Tictac, tictac. Vuela la flecha del tiempo sobre la canícula de agosto, directa hacia los acantilados del 23 de septiembre, fecha tope para alcanzar un acuerdo político que evite las elecciones que se celebrarían el 10 de noviembre. Tictac, tictac.

Pedro Sánchez y los suyos parecen opinar que el 10 de noviembre es un puerto seguro y hacia él estarían dirigiendo la nave socialista, convencidos de que será recibida entre aplausos a la tripulación y vítores a su esforzado capitán. Tres hurras por Pedro el atrevido, compañeros: ¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra!

Quienes opinan que las coordenadas 10-N conducen al abismo asisten perplejos a lo que está sucediendo: dos partidos de izquierdas suman escaños suficientes para construir una mayoría de gobierno, pero han decidido no construirla porque Gallo Pedro y Gallo Pablo, como niñatos malcriados, no se ajuntan. Que sepas que no te soporto. Pues que sepas tú que yo a ti no te supersoporto. ¿Ah sí? Pues yo a ti no te supermegasoporto.

Cuestión de ADN

Mientras tanto, en la derecha se empieza a hablar de coalición. Por si acaso, han registrado la marca España Suma, que permitiría al PP y Ciudadanos mejorar el rendimiento en escaños de los ocho millones y medio de votos logrados el 28 de abril.

El argumentario de Ciudadanos lo niega. “En el ADN de Ciudadanos no está el formar coaliciones”, decía disciplinadamente ayer el líder de los naranjas en Andalucía, Juan Marín, aunque a estas alturas pocos ignoran que Ciudadanos no tiene ADN propio. O bien, el que tiene lo comparte al cien por cien con el de Albert Rivera, cuya audacia para fundar en su día un partido transversal en una España históricamente antitransvesal no se ha visto acompañada por la paciencia necesaria para no sucumbir a los cantos de sirena de esa misma España a la que prometió curar de su funesto sectarismo.

La balanza

Transcurre velozmente, pues, el mes de agosto y seguimos sin noticias de Pedro y Pablo, como si ambos se hubieran resignado al desacuerdo, como si hubieran olvidado las urgencias y las esperanzas de quienes les votaron hace ya cuatro largos meses. Como si ellos mismos, en fin, creyeran ser más importantes que las personas que los han puesto ahí.

Cunde la irritación entre muchos votantes porque encuentran la balanza algo desequilibrada: en un plato, materias de tanto peso como la ley mordaza, la reforma laboral, la precariedad, la vivienda, la inmigración, la financiación autonómica…; en el otro, cuestiones tan pueriles como la desconfianza entre gallitos, el cálculo electoral, la atribución de culpas o la pugna trivial sobre si han de ser galgos (léase Gobierno de coalición) o han de ser podencos (léase pacto de legislatura).

Parafraseando a Juan Marín, alguien podría pensar que en el ADN de la izquierda no está el formar coaliciones. Pero, como en el caso de Ciudadanos, donde el problema es Rivera y no el partido, en el caso de Podemos y el PSOE la incompatibilidad no estaría tanto en el ADN de los partidos, y mucho menos en el de los votantes, como en el de sus obtusos, temerarios y engreídos capitanes.