Probablemente, los partidarios de separar las elecciones no saben lo que cuesta un proceso electoral en España y por eso las piden separadas. Creo que somos muchos los que manteníamos la esperanza en un “superdomingo” el 26 de mayo, pero hemos perdido una gran ocasión para romper con la inercia política. Unir las consultas trae cuenta a la ciudadanía porque nos ahorramos dinero, combatimos la abstención y aumentamos la eficiencia de las distintas administraciones.

Separar las elecciones eleva el gasto público que sale del bolsillo de todos y cada uno de los españoles, aumenta el cansancio de los electores que se traduce en abstención y promueve la ineficacia del sistema democrático.

Las cifras son contundentes: las elecciones generales de 2015 costaron 185 millones de euros, su repetición en 2016 salió por 174 millones de euros de 2000 y estamos en los 36,5 millones de electores. En cada convocatoria nos gastamos en torno a los cinco euros por elector. Echando la vista atrás, en el 2000 tuvimos un gasto electoral nominal de más de 48 millones de euros para cerca de 34 millones de electores. El gasto real por elector se elevó entonces a 1,08 euros, según el estudio “La financiación de las elecciones generales en España, 1977-2000” , realizado en el Departamento de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid con la ayuda del Instituto de Estudios Fiscales.

En la mencionada contabilidad no se han imputado las horas de trabajo perdidas por la concesión de permisos retribuídos para votar a las personas que trabajan los domingos, ni las horas extras de las fuerzas de seguridad, ni el coste de los desplazamientos y otros muchos gastos directos e indirectos de cada convocatoria electoral.

Uno de los argumentos de los partidarios de separar las elecciones regionales de las estatales es que así no se sustrae el debate autonómico en beneficio del nacional, que acabaría por diluir los problemas regionales. Se equivocan de siglo, porque en el siglo XXI marcado por la globalización la interacción entre lo local, lo regional y lo estatal es mucho mayor que en el pasado más reciente.

Juntar las elecciones también es bueno para la pedagogía de la democracia, porque ayuda a comprender que los grandes retos de nuestro tiempo no tienen soluciones fáciles o parciales. La solución de los problemas de una comunidad no depende solo de la capital autonómica, pasa hoy por Madrid, por Bruselas y por otros continentes, como la vecina y hermana África.

Así las cosas, lo verdaderamente positivo e innovador es plantear la necesidad urgente de coordinar los distintos procesos electorales: locales, autonómicos y nacionales y celebrarlos conjuntamente un mismo día cada cuatro años. Todos saldríamos ganando.

Lo que también urge es que los debates, la participación ciudadana en las cuestiones públicas no se limiten sólo a las campañas electorales, sino que sea una tarea contínua que empape todo el tejido social los 365 días del año.