La extrema derecha consiguió hace unos días que fuera tendencia en Twitter la etiqueta España apoya a Trump. Este último fin de semana se han celebrado en varias ciudades españolas concentraciones en memoria de George Floyd, las Vidas Negras y contra el racismo promovidas por la Comunidad Negra Africana y Afrodescendiente en España (CNAAE). En Sevilla se celebró el domingo en la Plaza Nueva, delante del Ayuntamiento, con apoyo de organizaciones como el Sindicato de Estudiantes, el Partido Comunista, la red de activistas de Izquierda Unida y militantes de Comisiones Obreras, entre otros grupos.

Era la primera manifestación de carácter progresista tras el confinamiento. Vox salió a la calle con su caravana automovilística el 23 de mayo. Pero en esta ocasión a la izquierda le han faltado reflejos para apoyar una sinergia progresista y entre los asistentes se echaba en falta la colaboración de los partidos que forman la coalición del Gobierno de España y sindicatos como UGT y CCOO.

La salida de la crisis provocada por la pandemia obliga a que todos los sectores sociales y políticos que están por el progreso de la humanidad practiquen una estrategia colaborativa que impida el regreso a las etapas más oscuras de nuestro pasado. Porque, como se constata en estos días en EE UU, la herida del racismo sigue abierta y amenaza con destrozar el presente y destruir la posibilidades de un futuro justo y en paz.

Que el proceso de globalización del planeta se haya ralentizado con el parón de la pandemia no quita que hoy, más que nunca, sea necesario reforzar el internacionalismo y la gobernanza global plasmada en el sistema de Naciones Unidas y su constelación de organizaciones supranacionales.

Bruselas y los órganos de gobierno de la Unión Europea se quejan con frecuencia de que su voz no llega nítida a la ciudadanía porque las distintas y múltiples instancias políticas intermedias la distorsionan o la silencian para atribuirse los estados, las regiones o los ayuntamientos los méritos de su financiación o las ventajas de las medidas de la UE.

A escala planetaria ocurre algo similar y más acentuado, las directrices de las organizaciones internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS), por poner un ejemplo cercano y conocido, encuentran grandes dificultades para conectar directamente con los habitantes de los cerca de 200 países que hay en la Tierra. La información de los  organismos de la ONU llega a los distintos ministerios de los estados miembros, pero estos se olvidan de difundirla salvo a los círculos de funcionarios a los que concierne directamente. 

Las Naciones Unidas desmantelaron hace décadas sus oficinas de comunicación en los países desarrollados y las mantienen sólo en los países en desarrollo. Este recorte comunicativo tiene consecuencias nefastas para la población del planeta que se encuentra  inerme ante las grandes multinacionales de la mentira y la desinformación.

No hay más remedio que aprovechar las sinergias del progreso y del multilateralismo frente a la ofensiva global de los integrismos nacionalistas y neofascistas.