Inicialmente, Pedro Sánchez tenía que dimitir porque había copiado su tesis doctoral. Sin embargo, una vez que los programas universitarios ideados para detectar el plagio certificaron que este no sobrepasaba los porcentajes estipulados por la comunidad docente, el foco de los reproches al presidente giró bruscamente hacia la calidad de su investigación: puede que su tesis no fuera un plagio pero era científicamente mediocre.

De hecho, tras quedar desbaratada la sospecha de plagio, los medios conservadores se pusieron a toda velocidad a cazar catedráticos a lazo para que declararan ‘non grata’ la tesis del presidente.

Otra vuelta de tuerca

La situación daba, sin embargo, una nueva vuelta de tuerca a mediados de esta semana. Cuando el brío de los reproches languidecía sin remedio, pues a fin de cuentas que la tesis fuera irrelevante –como sin duda deben de serlo tantas otras calificadas cum laude– no podía ser motivo de dimisión, el diario El País revelaba que el libro publicado por el presidente a partir de su tesis, y firmado junto al economista Carlos Ocaña, contenía párrafos sin entrecomillar –454 palabras– de una conferencia pronunciada por un diplomático,

'La nueva diplomacia económica española', que así se titula la obra del presidente, también reproduce textualmente y sin citar fragmentos de textos oficiales, como un discurso del ministro Miguel Sebastián, una respuesta parlamentaria o una nota de prensa del Consejo de Ministros.

La banalidad del plagio

Las explicaciones de la Moncloa para justificar el plagio han sido borrosas, poco convincentes. Los fragmentos identificados por El País fueron, en efecto, plagiados, si bien el escaso vuelo teórico y la poca enjundia académica de los mismos autorizan a acusar a Sánchez más de ser un investigador poco escrupuloso que de actuar como un astuto saqueador de ideas ajenas.

Precisamente una de las paradojas que encierra el caso de la tesis/libro del presidente es la aparatosa desproporción existente entre la banalidad de lo plagiado y la gravedad de las consecuencias derivadas de su conducta.

El caso Casado

Otra gran paradoja del ‘caso Sánchez’ es su contraste con el ‘caso Casado’, y no tanto por la deriva judicial de éste favorable al sospechoso como por la escasísima presión de la opinión pública 'alemana' para exigirle al presidente del PP que explique la ausencia total de rastro de los trabajos que dijo haber realizado para, sin asistir a clase, aprobar brillantemente las cuatro asignaturas que no le habían sido convalidadas para obtener su máster en Derecho Autonómico.

Se trata de trabajos que, al igual que el de fin de máster, Casado aseguró tener en su ordenador pero que se niega a mostrar con argumentos no menos borrosos que los de Sánchez para excusar su plagio.

Para alemanes, nosotros

En este país antes no se dimitía por nada y ahora parece que se debe dimitir por todo. De pronto nos hemos vuelto alemanes y le hemos tomado el gusto a examinar nuestra vida política con la severísima ética con que los teutones juzgan la suya. Pero no solo eso: estamos dispuestos a ser más alemanes que los mismísimos alemanes.

Si en el país de Angela Merkel los ministros o presidentes dimiten por copiar una tesis doctoral, aquí nos hemos propuesto que dimita incluso quien no ha copiado: recuérdese que, tras demostrarse que Sánchez no había plagiado su tesis, la exigencia de dimisión por parte de ABC, PP y CS era igual de firme que si lo hubiera hecho. ¡Para alemanes, nosotros! ¿Qué será lo siguiente? ¿Que dimita un ministro del PSOE que a los 17 años copió en un examen de Latín? ¿Que deje el cargo alguien de Podemos que repitió segundo de BUP y el muy ladino lo ocultó durante décadas?

Españoles para siempre

El problema, como tantas veces, es que la vara para imponer penitencias no depende de la gravedad del pecado, sino de la filiación del pecador. De forma que alemanes, sí, pero dentro de un orden.

A Pedro Sánchez se le podría con toda razón exigir que dimitiera por haber plagiado fragmentos de su libro si la conversión nacional a la ética pública de los alemanes fuera ciega como la justicia y sincera con todas sus consecuencias.

Tal vez lo que sucede en el fondo es que no creemos sinceramente que un político tenga que dimitir por copiar, pero simulamos creerlo ciegamente.

Últimamente en este país, a la hora de dimitir o de exigir dimisiones, alemanes somos todos pero, al contrario que en Alemania, aquí se ve que unos somos más alemanes que otros. O sea, que al final acabamos siendo lo que siempre fuimos: españoles de pura cepa.