Por fin ayer y con ocho meses y medio de retraso, Mariano Rajoy empezó a hacer su trabajo como fuerza política más votada tanto el 26 de junio como el 20 de diciembre. La reunión del presidente con el líder de Ciudadanos desbloquea definitivamente lo que bien podría haberse desbloqueado hace casi tres trimestres, cuando el viejo partido de la derecha y el nuevo partido del centro derecha sumaron 163 diputados, solo seis menos de los 169 que reunieron el 26 de junio.¿Y por solo seis diputados fuimos a nuevas elecciones? Eso es: por seis diputados. En una jugada, tan arriesgadamente audaz como cínicamente ventajista, que desconcertó a todo el mundo –al Rey, a la oposición y a su propio partido-, Rajoy no quiso tras el 20D jugar la partida de la investidura, pese a que el reparto de cartas fue bastante parecido al arrojado el 26J; en realidad, la diferencia eran esos seis diputados, suficientes para hacer que a Rajoy le doliera la cabeza durante las negociaciones de investidura pero insuficientes para justificar una repetición de elecciones.GENIO Y FIGURA (SOBRE TODO FIGURA)¿Por qué dio el presidente aquella espantada? Sus leales piensan que porque es un genio de la estrategia y el muy cuco calculó que, provocando unas nuevas elecciones, el PP ampliaría, como así sucedió, su ventaja. Otra explicación, algo menos épica, sería esa combinación de cálculo, miedo, soberbia y pereza que configuran el carácter del presidente: temía tanto ser humillado con una derrota personal en las Cortes que prefirió no acudir a la batalla. También esta vez, tras el 26J, ha tenido la misma tentación de huir, pero no le ha sido posible: ni siquiera el Rey estaba dispuesto a permitírselo. En la guerra y en la política, hay ciertas cosas que solo pueden hacerse una vez.Así pues, por fin el presidente se ha puesto a trabajar en la única dirección posible: un acuerdo con Ciudadanos, posible a su vez porque el partido naranja, no sin dejarse en la gatera algunos jirones de su dignidad, ha renunciado a exigir la cabeza a Rajoy. El mismo por el que no quiso trabajar hace ocho meses. Rivera solo está dispuesto a dar su abstención a Rajoy, no su ‘sí’, para así forzar la abstención de los renuentes socialistas de Pedro Sánchez. Llegado el día de la segunda votación, ¿mantendrá Rivera su abstención o la convertirá en un ‘sí’ que, con el voto favorable de Coalición Canaria, dejaría a Rajoy a un paso de una investidura que, entonces sí, el PSOE tendría que permitir ordenando la abstención o la ausencia de seis de los suyos? Lo más probable es lo segundo: si no en segunda votación, sí en tercera, aunque en este caso Rajoy no habría evitado la humillación que tanto viene temiendo desde el 20 de diciembre.ABSTENCIÓN TOTALMientras, se acrecienta la presión sobre el Partido Socialista, que de momento no se mueve de su ‘no’ porque tiene tiempo de sobra por delante para hacerlo. Que se cueza durante unas semanas en el caldo de la incertidumbre quien durante ocho meses ha mantenido en ella al país no parece demasiado grave. El PSOE solo tiene ahora que esperar a que el presidente culmine sus trabajos, tan tardíamente iniciados, convirtiendo la abstención de Rivera en un ‘sí’, aunque se arriesga, claro está, a que Rivera no mueva pieza, en cuyo caso tal vez no le quedara a los socialistas más remedio que cambiar su ‘no’ por esa abstención total que tanto temen.De hecho, en un país algo más normal –uno, por ejemplo, sin varias guerras civiles a sus espaldas- lo lógico es que quien no puede gobernar permita hacerlo al que sí puede: en la baraja de la política, el comodín de la abstención sirve para cosas -tan civilizadas- como esa. Pero no así entre nosotros, que, con rara unanimidad, hemos destruido ese primoroso comodín que es la imagen misma de la tolerancia y lo más contrario al sectarismo en el que, históricamente, tan cómodos nos sentimos todos.