La tita Julia de mi altocargo quería ser abuela. No había manera. Sus dos hijos, recios y buenos mozos, preferían los placeres de los días y la televisión de pago a la ñoñez de la paternidad con toboganes. Cada vez que se pasaba mi altocargo a darle un beso (alabado sea, alabado sea, repetía como hermosa letanía de salutación) le preguntaba: ¿has visto a mis nietos, los has visto por ahí?

Más imposible que los nietos imposibles de la tita Julia resulta atravesar Andalucía en semana santa sin que los ripios de un pregón mariano trepanen tus agnósticos tímpanos o un ejército de capirotes domine todos los horizontes, como esa carretera de Bulajance a Porcuna donde sólo hay cielo y olivos. Una vez estuvo mi altocargo a punto de lograrlo. Pero de pronto un semáforo en rojo. De pronto un pueblo del poniente almeriense. De pronto un penitente. Con calcetines blancos. Es una de sus pesadillas recurrentes.

Nada que ver con la infodemia de Madrid, al parecer, ha nevado. Fuga imposible. Los clásicos del negocio televisivo solían dominar a los auditorios (acerca de la libertad y las audiencias) con el imbatible relato de que el mando era su libertad, lo que podría traducirse como que los babelianos (guardo con amor el secreto de su brillante autoría), siempre veían los debates y documentales de La 2. Mentira. Veían Tele 5 tapándose los ojos. Ponías la Primera: Madrid, nevado. Sea. Le dabas a la de Planeta: Madrid, nevado. Bueeeno. Aterrizas en Vasile: Madrid está nevado, según Paquirrín. En la Sexta directamente te nieva en la sesera nada más sintonizar. Y todos los poetas y los tertulianos y los influencers del planeta. No había mundo donde refugiarse de la nieve de Madrid, esto es, de la penitencia de la nieve (Muñoz Molina) de España.

Y en Andalucía ha nevado la nieve de Madrid hasta el paroxismo. En realidad viene nevando Madrid en la autonomía andaluza desde que yo entrevisté a Kissinger con la falda del uniforme de mi colegio. Si los sociatas perdían las elecciones en Madrid (léase Moncloa), nos nevaban altoscargos y cuneros señalando nuestro analfabetismo estructural.

La ¿simpática? coincidencia de que un modoso moderado como se pretende Bonilla sea presidente con los inevitables (para él) votos de la extrema derecha está generando nieves cada vez más resbaladizas a propósito de la banalización de Vox, esos fornidos muchachos novios de la muerte.

Y lo que viene nevando es pura chulería posfalangista, con ese perfume violento con que llegan a los platós de la televisión de parte del partido que quiere acabar con la televisión pública. Un descerebrado llamado Arenzana, que lleva miles de quinquenios vendiendo sus insultos al mejor postor del arco parlamentario, le ha doblado la mano al Gobierno haciendo pública ostentación de que a él sólo le cesa la poderosa nieve de Vox, a la espera de los cortijos con saraos y los toreros con temple. A ellos (los de Vox) se lo tengo dicho y escrito: tomad y comed, éste es mi cuerpo.

Ya pagamos con brutal exceso (los andaluces) por el pasado y estamos empezando a pagar por el futuro. Esos niños helados en las escuelas públicas son a la vez el pasado de la posguerra fascista y el futuro de Vox.  

La tita Julia, en su imposible abuelidad, habría preguntado, alabado sea, alabado sea, ¿has visto a Blas Infante? ¿Y a Escuredo? ¿Y a Antonio Gala? ¿Y a Rojas Marcos? ¿Y a Carlos Cano? ¿Y a Salvador Távora? ¿Y a Pacheco? ¿Y a Pepote? ¿Y a Antonio Ramos? ¿Dónde están los jóvenes andalucistas de ahora?