Nacido el día 28 de diciembre de 1962, festividad de los Santos Inocentes, el abogado, editor y reconocido activista independentista, Quim Torra fue elegido presidente de la Generalitat el día 17 de mayo de 2018. ¡Menuda inocentada! Con ella llevamos viviendo los ciudadanos de Cataluña estos dos últimos años. Dos años y un dia, para ser exactos.

Presidente por accidente, Torra fue designado por su inmediato antecesor en el cargo, el fugado Carles Puigdemont, a pesar de haber sido solo el undécimo candidato de JxCat por la circunscripción provincial de Barcelona. La negativa de ERC de investir al huido Puigdemont, acatando así la resolución dictada por el Tribunal Constitucional, hizo que el hasta entonces simple pero muy activista en varios paridos y organizaciones secesionistas -desde el sector disidente de la democristiana UDC hasta el efímero Reagrupament, una escisión derechista de ERC, amén de ocupar cargos directivos tanto en la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y en Òmnium Cultural (OC), que presidió por poco tiempo- se convirtiera en el nuevo presidente de la Generalitat.

Nadie, ni el propio Torra en alguna de sus ensoñaciones sobre sus referentes políticos preferidos -sobre todo activistas separatistas de los años 30 del siglo pasado, como los tristemente célebres hermanos Miquel y Josep Badia, o Josep Dencàs- hubiese pensado que aquel animoso pero oscuro activista pudiese llegar a ser presidente de la Generalitat. Desde el mismo momento de su elección quedó muy claro que sería solo un delegado o vicario de Puigdemont. Ni tan siquiera se ha atrevido a ocupar el despacho oficial. También dejó claro que no se presentaría a la reelección y que Puigdemont para él seguía siendo el presidente legítimo.

Han pasado ya dos años y un día desde su elección como presidente de la Generalitat, y el balance político es desolador. La coalición gubernamental que preside, integrada por JxCat y ERC, se mantiene en una inestabilidad constante y con ambas formaciones pugnando entre ellas, JxCat por mantener la supremacía del del movimiento independentista y ERC por arrebatárselo de una vez. Con estrategias que con frecuencia parecen no ya divergentes sino contrapuestas, JxCat y ERC han hecho del actual Gobierno de la Generalitat el curioso escenario de su guerra política. Incluso los periódicos barómetros del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) de la Generalitat constatan que la ciudadanía de Caaluña suspende tanto a Torra como al conjunto del ejecutivo que preside. Subsiste únicamente porque solo de él depende fijar la fecha de convocatoria de unas nuevas elecciones autonómicas. La mayoría parlamentaria que le apoya no solo es inestable sino insuficiente, porque las CUP le regatean sus votos. Su vicepresidente y previsible candidato de ERC a la Presidencia de la Generalitat Pere Aragonès ha pactado con En Comú Podem (ECP) los nuevos Presupuestos de la Generalitat, pero de hecho ya han quedado obsoletos antes de su aprobación a causa de las graves consecuencias económicas y sociales de la crisis sanitaria provocada por el Covid-19.

La inesperada irrupción de esta misma crisis sanitaria, que una vez más ha puesto en evidencia tanto la gestión ineficaz del Gobierno de Torra como sus discrepancias y pugnas entre los dos partidos que lo integran -con JxCat y el propio presidente criticando en público a los consejeros de Salud y de Trabajo y Servicios Sociales, ambos de ERC-, ha postergado por ahora la convocatoria electoral. No obstante, Quim Torra puede acabar por quedarse sin poder ser él quien convoque estos nuevos comicios autonómicos, porque es muy probable que el Tribunal Supremo confirme la condena de inhabilitación que le impuso el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña por su reiterada desobediencia a la Junta Electoral Central, al mantener en plena campaña electoral pancartas de carácter independentista en la misma sede central de la Generalitat y en otras de sus dependencias oficiales.

Han pasado ya dos años y un día desde que Quim Torra fue elegido presidente de la Generalitat. Solo Carles Puigdemont y sus seguidores más entusiastas le siguen aplaudiendo. La gestión del gobierno que preside es muy deficiente. El lastre que arrastra de las divisiones y los enfrentamientos internos es cada vez más notorio. La pérdida de influencia en la política española del nacionalismo catalán es también cada día más evidente. Sectores importantes de este mismo nacionalismo intentan recuperar la opción negociadora y pactista, quizá a través del Partit Nacionalista Català (PNC), muy bien visto por muchos de aquellos que durante tantos años apoyaron a las ya difuntas CDC y CiU, que en nada se asemejan al actual JxCat de Puigdemont y Torra.