El momento debió ser impactante. En el siglo XIX, unos exploradores llegaron a las dunas de las playas de Doñana buscando los restos de la mítica civilización de Tartessos, que se  decía que podían encontrarse bajo las arenas. No hallaron nada y terminaron por cesar las excavaciones, pero no así una forma de vida que aún hoy se mantiene en las cabañas frente al mar en las que residen pescadores. Hasta ellas nos lleva el cineasta debutante Manuel Muñoz Rivas en El mar nos mira de lejos. Para él, es “una suerte” que fracasaran. Su paralelismo con los exploradores es uno más de los elementos del film: “Ambos queríamos desenterrar una esencia, y yo también soy un forastero en esas tierras”. Sin embargo, no es una película sobre Tartessos; de hecho, el director desconocía ese mito cuando empezó a trabajar en ella.

Como miles de sevillanos más, Muñoz Rivas pasó los veranos de su infancia en Matalascañas. Su atracción por esos kilómetros de costa virgen hasta Sanlúcar de Barrameda fue la motivación original de El mar nos mira de lejos, que se presenta en el Festival de Cine Europeo entre las aspirantes al Giraldillo de Oro. Contiene una sucesión de imágenes hipnóticas que nos invitan a contemplar a los últimos pobladores de Doñana. La formidable belleza de los largos planos se impone a la narrativa convencional: “Privilegiamos la mirada sobre las cosas que miramos. No se trata de la urgencia para registrar lo que está pasando sino de elevar lo que tenemos delante hacia su imagen poética a través de herramientas del cine como el encuadre, el tiempo o la distancia”, sentencia el joven director.

El tiempo como tema

Hay en El mar nos mira de lejos algunos planos inmensamente emocionantes, que en apariencia no hacen otra cosa que registrar lo que vemos en cualquier visita a la playa, como una ola retirándose de la orilla. La magia del cine, debe ser. O más bien de los cineastas: “La película te va preparando para que esas imágenes hipnóticas te transmitan sensorialmente. Mediante rimas y resonancias, las cuestiones abstractas llegan a cristalizar en un momento determinado”, explica. Esa ola que se retira es el verano que se fue, el tiempo perdido, tema principal de la película. Otro de los planos más memorables recoge el movimiento de la arena de una duna. Se trata de “otra metáfora del tiempo, de la fugacidad de nuestro paso por el mundo. Las dunas van enterrando cosas, como hace el propio cine, que no es más que memoria embalsamada. La emoción que me produce el cine tiene que ver con eso: un trozo de tiempo retenido para siempre”, explica Muños Rivas, que por eso justifica que su creación sea cinematográfica y no una exposición de fotografías fijas.

El rodaje transcurrió durante más de siete semanas, con un equipo mínimo desplazándose por el terreno con un 4x4 gracias a un permiso especial, ya que la zona está cerrada a la circulación. El método de trabajo del director se relaciona con su propia concepción del cine. Sin un guión sólido, solo con notas e ideas de lo que quiere filmar, para él la película “es una mezcla de cosas que tenía pensadas y reescenifico y de regalos que recibo por estar allí con una actitud vigilante. Es un equilibrio entre lo que yo provoco y lo que escapa a mi control una vez preparo el espacio”. De esta manera, se quedan cortas las etiquetas de realidad y ficción. Algunas escenas que parecen puramente documentales no lo son, como la de los técnicos que miden el tamaño de las cabañas de los pescadores. El director alude a Robert Flaherty, que “no paraba de hacer puesta en escena en Nanuk el esquimal. El camino para llegar a la verdad puede ser la realidad misma pero también la ficción más absoluta”. Al final, la idea central de su trabajo en el cine, lo que este le permite es “hacer inmersión en el mundo. Mi naturaleza como persona es contemplativa, pero esto lo llevo con cierta frustración”.

Los hombres de las cabañas

El elemento humano es otro de los que más impresionan de El mar nos mira de lejos, que nos muestra a los singulares habitantes de esas cabañas en las dunas, que pescan y extraen agua de los pozos de una manera arcaica, como representando el fin de una forma de vida. Sin embargo, también tienen teléfonos y televisores y generan la electricidad mediante placas solares. “Me atraía la figura del ermitaño romántico”, reconoce Muñoz Rivas, “pero en ellos hay otra cosa que tiene más que ver con la picaresca, con vivir al margen del contrato social buscándose la vida”. En muchas de las imágenes, vemos a estos personajes en soledad en mitad de la imponente naturaleza, lo que permite al director “entender mejor lo que significa ser un hombre. Así me quito el ruido de lo social y lo colectivo”, explica.

Aunque representa una forma de cine distinta a la de los títulos que solemos ver en salas, El mar nos mira de lejos tendrá estreno comercial en enero, tras pasar por algunos festivales más y quién sabe si con premio en el de Sevilla, donde ha llenado todas sus sesiones con una gran acogida. Producida con ayuda del ICAA, la Junta de Andalucía, fondos europeos, ayuda holandesa y la participación de Canal Sur, pese a ser una producción modesta, para Muñoz Rivas, que conoció en la Escuela de Cine de Cuba a sus principales colaboradores, “tiene gracia que nos llamen cineastas independientes. Somos totalmente dependientes”.