Lo piden todos los viernes millones de jóvenes y no tan jóvenes en ciudades de todos los continentes, que los parlamentos y los gobiernos aprueben una declaración de emergencia climática como ya lo han hecho países como Irlanda y el Reino Unido. En Madrid, el viernes pasado los manifestantes gritaban a las puertas del Congreso “es una urgencia, lo dice la ciencia.”

La emergencia climática que ya sufrimos debe convertirse en una urgencia política, no sólo para el Congreso, el Senado y el gobierno que salga, sino para todos los ayuntamientos y autonomías. Estamos en el momento más oportuno: estrenamos legislatura en el Estado, en los municipios y en la mayoría de las comunidades autónomas.

Los políticos no se deben quedar tan sólo en una declaración más o menos solemne que cumpla formalmente con lo que pide la calle. Tienen que legislar y decidir durante los cuatro años próximos para hacer realidad una agenda verde que penetre la actividad cotidiana de pueblos y ciudades.

Deben ir más allá de los gestos fáciles y pasar a los hechos concretos, sabedores que las únicas opciones para crear empleo de manera estable y sostenida son la transición energética, la economía circular, la agricultura ecológica y la movilidad compartida.

La urgencia política de actuar contra el cambio climático es ya una cuestión de supervivencia y de salud pública. El calentamiento global saca a más gente a las calles y ya sean peatones o ciclistas sienten la contaminación del aire como un problema acuciante.

Las administraciones públicas tienen que ayudar a neutralizar la resistencia de los sectores privados basados en el petróleo a esa transición ecológica que, también encuentra oposición en sectores sociales concretos, como ha ocurrido en Francia con el impuesto sobre el diésel que desencadenó la revuelta de los chalecos amarillos.

También es una urgencia política adoptar una fiscalidad ecológica que estimule el buen comportamiento cívico y que no se limite a castigar con más impuestos determinadas actividades que deben reconvertirse con tacto y equilibrio como hemos visto en el conflicto del taxi.