En el plácido remanso andaluz del presidente Juanma Moreno nada parece haber cambiado. La superficie de las tranquilas aguas se ha rizado ligeramente por el soplo de Vox, pero nadie diría que está en riesgo la estabilidad política de la que tanto presumen los dirigentes del Partido Popular y Ciudadanos.

A fin de cuentas, se dicen a sí mismos, las elecciones de ayer fueron nacionales y su resultado tiene efectos estrictamente nacionales, no locales. Sin embargo, la sombra del espectro ultra que desde el domingo recorre las Españas es lo bastante alargada como haber sembrado la inquietud en dos de las tres derechas ante el empuje de la tercera. 

Un puñado de votos

La secretaria general del PP-A, Loles López, declaraba esta mañana en Canal Sur Radio que las elecciones del 10-N han consolidado claramente al PP como segunda fuerza política tanto en Andalucía como en España. Exagera López: en España puede que sí; en Andalucía, desde luego que no.

Apenas 6.761 votos separan al PP de Vox, titular en el mapa andaluz de una tercera plaza que se parece demasiado a la segunda, a pesar de que el partido de Juanma Moreno haya logrado 15 diputados y el de Alejandro Hernández solo 12.

Alejandro ¿qué?

¿El partido de Alejandro qué? En efecto, quien hoy por hoy es la única cara visible de la ultraderecha andaluza no es precisamente el tipo de político capaz de enardecer a las masas: el abogado afincado en Córdoba que sustituyó al juez Francisco Serrano como portavoz de Vox tiene todas las cualidades que se requieren para ser un buen número dos pero ninguna de las que adornan a los llamados a ser número uno.

El escaso tirón popular de Hernández tranquiliza a Juanma Moreno y Juan Marín, que tienen todavía tres años de legislatura por delante para, cada uno por su lado, estudiar la manera frenar al socio que, de la noche a la mañana, se ha convertido en su más peligroso adversario.

Este Vox ya es otro Vox

A corto plazo, ni Moreno ni Marín van a desairar al partido del que depende algo tan valioso como la estabilidad del Gobierno andaluz, pero bastaría con que Vox encontrara un líder regional de cierto fuste para que sus socios empezaran a ponerse nerviosos.

Aun así, el hecho indiscutible es que el Vox del 11 de noviembre de 2019 no es el Vox del 2 de diciembre de 2018. El de hoy no es el partido con el que PP y Cs firmaron el pacto que garantizaba el cambio político en Andalucía. El partido minoritario de hace once meses al que Cs se permitió el lujo de tratar durante semanas como a un apestado, ha aplastado literalmente a los naranjas y mira de igual a igual a los azules. 

La soledad de Marín

El papel más comprometido ahora lo tiene Juan Marín, consciente de haber llegado a donde ha llegado gracias al tirón electoral de Albert Rivera y al empuje de la marca naranja.

Desde que se formó el Gobierno a principios de año, el vicepresidente y los suyos no han sabido aprovechar el amplio margen de discrecionalidad de que disponen para marcar un perfil propio. El perfil propio que, por cierto, sí está marcando Vox sin complejos.

Sea como fuere, desde ayer Marín está solo. Tal vez necesitaba esa soledad para demostrar si es capaz de volar sin tutelas. Con el partido dramáticamente desarbolado, sin medios ni ánimo para prestarle ayuda, Marín tendrá que arreglárselas solo para sobrevivir más allá del año 2022 en que formalmente termina la legislatura.

Si no hace nada con respecto a Vox, sus días políticos están contados, pero si hace demasiado puede desconcertar todavía más a los ya de por sí desconcertados votantes que le quedan. Mucha finezza va a necesitar Marín de aquí al 22.