“Alguien debió de haber calumniado a Josef K, porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana”. El estremecedor arranque de la novela de Franz Kafka ‘El proceso’ no habría desentonado en los 25 folios de la sentencia 147/19 que ha dictado este mes la Sección Cuarta de la Audiencia de Sevilla, en resolución de la causa 222/15 instruida cuatro años atrás por el Juzgado de Instrucción 15 de Sevilla.

Tras las signaturas 222/15 y 147/19 se esconde un proceso con al menos dos víctimas a las que una justicia poco concienzuda enfrentó como si hubieran estado en bandos distintos, cuando en realidad siempre estuvieron en el mismo.

La víctima número uno fue una niña de 14 años que había sufrido acoso escolar y a la que le fue detectado un herpes genital que solo puede producirse por contacto sexual.

La víctima número dos fue la doctora responsable de la Unidad de Pediatría Social del hospital Virgen del Rocío de Sevilla, Macarena Anchóriz, procesada y finalmente absuelta por tramitar el diagnóstico de la chica como un posible caso de abuso sexual.

La Fiscalía se apresuró a interpretar la decisión de Anchóriz como simulación de delito, agravada con una supuesta falsificación de documento público.

En pocas palabras

El resumen más certero del desgraciado ‘caso Anchóriz’ lo hacían el exgerente médico del hospital Macarena Laureano Fernández y 148 profesionales más en una carta publicada el pasado día 1 en Diario de Sevilla.

Con el título de ‘Los profesionales sanitarios ante el maltrato infantil’ y tras recordar que, desde hace varias décadas, el Virgen del Rocío cuenta con una Unidad de Pediatría Social que ha atendido casos tanto de Sevilla como de otras provincias, los firmantes resumían así lo sucedido:

“Lo que se comunicó como una sospecha de maltrato dentro del protocolo con el que se lleva trabajando todas esas décadas se malinterpretó como una denuncia falsa, y a partir de ahí se han sucedido informaciones que desafortunadamente han tenido como consecuencia un juicio paralelo a una profesional muy respetada por todos los pediatras de Andalucía y de fuera de nuestra comunidad”.

“Quiero recuperar mi honor”

A Macarena Anchóriz el proceso judicial le ha partido la vida en dos. Quien entró en el túnel judicial en 2015 no es la misma persona que ha visto la luz cuatro años (y muchas lágrimas) después.

“Quiero recuperar mi honor”. Es la frase que, en conversación con este periódico, repite la doctora Macarena Anchóriz mientras repasa ese procedimiento del que, como deja entrever la sentencia absolutoria, la justicia no tiene precisamente motivos para sentirse orgullosa.

“Quiero recuperar mi honor”, repite mientras, al borde del llanto pero reteniéndolo con determinación, rememora la aflicción que le ocasionó ver publicado su nombre completo en un diario de Sevilla de gran circulación que se hizo eco del procesamiento en varios artículos con un sesgo condenatorio muy marcado.

Un tribunal estupefacto

Es seguro que el fiscal Norberto Sotomayor Alarcón, que pedía para Anchóriz penas que sumaban casi cuatro años de cárcel, no habrá quedado nada contento con la sentencia dictada el pasado 1 de abril por el tribunal de la Sección Cuarta de la Audiencia de Sevilla integrado por los magistrados José Manuel de Paúl Velasco, Margarita Barros Sansinforiano y Francisco Gutiérrez López.

Nada contento no por la absolución misma de la acusada, que a fin de cuentas sería un gaje más del oficio de fiscal, sino porque la sentencia dice textualmente que en “este dilatado proceso no debió llegar siquiera a abrirse juicio oral”.

Y nada contento porque, más allá de la contundencia con que el tribunal dicta su absolución, el ponente de la sentencia escribe en ella que “solo estupefacción puede producir al tribunal que la referida acusación de falsedad se dirija a la Dra. Anchóriz”.

Una hipótesis insostenible

Para el tribunal, el herpes genital que médicos del servicio de Urgencias del Hospital Virgen del Rocío diagnosticaron a la niña en marzo de 2015, dando traslado del mismo a la Unidad de Pediatría Social que gestiona la doctora Anchóriz, justificaba sobradamente la sospecha de que la chica podía haber sido víctima de abusos o agresión sexual, ya que dicho herpes “es una enfermedad de transmisión sexual y solo sexual”.

La chica y los padres siempre negaron tal posibilidad. También lo hizo la Fiscalía, impulsora de la denuncia y para quien la hipótesis de la agresión sexual era una “mera invención de la acusada”. Todo lo contrario opina el tribunal sentenciador: la doctora “nada inventó ni nada falseó, y la hipótesis acusatoria es por completo insostenible”.

Aunque en una segunda exploración realizada a la chica el 20 de abril en la consulta de Dermatología del hospital no había rastro visual de la úlcera genital, lo cual llevó a la Fiscalía a concluir que el anterior diagnóstico había sido “erróneo”, la sentencia descalifica esta “atrevida afirmación del escrito de acusación”, y lo hace subrayando con tono algo zumbón que habría bastado “una excursión por la web para informarse” de que, en las fases de latencia, el virus causante del herpes genital “se excreta de modo intermitente, variable e impredecible”, por lo que la nueva prueba solo habría arrojado “un resultado positivo por afortunada coincidencia de la toma de la muestra con uno de esos momentos de excreción”.

Alguien no hizo bien su trabajo

En consecuencia, la doctora “no tenía ningún motivo racional para poner en duda” el diagnóstico inicial de los médicos de urgencias, ni tampoco para desechar unas sospechas de agresión apuntaladas, además, por el hecho de que la chica había sufrido problemas de acoso escolar y fue por ello trasladada a otro instituto.

La contundencia de los argumentos médicos aportados por el tribunal sugiere que tal vez ni la Fiscalía ni el Juzgado de Instrucción 15 de Sevilla hicieron bien su trabajo, dado que ni siquiera habrían llegado a realizar esa simple “excursión por la web para informarse” de que el herpes que tenía la niña solo se podía producir por contacto sexual.

Esa falta de diligencia se vería agravada por el hecho de que el caso llegó erróneamente en mayo del año pasado a juicio en un juzgado de lo penal de Sevilla, cuyo titular le pidió disculpas a la acusada antes de comunicar a las partes que, dadas las elevadas penas solicitadas por el fiscal, la vista debía celebrarse en la Audiencia, no en un juzgado. El error alargó la causa contra Anchóriz 11 meses más.

El malentendido

Para el tribunal, el origen del caso fue “un monumental malentendido” entre la doctora y el juzgado de guardia al que ella comunicó telefónicamente ese 20 de abril que debía enviar al hospital a una médico forense, quien a su vez habría entendido erróneamente que era llamada al centro médico para “comprobar una posible agresión sexual reciente y violenta y así se lo comunicó a los padres de la menor, con el consiguiente desconcierto de estos y el aumento de su indignación con la doctora”.

El malentendido tomó cuerpo a su vez porque la forense “consignó en su informe ausencia de lesiones e himen íntegro”, un diagnóstico que no era incompatible con el realizado por los médicos de urgencias el 9 de marzo, pero sí con la errónea suposición de la forense de que había acudido a comprobar un caso de “agresión sexual reciente y violenta”.

El error de la forense habría sido favorecido a su vez por lo que el tribunal denomina “el exótico escrito” del secretario judicial -¿otra pieza más del engranaje que no hizo bien su trabajo?- dando curso a la petición de la acusada, a la que, también erróneamente, el funcionario atribuía la decisión de llevar a cabo una “exploración no consentida de la menor” debido a una “presunta agresión sexual al presentar úlceras genitales”.

Dos crucecitas

A la, según el tribunal, infundada acusación de simulación de delito la Fiscalía añadía también la de falsificación de documento público, y ello porque en el informe emitido por los médicos del servicio de Dermatología que, junto a la acusada, examinaron a la chica el 20 de abril de 2015, la doctora Anchóriz “añadió dos cruces o aspas marcando las casillas de ‘agresión sexual’ y ‘maltrato’ que al parecer el médico firmante no había puesto”.

La sentencia también es taxativa al rebatir las conjeturas de la Fiscalía por la presencia de esas “dos crucecitas en un documento mucho más extenso y sustancialmente veraz” y del que, en rigor, la doctora Anchóriz era “la verdadera responsable, aunque lo firmarse, como encargado de la primera asistencia a la paciente, el residente de Dermatología”.

Un poco de luz

El lado luminoso de toda esta oscura historia –cuya derivada mediática guarda algún eco con el célebre título de Heinrich Böll ‘El honor perdido de Katharina Blum'– ha sido la solidaridad de los compañeros de Anchóriz, que siempre estuvieron con ella y que el pasado 10 de abril se concentraban a las puertas del hospital Virgen del Rocío para trasladarle públicamente su apoyo una vez más.

En la concentración estuvieron el nuevo gerente del centro, Manuel Molina, el presidente del Colegio de Médicos de Sevilla, Alfonso Carmona, o el del Sindicato Médico, Rafael Ojeda.

Días antes, cuando se conoció la sentencia absolutoria, en su cuenta de Twitter la anterior directora gerente del hospital, la cardióloga Nieves Romero, comentaba el fallo judicial a en estos términos:

“Hoy es 1, día muy importante para la lucha contra el maltrato infantil que realizamos los sanitarios, especialmente los médicos de familia y los pediatras. Nuestra compañera Macarena Anchoriz ha sido declarada INOCENTE. ¿Quién limpia ahora su honor? El ataque del ABC fue intolerable”.

La tercera víctima

En opinión de fuentes médicas, las consecuencias de este proceso judicial no han sido únicamente las sufridas por la doctora Anchóriz: “Hay médicos que ahora se lo piensan mucho antes de trasladar a un informe escrito sus sospechas de maltrato”.

Además de la pediatra absuelta y de la chica del herpes genital, existe el riesgo de una tercera víctima que sería no individual, sino colectiva: los niños que hayan podido sufrir algún tipo de abuso, pero a los que no se les habría aplicado el protocolo de maltrato por el miedo de los facultativos a ver lastimado su honor en un proceso kafkiano de incierto desenlace.