Estábamos los tres, ese delicioso número, de vuelta por fin. Como dijo alguien, no es posible volver a una misma sin haber ido antes a otra parte. Nos vamos por eso, para volver a los sitios donde somos más nosotros. Deseando irnos para volver cuanto antes.  Como decía mi tita Julia cuando pisabas el pueblo: ¿Cuándo has llegado? ¿Cuándo te vas? He ahí la cuestión.

Una vez descartada la eternidad como un paseo marítimo atestado de gente en bermudas recogiendo cacas de perro, centramos la conversación en el otoño a-la-vista. Al otoño siempre le pasa que le tienen que pasar cosas. A las democracias les hacen juego las metáforas de los otoños. La nuestra abusó mucho de eso. Estábamos deseando volver a las redacciones para escribir otoños calientes, otoños de obreros quemando neumáticos de tractor, políticos desanudándose corbatas, huelgas generales, otoños de portadas a cinco columnas.

El plan establecido con la primera cerveza era hay/no hay acuerdo/elecciones/gobierno/de coalición/colaboración/programa/Sánchez/Iglesias pero coño, nos aburríamos muchísimo. No es que nadie supiera nada. Es que nadie quería saber nada. No teníamos ganas de seguir en ese juego de echadores de cartas en el que se presume que nos acechan asesores de cuello alto que tienen programado lo que vamos a hacer con nuestros votos de aquí a la navidad.

Así que lo que salió a borbotones, como salen las aguas de las nubes de otoño por las barrancas, fue “lo de Rivera”.  Lo de Rivera sale y enseguida se atropellan las palabras y todo el mundo quiere opinar. El camarero, que pasaba por allí y había cogido hebra vino a decir sentenciosamente: a ese muchacho se le ha ido la olla. Lo cual a nadie le pareció un desatino.

Digamos que “lo de Rivera”, dio para tres discursos. Discurso uno: el disparate del entreguismo al PP a cambio de nada. Esto viene a decir que todo el mundo esperaba un endiablado tablero de apoyos asimétricos de tal forma que el mapa del poder político territorial quedaría condicionado por Ciudadanos a izquierda y derecha convirtiéndose así en el gran protagonista.

Discurso dos:  sinuoso, adentrándose en la selva emocional de una persona que en los últimos meses ha desnortado su vida y ello explicaría las semanas de silencio y los cada vez más numerosos desaires personales y políticos con los que hasta ayer fueron los compañeros de viaje de su irresistible ascensión. Rivera está a punto de que le hagan esa pintada en la fachada de su vida política: “Ya no te quiere ni Inés”. El discurso, por localizar la cosa, deja caer que en Andalucía el consejero Velasco, por ejemplo, está a punto de apagar la luz y cerrar la puerta.

El discurso tres es más simbólico y, por supuesto, es de mi altocargo. Se refiere a la pulsión autodestructiva. Si Cioran decía que un libro es un suicidio aplazado, podemos entender que Rivera quiera hacer lo propio con un partido que cree le pertenece hasta la piel. Pasando por Kafka, mi altocargo se remonta a Juan Ramón para explicar a Rivera:  Juan Ramón se arrepintió de sus primeros libros modernistas y trato de robarlos de las bibliotecas de los amigos que lo habían adquirido. De la misma manera, Rivera está robando el poder político conquistado en las urnas por Ciudadanos para destruirlo, para convertirlo en la nada y devolverlo a la nada de la que nació. Parece decirnos: mirad, yo lo creé; mirad, yo lo destruyo, en un rapto delirante de excentricidad.

Y antes de salir al sol asesino del cambio climático, dio en rematar mi altocargo: si esto es la nueva política, viva el bipartidismo.