Continuando con las reflexiones invernales que comencé la semana pasada, empezaré a darles forma concreta pues su simple enunciación no abarca la complejidad que implican y plantearé la conveniencia de escudriñar en la percepción de la sucesión temporal de nuestra existencia en círculos concéntricos y sucesivos que responden a las vueltas de nuestro planeta alrededor del sol y determinan la sucesión de las cuatro estaciones (primavera, verano, otoño e invierno) de forma diferente en cada zona terrenal, aunque nosotros tendemos a generalizar el paisaje estacional en cuatro estereotipos sucesivos que nada tienen que ver con la realidad puesto que los cuatro revisten circunstancias muy distintas en cada zona del planeta.

Y además, guardamos en nuestro acerbo meteorológico una visión tendencial y regionalmente subjetiva de las cuatro circunstancias estacionales que luego enriquecemos con nuestra experiencia personal de las mismas según la percepciópn vital, individual y colectiva y la sucesión de otras experiencias biográficas acumuladas por los viajes, las vivencias, las lecturas y los visionados narrativos e iconográficos respectivos, acompañados de la consiguiente e imprescindible valoración ideológica que nos arrastra a tomar partido irremisiblemente en cada percepción y en cada narración.

Y eso, para no hablar más que de las cuatro estaciones, que luego se ven incrementadas e interferidas por los calendarios culturales, religiosos, santorales, escolares, sociales y laborales que modifican y enriquecen las apreciaciones de cada época del ciclo anual que cada uno ve desde el subjetivismo regional propio. Así, la visión del paisaje invernal muda radicalmente según la septetrionalidad o la meridionalidad planetaria de cada cual o de cada cuales y esto sirve igualmente para la Primavera, el Verano y el Otoño, como queda patentemente explicado en el discurso literario y en todos los de los lenguajes sectoriales que se observen y así mismo como ocurre en los discursos narrativos de los cuentos fantásticos populares que tantos frutos positivos arrojaron en los estudios lierarios de Vladimir Prop y su famosa escuela folklorista y formalista rusa.

En muchas de estas obras, la Primavera es un constructo ideológico y cultural con entidad y protagonismo propios que puede servir para marcar un vector autónomo de gran importancia en una época o en una producción cultural determinadas. Y esto vale también para la música y para todas las Artes Plásticas. Lo que ocurre es que en cada disciplina artística subyace un discurso de base que implica valoraciones estéticas y éticas determinadas y que están necesariamente ligadas a su mismidad cultural y a su razón de ser enunciada y comunicada.

Y si dejamos esta exposición a un lado para continuar más adelante la especficidad canónica de este discurso, diré que la época anual de la hibernación y del enfriamiento ambiental es el fondo semántico donde se desarrollan las historias narradas en la literatura popular y fantástica centro-europea y, por extensión o contagio, también en la literatura de ámbito mediterráneo, que hoy toma protagonismo por su posición hegemónica en el terreno editorial y comercial y en los numerosos medios dedicados a la industria cultural de público infantil y juvenil, cosa extraña pero explicable en zonas del Poniente Almeriense y de la Andalucía Marítima y curiosa si se conoce la realidad geográfica y medioambiental de estas zonas y su grado de implicación en las recientes estructuras comunitarias europeas, conceptos todavía culturalmente divergentes a pesar de sus muchas y crecientes implicaciones.