremos que creérnoslo, como una ensoñación más del independentismo catalán.