Ahora que la pandemia ha planteado la necesidad de someter a la mayoría de la población a test de salud para saber si están o no contagiados o si se han inmunizado contra la covid19, y cuando en el Congreso de los Diputados la extrema derecha ha pedido controles antidroga para saber si los parlamentarios acuden al hemiciclo bajo los efectos de sustancias psicotrópicas, cabe plantearse la necesidad de someter a los líderes políticos a chequeos de salud mental previos a la presentación de sus candidaturas o a su acceso a los puestos de más alta responsabilidad.

A la vista del comportamiento de líderes como el norteamericano Trump, el brasileño Bolsonaro o el filipino Duterte la cuestión planteada no es baladí. En Estados Unidos, más que un impeachment la oposición demócrata debería haber planteado un proceso de incapacitación del presidente actual por sus posibles patologías psiquiátricas.

Hay liderazgos tóxicos que a medio y largo plazo resultan letales para las sociedades que los padecen. Detrás de los discursos de odio que ahora proliferan en las redes sociales y en la realidad de pueblos y ciudades de todas las latitudes hay líderes maniáticos, obsesivos y con comportamientos compulsivos que erosionan las sociedades democráticas por muy consolidadas que estén.

El desprecio por la corrección política es un primer síntoma de los efectos causados por determinadas patologías que incitan a la violencia, al odio a las diferencias culturales o raciales y a la marginación de las personas más vulnerables 

En el aislamiento de los líderes tóxicos juega un papel fundamental la responsabilidad individual de la ciudadanía sana que debe abstenerse de contribuir acríticamente a la difusión de las mentiras y los bulos lanzados por los liderazgos enfermizos en el poder.

Los medios de comunicación tienen una responsabilidad social que brilla por su ausencia cuando actúan de altavoces reiterados de los disparates y barbaridades de los líderes que no están en sus cabales.