Sobre Vox en casa tenemos dos versiones. La más elaborada se remonta a la banalización del mal (Arendt) y a la introducción del lenguaje del odio en la aburrida vida democrática andaluza donde siempre perdía Arenas y, como mucho, nos sobrevenían las instrucciones interminables de Alaya, como una causa general contra la autonomía, como si aquellas huelgas de hambre de Escuredo ya fueran la semilla del concepto mismo de prevaricación.

Esta versión la reservamos para las visitas ilustradas que se adentran en la comprensión de los mecanismos del mal para combatirlo. Se empieza por cava y con Montaigne y se acaba con citas a la Hojas de hierba de Whitman para engarzarla con la oda de Lorca y con el llanto en el Barranco de Víznar, donde la pregunta sigue siendo por qué nos lo mataron y la respuesta sigue siendo porque era rojo y maricón.

De ahí a la segunda botella y al paralelismo con el ascenso del nazismo, las ultraderechas europeas y la satánica reconversión del lenguaje que está removiendo los cimientos de la derechita cobarde. De ahí al cambio climático que los ricos de Madrid se pasan por los forros y de ahí a, oye, ese misterio insondable que sigue siendo la desaparición cuasi física de Rivera, recuerdan, aquel muchacho que antes estaba y sobreactuaba en todas partes y ese juego a la gallinita ciega con Vox con los sedicentes populares como persona interpuesta.

Se suele acabar de madrugada y un latinajo de Plinio, que me guardo para dejar un punto de desasosiego en las despedidas: solum certum, nihil esse certi, o sea, una versión clásica del aserto de mi abuelo sobre El Prevenío: era El Prevenío y mira por dónde lo mató un camión.

La segunda versión es más comercial y tiene pronto éxito callejero, ya no digo en barras ni bares de caracoles, donde arrasa. Naturalmente pertenece a mi altocargo, que se queda con el personal con una cifra redonda: tres millones, la culpa la tienen tres millones. No es todo por la patria. Es todo por la pasta. Y es ahí donde consigue ganarse la atención del corro, entregado y sin respiro.

Estos muchachos de Vox de tan firmes convicciones patrióticas y tan débiles mandíbulas (¿bajas por linchamiento mediático?)  cobrarán casi tres millones de euros  del Parlamento andaluz. Tres millones (los repite con énfasis) para el partido que incluye en su programa electoral el fin de las ayudas públicas a los partidos y el fin de la autonomía misma.

Esto es lo que repetían como papagayos horas antes del escrutinio del dos de diciembre.  Y ahí los tenéis, tan a gustito, repartiéndose la podrida pasta del podrido régimen autonómico y del cainita Blas Infante, a quien en vez de no asistir a su homenaje deberían hacerle un altar: ninguno de esos tres millones sería posible sin el padre de la patria andaluza. Así que menos Lo-Vox: contra la autonomía, contra Blas Infante, pero cobrando.

Y personal se descojona y se hace unas risas y repite la cifra como un mágico mantra contra la nostalgia azul que ya empieza a desinflarse en las encuestas: tres millones, tres millones, tres millones.