Narro sin cortes: él se había abandonado a la endecha de un sábado de lluvia y luto. Yo al repaso de la tercera edición de Trapiello, donde salen cada vez menos héroes de la miseria moral de las armas y las letras: Clara Campoamor, Juan Ramón Jiménez, Chaves Nogales y, claro, Unamuno. Ah, y a unas papas con choco de las que decía mi abuela: si me muriera ahora mismo, no podría quejarme.

Llueve calmo y sin pausa y de pronto el puto guasap trae las novedades de las audiencias. Las audiencias consagran el nuevo orden mundial. La vida es soportable un par de puntos de share por encima de la cadena y un infierno un par de puntos por debajo. Los audímetros marcan el latido del corazón de los productores, ese temblor de las ocho de la mañana que marca la diferencia entre el bien y el mal. That’s life.

Y ahí es cuando sucedió: un berrido tipo seis de la escala Richter que hizo temblar el vecindario: Paquirrín, ese truño, había logrado un treinta por ciento en el basurero de Telecinco y aunque heces, audiencia y Telecinco vienen a ser la misma cosa desde hace millones de años, no dejaba de ser un dato escalofriante, que retrata con precisión el estado de la nación. Y la réplica fue súper (perdón) peor: en Andalucía (a pesar de Trajano, Séneca, Velázquez, Lorca, Camarón, la Alhambra, la Fundación Lara, el carnaval de Cádiz y todo eso), el dato ascendía hasta el cuarenta por ciento, esto es, diez puntos más que la media española. Y se me vino abajo, mi altocargo, con la rabia de los años de la Transición: sabes lo que te digo, que cuanto más vil es el opresor, más infame es el esclavo.

Por opresor, mi altocargo señala al imperio de la mierda ventilada que ha consolidado Vasile, no sin el elogio de legiones de creativos de televisión que entienden ensalivados que el despedazamiento en directo de una madre (andaluza, claro) por parte de su hijo (andaluz, por supuesto) a propósito de una herencia es una creación televisiva de enorme talento profesional.

Por esclavo, mi altocargo señala a ese casi millón de andaluces que amamantaron con delectación cinco o seis horas de pura bazofia y hiel. Todavía recuerda mi amore, con el mismo dolor de las úlceras malas, la portada que El País Semanal dedicó a Belén Esteban como regalo de compromiso por el enlace de T5 con Cuatro TV: “La princesa del pueblo”, llamaron a aquello.

Desde los rizos de Estrellita Castro a la calva de Paquirrín de los cojones, siglo y pico, los diferenciales de los indicadores económicos, educativos, culturales y sanitarios de Andalucía con el resto de la humanidad siguen donde solían, no así el de bares, que es uno de los mayores por metro cuadrado del planeta, ni de las audiencias millonarias de la telebasaura, que encuentra entre nosotros audímetros entusiasmados con el paroxismo de la horterez.

Así que el gran timonel de la nueva Andalucía no es el automoderado Moreno, ni el multiusos Bendodo ni el brumoso Marín (a quien ya todos sitúan en la sala de espera, del PP, por supuesto) sino este tipejo rechoncho y mal hablado, peor educado, sin formación ni profesión y fabricado por Vasile, que rompe las pantallas de las televisiones de los andaluces y se convierte en el modelo de la chavalería  para el futuro digital.

Y luego se preguntan algunos que de dónde vendrá el populismo fascista. Y luego se preguntan las interminables legiones de tertulianos de dónde vendrán las toneladas de votos de Vox en la Andalucía, crisol de las culturas de la humanidad. Dice mi altocargo: del basurero.