Quienes se llenaron la boca acusando al resto del abanico conservador de ser una ‘derechita cobarde’ que no tenía lo que hay que tener parecen estar siendo señalados ellos mismos por falta de coraje y determinación para hacer valer su ideología en los acuerdos que dieron al PP y Ciudadanos el Gobierno de Andalucía, donde los de Rivera ni siquiera quisieron sentarse con ellos a negociar y los de Casado los vienen toreando no con mucho arte pero sí con gran efectividad.

Vox ha aprendido de sus errores y no está dispuesto a permitir que ahora, en puertas de la negociación para formar gobiernos en ayuntamientos y comunidades donde sus escaños son decisivos, vuelva a sucederle lo que en Andalucía. 

Su líder, Santiago Abascal, lo ha dejado claro esta semana: “No será difícil llegar a acuerdos con quien se siente a dialogar con nosotros, pero será absolutamente imposible apoyar un gobierno de quien ni siquiera se siente a negociar con nosotros”. Todo un órdago para Ciudadanos.

El caso andaluz

¿Está haciendo Vox en Andalucía de ‘derechita tolerante’? Así parecería certificarlo, según ha sabido EL PLURAL, un informe postelectoral manejado por dirigentes de la formación ultra según el cual su fortísima caída –desde el 10,2 por ciento de las generales del 28 de abril al 6,2 de las europeas del pasado día 26– obedecería a la percepción de muchos de sus seguidores de que los de Abascal están siendo demasiado blandos en Andalucía, donde hicieron posible un vuelco histórico a un precio político irrisorio: Ciudadanos los trató como apestados y el pacto solemnemente firmado con el PP está plagado de compromisos genéricos que a muy poco comprometen al Gobierno andaluz.

 Las 19 exigencias –algunas de ellas durísimas– que Vox le planteó al PP antes de sentarse a negociar se tradujeron al final en 37 puntos cuya gestión está resultando para el PP extremadamente cómoda. Un dirigente andaluz con amplia experiencia negociadora, en conversación con este periódico, resumía con crudeza el perfil de los políticos de Vox: “Han sido unos pardillos”.

El presagio

Desde entonces, la tendencia a la baja ha sido innegable. Vox aguantó el tipo en las generales con respecto a los inesperados resultados obtenidos en las andaluzas del 2 de diciembre, pero el 10 por ciento de los sufragios obtenidos en toda España le supo a poco.

No se trataba solo de que el 11 por ciento que rozaron en Andalucía hubiera menguado en ocho décimas: es que sus expectativas eran lograr un crecimiento significativo –y aun espectacular– de votos que les permitiera ser decisivos en la conformación del Gobierno de España, como lo habían sido cinco meses antes en la fortaleza socialista del sur.

El batacazo

Pero lo que el 26 de abril había sido un presagio, un mes después se convirtió en un batacazo: Vox caía cuatro puntos en las europeas (6,20 por ciento), ya que el dato más bien mediocre logrado en municipales no es homologable con el de las generales dada la escasez de plazas electorales en las que concurrió Vox.

Aun así, en las autonómicas los resultados también fueron decepcionantes en territorios geográfica e ideológicamente contiguos a Andalucía, como Castilla-La Mancha o Extremadura.

Y por si todo ello fuera poco, el desastre certificado por las urnas era avalado por el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) conocido ayer y que otorgaba a Vox un escuálido 5,3 por ciento de respaldo electoral. ¿Qué había pasado? ¿Qué estaba pasando para que en solo seis meses se hubieran esfumado las grandes esperanzas suscitadas el 2 de diciembre en Andalucía?

El ruido y las nueces

En gran parte, las causas de la desbandada habría que buscarlas precisamente en Andalucía, donde Vox no ha hecho valer de manera efectiva los votos conseguidos el 2-D, hasta el punto de haber renunciado a los compromisos ideológicos más duros contraídos con sus votantes a cambio de obviedades –punto 1 del acuerdo con el PP: “El objetivo prioritario del Gobierno andaluz será la creación de empleo de calidad”–,  generalidades –punto 28: “Apoyar material, humana y documentalmente a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad que tienen encomendada la protección de las fronteras”– o incluso fruslerías –punto 30: “Luchar contra el turismo sanitario”–.

Desde que se configuró el Gobierno andaluz, en enero pasado, Vox ha ladrado mucho pero ha mordido poco, ha hecho bastante ruido pero apenas ha recolectado nueces. Ha conseguido, ciertamente, que la conversación pública ponga en cuestión la violencia de género o la memoria histórica, pero sin que ello se haya traducido en medidas concretas del Gobierno andaluz en línea con la exigencia ultra de reducir drásticamente o suprimir el presupuesto público destinado a estas materias.

La hora de la verdad

Por todo ello va a ser tan importante para Vox la negociación del Presupuesto andaluz de 2019, que el Gobierno de Juanma Moreno tiene previsto remitir hoy al Parlamento. No sin astucia pero con el consentimiento de Vox, PP y Ciudadanos han postergado su envío a la Cámara hasta pasadas las elecciones ante el temor de que los de Abascal plantearan exigencias electoralmente embarazosas.

Es, pues, la hora de la verdad para el tripartido andaluz. Valga como muestra un botón: Vox ha amenazado con no apoyar las cuentas si incluyen partidas para memoria histórica, pero el Gobierno andaluz ha reiterado que las habrá. ¿Quién se saldrá con la suya: la ‘derechita cobarde’ o la ‘derechona gallita’?