La situación recuerda los tiempos en los que el Partido de Rajoy pedía firmas contra el Estatut allá por 2006. En algunos casos, quienes lo hacían en la calle no dudaban en espetar "¿Firma usted contra Cataluña"? mientras llamaban al boicot de los productos fabricados allí. Ni ellos ni sus dirigentes sabían que estaban plantando las semillas de lo que florece estos días. Lo que importaba era enardecer el espíritu anti catalán en el resto del país a cuenta de un puñado de votos con los que intentar expulsar del Gobierno al Zapatero que había prometido el oro y el moro a los catalanes. Al viandante al que pedían la firma no le quedaba más remedio que pensar en su confusión: "Pero ¿quieren que se queden o que se vayan de España de una vez?"

Los datos

 Aunque de forma diferente, la historia se repite. Ese "contra Cataluña" ha estado latente en las despedidas a los cuerpos de seguridad que partían hacia allá desde sus cuarteles en diferentes lugares del país; en la llamada de la presidenta de la Comunidad de Madrid a "defender la democracia y la nación" ante el 1-O; en la propuesta de juras de bandera masivas por el grupo Popular del ayuntamiento madrileño; en la despedida a los guardia civiles por el dirigente del PP de Castellón al grito de "a por ellos".

Más datos: quienes han viajado desde Barcelona a Madrid durante la pasada semana han podido ver numerosos vehículos policiales que se dirigían hacia allá. Demasiados. Unos amigos vieron, alarmados, un carro de combate subido en un camión de gran tonelaje (hay foto), aunque lo más probable es que nada tenga que ver con el asunto. Es imposible saber el ánimo que reina en los cuarteles, pero la defensa de la unidad de la patria continúa siendo más importante para muchos militares que la defensa de la patria en sí misma, incluida Cataluña, o que la participación en la OTAN o en misiones internacionales.

La reacción catalana

Más allá de la posición de sus políticos, cientos de miles de catalanes de a pie han respondido sumándose a la idea de que la única salida posible a la coyuntura actual es el derecho a decidir y, como consecuencia, la organización de un referéndum pactado. Lo comparten más del 80 por ciento de los catalanes según un sondeo de Metroscopia. Si la mayoría silenciosa se moviliza a golpe de los banderazos españolistas, una parte creciente de esa masa cambiaría su opción hacia el independentismo solo por rechazo, como muestran numerosos testimonios recogidos en distintos medios de comunicación durante las últimas semanas. El resultado es una aberración de la realidad que es necesario corregir.

Puro populismo

Lo hemos visto en el Reino Unido, donde la falsedad se impuso al rigor gracias al caldo de cultivo generado por el miedo al extranjero; en Estados Unidos, donde votantes de la derecha moderada apoyaron a Trump por miedo a perder influencia en su propio país por el ascenso de las minorías. Y ahora en Alemania, donde la crisis de los refugiados de 2015 disparó coyunturalmente la xenofobia y el partido que la encarna, encuadrado en la extrema derecha, se ha colado en el Parlamento dispuesto a transformar la vida política del país.

El peligro es que esas opciones, interiorizadas por millones de personas en un momento de debilidad, se instalen en ellas de manera definitiva. Y el mismo riesgo existe en el "enfrentamiento" entre España y Cataluña.

¿Cómo se para esto?

Confiando en que la situación no se le escape de las manos a ninguna de las partes y dejando pasar el tiempo para intentar reparar los daños. En la parte "españolista" la exacerbación nacionalista actual se acumula a la desarrollada durante la campaña del PP contra el Estatut hace una década; en el lado catalán ha crecido casi en paralelo y se ha disparado en los últimos años. El Gobierno de Rajoy ha obviado lo ocurrido y no le debería extrañar que muchos le consideren el principal culpable de lo que pueda suceder.