En principio, muy en principio, la primera impresión es que, en el nuevo Gobierno andaluz, el PP ha venido a poner la ideología y Ciudadanos, la gestión. El primero, las ideas duras y el segundo, las líquidas. Los azules, el pensamiento fuerte y los naranjas, el pensamiento débil.

El PP sería un partido premoderno, moderno en el mejor de los casos, y Cs sería un partido posmoderno. Lo malo es que nadie ha sabido nunca muy bien en qué diablos consiste exactamente la posmodernidad.

La vieja derecha

Aunque ya no represente la derecha del Fraga tardofranquista ni la del Aznar atlantista y bravucón, para la Andalucía profunda el PP sigue encarnando la derecha antigua, torva y revanchista de siempre, la que ganó la guerra y no perdonó a los vencidos, la que se hizo demócrata porque no podía seguir siendo autoritaria, la que viene dispuesta a privatizar todo lo que pueda la educación pública y la sanidad universal.

Fue esa derecha la que dibujó con trazo expresionista la líder de Podemos Teresa Rodríguez en la sesión de investidura de Juanma Moreno.

La nueva derecha

Sin embargo, no es esa la imagen que se desprende al examinar la trayectoria y el currículum de la mayoría de los seis consejeros del PP que ha escogido el presidente Juanma Moreno.

Un Elías Bendodo, una Patricia del Pozo o una Carmen Crespo pueden ser duros a su manera, pero no asustan; un Jesús Aguirre asusta un poco más, pero parece haber apostatado de su fe justiciera de 2012, cuando veía en la sanidad gratuita y universal un despilfarro que el país no podía permitirse.

CiU y Ciudadanos

Frente a ese PP que para mucha gente en Andalucía sigue representando lo peor de lo peor de la derecha de toda la vida, Ciudadanos vendría a desempeñar el papel que desempeñó CiU en el primer Gobierno de José María Aznar: un contrapeso interesado pero fiable, ambiguo pero deseable, un socio con contraindicaciones que nadie puede negar pero nunca tan graves como para preocuparse seriamente.

Cs es el novio soñado por los padres de antaño, el universitario atento, decidido y algo adulador que va a entrar en la familia y que a todo el mundo agrada, pero de cuyo pasado nadie sabe nada, como si nunca lo hubiera tenido. Solo al abuelo le parece sospechoso ese vacío en la biografía del muchacho.

¿Las naranjas tienen alma?

Sobre Rivera y los suyos se cierne la sombra de la duda: es un partido tan simpático, tan flexible, tan práctico, tan capaz de pactar con el mismo entusiasmo hacia un lado y hacia otro, es un partido tan líquido ideológicamente que siempre queda la duda de hasta dónde sería capaz de llegar si las cosas vinieran mal dadas.

Imaginamos con facilidad el alma del PP, del PSOE o de Podemos, pero cuesta mucho más imaginar el alma de Ciudadanos. ¿La antipatía política, pongamos por caso, que Ciudadanos parece sentir por Vox es sincera o es meramente táctica? ¿Es una antipatía vinculada a la indignación moral o nacida del cálculo electoral?

Ciudadanos también hace populismo a su manera. Aunque le guste mucho a mucha gente y sea un argumento electoralmente provechoso, su insistencia en desacreditar lo político y a los políticos –y de ahí que presuma tanto de haber nombrado consejeros que no-llevan-toda-la-vida-viviendo-de-la-política–, esa insistencia intranquiliza un poco: jugar a la antipolítica nunca ha traído nada bueno a la política.

Una cuestión de plazos

¿Será el Gobierno de Moreno Bonilla tan peligroso para los intereses de la mayoría de los andaluces como auguran el Partido Socialista y Adelante Andalucía? A corto plazo no es probable lo que sea. Y no solo porque las elecciones municipales están cerca y sería temerario adoptar medidas antisociales de alcance, sino porque los efectos de sus políticas fiscales, educativas o sanitarias no serán visibles de modo inmediato.

Destinar más dinero a la educación concertada supondrá destinar menos a la educación pública, pero no es probable que esa transferencia de recursos se note en una legislatura. Suprimir las subastas de medicamentos aumentará la factura del sistema sanitario público, pero el usuario no notará un cambio asistencial a peor de forma inmediata.

El problema es que recaudar menos dinero por las bajadas de impuestos tiene un efecto automático en las arcas públicas, pero lleva mucho tiempo compensar esa pérdida con el incremento efectivo de la recaudación fiscal que se derivaría de la supuesta reactivación económica generada por las rebajas fiscales.

Una pregunta, la pregunta

El presidente Moreno dijo ayer en la toma de posesión de su Gobierno que quiere “prestigiar la política” –que tanto han contribuido él mismo y su partido a desprestigiar, por cierto– y que viene “a cambiar las cosas a mejor”.

La pregunta, como siempre en política, es: ¿mejor para quién?, ¿mejor para cuántos? Tardaremos en saberlo. Es un hecho que viene la derecha, pero es pronto para gritar ¡que viene la derecha!