La tercera reunión entre Pedro Sánchez y Pere Aragonés podría considerarse la inauguración de una nueva etapa en la larga búsqueda de una solución para el conflicto político de suponer que ERC sigue teniendo el liderazgo del independentismo. De las reuniones cara a cara siempre se sospecha que lo anunciado no se corresponde exactamente con lo hablado, porque de hacer caso a los acordado el pasado jueves podría parecer que el gobierno de la Generalitat creería posible avanzar hacia la independencia fortaleciendo la autonomía, mediante la negociación con el gobierno del estado. Una tesis desechada por Junts y la CUP desde hace muchos años.

La resolución de un conflicto a partir de dos posiciones tan alejadas como la creación de un estado propio o el fortalecimiento del gobierno autónomo no perece ofrecer ningún motivo de optimismo, a menos que uno de los dos asuma una renuncia esencial. De momento y públicamente, ninguno de los interlocutores ha solemnizado ninguna abdicación trascendental.  La creencia de que existe un punto de encuentro sin cesiones substanciales, alentada por las declaraciones institucionales, tiene un punto de increíble. Tan evidente, que el mismo Pedro Sánchez, en la inauguración del Mare Nostrum 5, bromeó sobre lo bien que les vendrá a los dos presidentes el poderosísimo super computador para dar con la solución.

Junts expresó de inmediato la sospecha de que quizás Sánchez y Aragonés hayan precisado más sus posiciones en la intimidad de lo que pudo desprenderse de sus declaraciones posteriores. “Queremos conocer la letra pequeña”, dijo el portavoz del partido que dirige Carles Puigdemont desde Waterloo. Hay que suponer que su petición de detalles no se refería a los anuncios de dineros y trenes para la Generalitat sino a la agenda de la nueva convocatoria de la mesa de diálogo entre gobiernos. Por si acaso, Junts reiteró que la mesa institucional “es una vía agotada” y que no están dispuestos a aceptar la invitación de Aragonés para sumarse a la delegación de la Generalitat. Junts está por el reencuentro de todos los independentistas para rehacer el frente contra el estado.

Los dos protagonistas de la mesa de diálogo están dónde estaban, de no existir un pla B tras las declaraciones públicas. El gobierno de Sánchez propondrá la mejora del autogobierno a base de una mejora de la financiación y de nuevas competencias. El gobierno catalán defenderá la convocatoria de un referéndum de autodeterminación, aunque desde hace algunos días, el presidente Aragonés tiene la precaución de aclarar que esto es lo que él propondrá”, sin comprometer a la otra parte a una aceptación previa para su discusión. Lo mismo de siempre, pero ahora de buen rollo. Sánchez queda liberado de la sospecha de que aceptará hablar de autodeterminación y Aragonés quiere impulsar una ley de plurilingüismo en el Estado español, como si estuviera interesado en el futuro de España, lo que es una novedad que debe horrorizar a su predecesor en la presidencia, Quim Torra.

La amnistía defendida por el PSOE y la mayoría del Congreso salvará la vida (política y económica) a todos los dirigentes del Procés y a un número por precisar de activistas de calle. Pedro Sánchez cree posible que, tras esta aprobación, crecerá el apoyo a una renovación del autogobierno entre los catalanes y especialmente entre los votantes de ERC y Junts. No es ningún misterio aritmético que el relanzamiento del Estatuto como instrumento de autogobierno exige el apoyo de sectores suficientemente amplios del independentismo; de no existir este trasvase no habría base parlamentaria en el Parlament para impulsar esta vía. De la misma manera que, sin el concierto de una parte del electorado socialista, no hay fuerza política y social para emprender aventuras soberanistas con un mínimo de seriedad.

Los efectos mágicos de la amnistía son una cuestión de fe, aunque para valorar el futuro de las tesis de Sánchez con mayor precisión terrenal habrá que esperar a que la ley orgánica del olvido entre en vigor y el presidente del gobierno pueda reunirse y fotografiarse con un Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, una vez liberados de cualquier traba judicial o inhabilitación política. Con unas elecciones autonómicas en el horizonte, cualquier novedad sustantiva en las posiciones de cada una de las partes se intuye difícil. El miedo a el terremoto electoral les convertirá a todos en gentes cautelosas y contemporizadoras. Y así, una y otra vez.