¿Por qué el incendio de la catedral de Notre Dame ha conmovido a tantos millones de personas no francesas como si se tratara de una pérdida no ya nacional, sino íntima, familiar? Aventuremos que, aunque no sepamos muy bien qué hacer con ella ni cómo gestionarla políticamente, esa conmoción unánime es una buena noticia para Europa, aunque el incendio, obviamente, no lo sea.

La desgracia de París ha evidenciado que éramos mucho más europeos de lo que nuestra amarga decepción tras la crisis había imaginado. Cuando una desgracia lejana y sin víctimas nos conmueve tan honda y genuinamente es porque ha alcanzado un filamento muy sensible de nuestro sistema nervioso central, porque ha dañado algo que forma parte de nuestra armazón no ya política, ideológica o cultural, sino directamente emocional.

El incendio de Notre Dame y los sentimientos que ha desencadenado nos alertan de cuánto lamentaríamos, si algún día ocurriera, perder ese abstracto, burocrático, complicado y para tantas personas abstruso entramado institucional que es la Unión Europea.

Si, como pretenden tantos populistas palurdos hoy en alza a ambos lados del Canal de la Mancha pero también del Ebro, algún día desandáramos los pasos dados hacia la confederación europea, caeríamos entonces y ya demasiado tarde en la cuenta de que ese Parlamento Europeo que tanto y con tanta razón censuramos, esa Comisión Europea que tanto vituperamos, esas becas Erasmus que tanto hemos recortado y hasta ese Banco Central Europeo, tan semejante al castillo de Kafka, que tanto nos irrita y nos confunde, eran también Notre Dame.

Si el románico primero y el gótico después fueron el arte europeo por antonomasia prodigiosamente levantado por abades, arquitectos y canteros vinculados por la fe, la Unión Europea bien podría ser la digna sucesora de aquellos si lográramos ahormar en el continente una nueva devoción civil digna de la fe religiosa de antaño, aunque para ello necesitaríamos antes encontrar nuevos abades Oliba o Suger y nuevos maestros Mateo capaces de cimentar las Notre Dame del porvenir.