Hay algo del ayer de las calles llenas y la gente con la sonrisa (vamos mujer, camina, no hay que temer) como contraseña. Íbamos mi altocargo y yo, él rezagado, para qué mentir, le pueden las multitudes, por el mismo centro, cada vez más un decorado para guiris. Íbamos por el mismo centro y se oía el viejo rumor de las otras veces, el rumor de la historia pisando el adoquinado, más allá de las mentiras de internet.

Fue doblar una esquina, entrar en un bar, divisar un paisano de los tiempos en los que Chaves se crecía en la Andazulía y nada hacía sospechar que el cambio climático era la aparición de Vox. El pelo mucho más canoso, la cabeza tan despejada como nunca, la palabra más precisa y las copas más con agua con gas, que es lo que va pidiendo el cuerpo. Allí que nos acodamos los tres mientras afuera una bulla de hombres y mujeres iba a la manifa a hacerse notar.

Dice mi altocargo al respecto que cada vez admira más a esos hombres que a cuestas con sus contradicciones se acercan a las mujeres y lo intentan. No es fácil repensarse. No son las convicciones, que están claras. Son las emociones. Hay un machismo genético, que viene del cura del púlpito, del aliento de la madre, de Pilar Primo de Rivera, que ya es plan. Había unos miles de esos hombres en el anochecer de la ciudad tomada, se respiraba un regomeyo de culpa tibia, vamos juntos compañero,

Total que el paisano que fue la voz de aquellos años comenta con retranca el episodio guerracivilista de las listas sociatas, lo cual que mi altocargo se viene arriba y nos recuerda que hay mucho de tontuna en ambos, en el Sánchez que se llenaba la boca de militantes en las primarias y de la Susana que se resiste a entregar las listas a Ferraz, como si esa acreditada fontanera que lleva dentro fuera la última muralla. 

Todo lo que se ve venir, aparte a Guirao en Almería, aparte de Planas en Córdoba, aparte de Grande-Marlaska en Cádiz, es a María Jesús Montero. Mucho se tienen que torcer las cosas para que el futuro de pasado mañana no se llame Montero, más allá y más acá del cargo que vaya ejerciendo. No deja de ser casi poético que ahora el aparato sean Sánchez y Alfonsito Rodríguez Gomez de Celis, que antier estaban solos y abandonados en la puerta de la caseta de la feria, como niños recogidos del hospicio socialista.

Afuera crecía el color morado, mi altocargo y el altocargo que fue la voz apuraron las copas, se juramentaron para volver a verse pronto con el entusiasmo que da el güisqui mezclado con cariño y homenajearon a Berlanga, como una complicidad compartida: los niñatos de Vox celebraron el 28 F con una vaquilla, a la espera de que las tropas moras de Franco nos retrotraigan al 2 de enero de 1492 y volvamos a despedazarnos. Contra eso hay un antídoto. Y estaba allí, en pleno centro, al doblar de la esquina, todas aquellas mujeres y todos aquellos hombres, más allá de las encuestas.