Hace un tiempo, el Guadalquivir no estaba flanqueado por el puente Romano de Córdoba ni la Torre del Oro de Sevilla. En cambio, contaba con otras grandezas. Si ojos humanos hubieran habitado aquella ribera en su momento habrían podido ver una ballena salir expulsada del agua para ser cazada y engullida por una emergente mole de carne y mandíbulas de hasta 20 metros de longitud, el megalodón.

Paleontólogos de las universidades de Huelva y Sevilla investigan la presencia más que confirmada de este tiburón gigante en las aguas del Guadalquivir a través de restos de sus mandíbulas y huellas de su actividad devoradora. Su presencia en las aguas andaluzas fue “relativamente frecuente”, hasta que se da por extinguido hace alrededor de 2,5 millones de años.

Gracias a los restos hallados en localidades andaluzas como Lepe, Bonares, Cartaya o Bollullos de la Mitación o Marchena, los investigadores van componiendo el puzle sobre el megalodón, un fascinante animal que hoy nos amenaza desde los cines gracias a la superproducción Megalodón 2: la fosa, la única película que ha batido en la taquilla al otro hit estival, Barbie.

Spoiler: los paleontólogos advierten que la película no puede presumir de gran rigor científico ya que estos tiburones prehistóricos eran animales solitarios y, sobre todo, no eran tan gigantescos como cuenta la comedia de terror marino. “Eran animales que habitaban todo el mundo, migraban persiguiendo a orcas y ballenas”, explican a ElPlural.com los paleontólogos Fernando Muñiz (Universidad de Sevilla) y Antonio Toscano (Universidad de Huelva).

Las conclusiones llegan precisamente a través de los amenazadores restos de mandíbulas hallados en todo el planeta, incluso en lugares poco profundos como eran, probablemente, aguas del Guadalquivir. El megalodón era un animal cartilaginoso hasta llegar a su mordida, con una mandíbula de 5 filas de colmillos, “en cada mordida perdían numerosos dientes, calculamos que un megalodón expulsa en su ciclo vital entre 20 y 30 mil dientes”, apunta Muñiz.

Fotografía de los dientes de Megalodon hallados.

La aparición de un colmillo de más de 15 centímetros en Lepe en 2014 espoleó la curiosidad de ambos investigadores, que confirman comportamientos del rey de los depredadores de nuestro planeta: animal solitario, migratorio, cazador pero también carroñero y habituado a aguas poco profundas que usaba como guardería para sus crías, las cuales nacían con el tamaño de un humano, “un auténtico monstruo” ya desde su más tierna infancia y con un ciclo vital probable de “centeneres de años”.

Confirman que, a pesar de los parecidos con el tiburón blanco, “no es de la misma familia”, aunque existen numerosas coincidencias en su comportamiento de caza y reproducción, siendo ovíparos, por ejemplo. En cualquier caso, la representación del megalodón, teniendo en cuenta que no existen esqueletos completos más allá de colmillos y vértebras, tiende a presentarlo como un tiburón blanco gigantesco con el triple de mandíbulas.

También podemos saber que el megalodón, que habitó los mares durante millones de años, entre el mioceno y plioceno, evolucionó perdiendo dientes laterales y cogiendo sierra en sus colmillos que siguieron aumentando de tamaño, hasta hace 16 millones de años se calcula que existió el antecesor del megalodón, a partir de entonces, inicia la historia del megalodón Otodus megalodon.

Un mar de tesoros

La aparición de restos de megalodón en suelo andaluz interior, incluso en Córdoba, no sorprende a los paleontólogos. Hay que tener en cuenta que en la era de la que hablamos, el Valle del Guadalquivir era un enorme mar interior flanqueado por Sierra Morena y las cordilleras penibéticas. Además, al igual que sucede hoy en el Estrecho de Gibraltar, la región actuaba como embudo migratorio, por lo que la zona era un sitio lleno de vida, propicio para la caza de orcas y ballenas.

“Andalucía es una joya, solo en la provincia de Huelva nos queda muchísimo por descubrir en patrimonio paleontológico”, señala Muñiz. La aparición de numerosos restos animales e incluso sociales, que van desde recientes hallazgos como el de un hueso de saurio marino en Ayamonte a huellas humanas de actividad neandertal en Matalascañas, atraen la atención sobre una región que demanda más investigación e inversión.

“Debería estar en un museo”, explican los investigadores andaluces. Con esta frase indianajonesca reclaman la creación de un foco de atracción para el turismo científico, “no entendemos por qué no existe un museo de paleontología en Andalucía” que albergue los numerosos hallazgos que la suerte y el trabajo de los paleontólogos han sacado a la luz de nuestro tiempo para hablarnos del pasado, pero también del futuro.

El horizonte del cambio climático

Las investigaciones sobre un extinto monstruo marino, probablemente el mayor depredador de los mares que ha existido jamás, son un reclamo para una disciplina científica que reclama más fondos. La paleontología trasciende las excavaciones y los suertudos hallazgos que se nos vienen a la cabeza. Hay mucho de análisis en laboratorio y prospección ciega que nos permite leer el relato que el planeta nos cuenta sobre su existencia a lo largo de una escala de tiempo inconmensurable.

Pero lo relevante no es solo lo que podemos aprender del pasado, sino del futuro. “La paleontología también nos habla de la adaptación a lo largo del tiempo”, señala Toscano, reflexionan sobre los cambios registrados en el nivel del mar de más de cien metros en las propias cotas andaluzas o sobre crisis climáticas. “Entender la adaptación de la vida a estas crisis es una herramienta indispensable para afrontar el cambio climático y la desaparición de numerosas especies que vemos hoy”, sentencia Muñiz.

Consultados precisamente por los motivos que llegaron al megalodón a su extinción, los investigadores no pueden evitar sonreírse, asumiendo que la investigación aún tiene sus limitaciones y hay incógnitas sin resolver. Apuntan a la aparición de animales competidores por el mismo alimento, más evolucionados socialmente, como eran las orcas que aprendieron a cazar en manada. Pero también hablan de cambios a largo plazo, como fue la salinización del Mediterráneo o el calentamiento de los mares, que llevaron probablemente a la desaparición del monstruo marino… eso si es que ha desaparecido, nunca se sabe.