El presidente andaluz no es un racista. Ni es proporcionado, como ha hecho Adelante, atribuirle a Moreno Bonilla resabios xenófobos mucho más pronunciados de los que pudieran albergar otros dirigentes políticos, excluyendo obviamente a Vox, un partido que es la encarnación misma del ‘yo no soy racista PERO…’.

Aunque después recularía para matizar su controvertida petición, es indiscutible que el presidente Moreno pidió el domingo a Pedro Sánchez que suspendiera la Operación Paso del Estrecho al no darse las circunstancias “ideales” para el tránsito por nuestro país de los más de tres millones de magrebíes que cada verano recalan en los puertos de Algeciras y Tarifa y desde aquí cruzar el Estrecho para llegar a sus destinos vacacionales.

¿Racismo institucional?

Adelante Andalucía se apresuró a afear a Moreno su discurso: “Nos alarma y ofende –dijo su portavoz Ángela Aguilera– que a un presidente de la Junta le preocupe el covid-19 que pueda venir de las pateras o de los trabajadores del norte de África mucho más del que pueda venir de personas blancas del norte de Europa que vienen a hacer turismo a Andalucía”.

Aunque más contenido que Aguilera, para el portavoz socialista Manuel Jiménez Barrios el Gobierno andaluz se ha contagiado irremisiblemente de “la corriente de opinión que el trumpismo ha impuesto en Europa”.

En parecidos términos indignaron las palabras del presidente a las asociaciones involucradas en materia de inmigración. Para la combativa Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, proponer la cancelación de la Operación Paso del Estrecho es una medida de “racismo institucional que consolidar la idea de que existen ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda”.

Moreno en el jardín

Repreguntado sobre la cuestión en esa misma rueda de prensa telemática del domingo, Moreno intentó abandonar el jardín en el que acababa de meterse, pero su huida fue tan torpe y atropellada que terminó atascado en la zona más embarrada del comprometido vergel. No son lo mismo, vino a insinuar, los turistas que vienen a visitarnos que los magrebíes con sus coches cargados de niños agolpándose en los puertos andaluces y luego teniendo que regresar desde África, donde los controles sanitarios del coronavirus, en fin, ejem…

Olvidando que en Marruecos ha habido 8.400 casos confirmados y apenas 200 fallecidos, el presidente todavía tuvo tiempo de estropear las cosas un poco más cuando al día siguiente dijo esto:

“Si estamos diciendo que no haya ferias ni romerías donde hay tres o cuatro mil personas, no nos parece lógico concentrar a tres millones de personas en un paso en cuatro meses de un lado a otro entre dos continentes”, una comparación, en el mejor de los casos, desafortunada.

Se entiende la indignación de las ONG y de la izquierda con Moreno, pero si designamos la conducta de Moreno con una palabra tan gruesa como ‘racismo’, sin pretenderlo acabamos por trivializar y vaciar de contenido la palabra misma, de modo que cuando alguien de Vox incurra en comportamientos groseramente racistas la antigua palabra que los definía ya no nos servirá para denunciarlos.

Un cierto 'asquito'

Mejor orientado que el de ‘racista’ iba el reproche de ‘odio a los pobres’ formulado también por Aguilera. El ‘tipo penal’ aplicable en este caso al delito de Moreno sería más bien el que se apunta en el neologismo ‘aporofobia’, acuñado por la filósofa Adela Cortina con el significado de ‘fobia a las personas pobres o desfavorecidas’. “No se rechaza al extranjero, sino al pobre”, ha explicado muchas veces Cortina.

Decir que Moreno tiene “odio los pobres” como señala Adelante tal vez sea mucho decir, pero es difícil negar que sus palabras denotan un cierto ‘asquito’ a los europeos de piel oscura y economía precaria que, no nos engañemos, amigos, europeos europeos, lo que se dice europeos como nosotros, a qué engañarnos, no lo son.

Con su sugerencia de prohibir la Operación Paso del Estrecho, Moreno estaba revelando de sí mismo algo menos de lo que le ha atribuido la izquierda, pero mucho más de lo que él hubiera podido sospechar.

Una larga cambiada

Al ser preguntado sobre un asunto de tantas aristas –tantas que el consejero Elías Bendodo se vio obligado a llamar al embajador de España en Marruecos para deshacer el entuerto provocado por su jefe–, Moreno debió haber optado por una larga cambiada del tipo: “Es un asunto que depende del Gobierno central en el que este encontrará siempre la colaboración leal de la Junta, cuya recomendación, dada la situación de pandemia, es reforzar y mejorar el operativo logístico para el paso del Estrecho”.

Con estas palabras habría bastado: ciertamente, con ellas el ego de Moreno habría brillado menos, pero su talla política se habría agrandado más.