El por ahora último despropósito de la gestión del estado de alarma por parte del Gobierno de la Generalitat constituye un error mayúsculo, sobre todo por sus consecuencias prácticas y cotidianas en la vida de más de un millón y medio de personas: los residentes en la ciudad de Barcelona. El Ministerio de Sanidad, en una muestra muy clara de su voluntad de cogobernanza con todas las comunidades autónomas, aceptó en su momento la propuesta hecha por el Departamento de Salud de la Generalitat, que rechazó la división por provincias y propuso como alternativa las regiones sanitarias. El resultado ha sido que, al pasar al nivel 1, la ciudad de Barcelona ha pasado a ser una isla de la que nadie puede salir ni entrar.

De este modo los residentes en la capital catalana hemos pasado a ser los únicos ciudadanos españoles que no podemos movernos de nuestro municipio. La cosa resulta tan absurda como grotesca. Baste constatar, por ejemplo, que una misma calle, la de la Riera Blanca, tiene una acera que pertenece a la ciudad de Barcelona, con su correspondiente región sanitaria, mientras que la otra acera forma parte del municipio limítrofe de L’Hospitalet del Llobregat, que tiene también otra región sanitaria. Legalmente, según la propuesta del Gobierno de la Generalitat que el Gobierno de España aceptó, los vecinos de la mencionada Riera Blanca no pueden ni tan siquiera cruzar de una acera a la otra.

La absurda oposición del Gobierno de la Generalitat al histórico concepto de provincia no ha sido ni es obstáculo para que los partidos independentistas que lo integran en la actualidad -JxCat y ERC- acepten este mismo concepto provincial que rige en unas administraciones presupuestariamente tan bien dotadas y tan importantes como son las diputaciones provinciales. Tampoco ha impedido que estos mismos partidos mantengan todavía las circunscripciones electorales provinciales, sin aceptar ninguna propuesta alternativa que modifique la “disposición adicional transitoria” del Estatuto de Autonomía de Autonomía de Cataluña de 1979. ¡Curiosa “transitoriedad”, que se mantiene de modo inalterable desde hace ya más de cuarenta años! El mantenimiento de dicha “disposición adicional transitoria” perjudica a los partidos que cuentan con mayor número de votantes en la provincia de Barcelona y beneficia, por este orden, a las formaciones que recogen mayor número de sufragio en las provincias de Lleida, Girona y Tarragona. De ahí que las fuerzas separatistas tengan mayoría absoluta en escaños en el Parlamento de Cataluña, a pesar de no haber logrado nunca una mayoría absoluta de votos.

En ambos casos, tanto en lo que guarda relación con las diputaciones provinciales como con respecto a las circunscripciones electorales provinciales, las formaciones nacionalistas, reconvertidas al independentismo durante estos últimos años, se han visto claramente beneficiadas en sus intereses partidistas, en detrimento sobre todo de las formaciones progresistas y de izquierdas -en especial el PSC, pero también antes el PSUC o ICV-EUiA y ahora Comuns-, así como de los restantes partidos no nacionalistas, esto es Ciudadanos y PP.

Desde sus distintas versiones el nacionalismo catalán se ha negado siempre a aceptar la realidad incuestionable de la existencia de la Gran Barcelona, esto es del Área Metropolitana de Barcelona, y mucho menos aún de la Región Metropolitana de Barcelona. Se trata de un territorio que representa tan solo el 9% del total de Cataluña pero en el que residimos el 70% de los 7,5 millones de ciudadanos de Cataluña. Cuando Pasqual Maragall era alcalde de Barcelona y presidía la Corporación Metropolitana de Barcelona, el entonces presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, suprimió de un simple plumazo aquel potente y eficaz ente supramunicipal. Fue en 1987, mediante la aprobación de unas leyes de ordenación territorial que restauraron la antigua división comarcal realizada en la época de la Generalitat republicana, antes de la guerra civil, con la creación de los consiguientes consejos comarcales y el desmantelamiento total de la citada Corporación Metropolitana de Barcelona, que además de la capital catalana incluía 26 municipios más, quedando todas estas poblaciones divididas en distintos consejos comarcales. La siempre eficaz táctica del divide y vencerás...

De aquellos polvos de 1987 vienen estos lodos actuales, este monumental despropósito de ahora, con el tan absurdo como absoluto confinamiento  de todos los residentes en la ciudad de Barcelona en nuestro municipio, sin que nadie pueda entrar ni salir todavía del mismo. Como si Barcelona fuese una isla... Pero no lo es.