Cuando estalló la pandemia, allá por marzo de 2020, la Unión Europea y muchos gobiernos se lamentaron de la falta de mascarillas y de otros accesorios sanitarios fabricados en China, como casi todo, y se habló de la necesaria reindustrialización para hacer frente a esa emergencia y a otras por venir.

Hoy, cuando los tests de antígenos se convierten en artículo de primera necesidad, los que llegan con cuentagotas siguen viniendo de China, al igual que las  mascarillas FPP2 y tantas otras cosas de uso cotidiano.

También se habló al comienzo de la pandemia de la conveniencia de integrar a las farmacias que quisieran en la red de detección de la Covid 19. En España una prueba de antígenos cuesta 45 euros en cualquier laboratorio de análisis clínicos y en las farmacias de Italia no pasa de los 25 euros con su correspondiente certificado.

La exigencia del certificado de vacunación o pasaporte covid a los usuarios de servicios diversos ha consumido horas y horas de debates en todos los ámbitos y a todos los niveles, pero se ha pasado de puntillas sobre la obligación de vacunación para las trabajadoras y los trabajadores de esos servicios de atención al público: sanidad, educación, hostelería y centros de trabajo en general. Toda una negligencia con culpas repartidas entre empresarios, autoridades y sindicatos que han mirado para otro lado para no complicarse.

La recomendada aireación del interior de bares y restaurantes llevó a los empresarios más conscientes del sector a sustituir sus cerramientos de cristal por otros practicables que permitieran su apertura a conveniencia. Hoy, en plena sexta ola y con las restricciones de acceso restablecidas, resulta descorazonador comprobar cómo son una exigua minoría los establecimientos de hostelería que han hecho sus deberes y se han adaptado a las nuevas exigencias derivadas de la crisis sanitaria.

Los ejemplos citados ilustran la grave incapacidad política y colectiva para afrontar con eficacia los problemas que nos afectan en la vida real, tropezamos una y otra vez con los mismos obstáculos. Pero, ¿qué se puede hacer cuando la sociedad en su conjunto y la clase dirigente en particular viven distraídas con la bronca diaria y el insulto permanente en las redes?

Aprender de los errores y equivocaciones no cuesta dinero, pero hay que tener ganas y voluntad de corregirlos y eso sí que nos cuesta trabajo y esfuerzo.