La fontanería intelectual del palacio del San Telmo debió de ponerse a trabajar ayer mismo en la elaboración de las respuestas políticamente correctas que tendrá que dar el Gobierno andaluz cuando le pregunten si la tercera pata que lo sostiene es un partido ultraderechista cuyo líder nacional vivió durante años de “mamandurrias” procedentes de “chiringuitos” de alguna “comunidad autónoma”.

Los entrecomillados los pronunció ayer el presidente nacional del PP, Pablo Casado, en su insólita rueda de prensa al término de la reunión del comité ejecutivo del partido. Tras escuchar el clamor interno contra su derechización durante la campaña electoral, Casado no se limitó a girar hacia el centro político, sino que identificó explícitamente a Vox como un partido “de extrema derecha” y arremetió contra su líder en unos términos que ni siquiera la dura piel de un político suele pasar por alto.

La familia

Casado no tenía necesidad alguna de atravesar esa línea roja que separa el reproche político, por muy agrio que sea, del ataque personal, pero lo cierto es que la atravesó y que ese salto no es un buen presagio para la estabilidad del Gobierno andaluz, cuya dependencia parlamentaria de los 12 diputados de Vox deja al presidente Juanma Moreno en una posición ciertamente embarazosa.

Aunque, siendo un partido tan nuevo en España, sus parámetros de comportamiento político son todavía una incógnita, Vox pertenece a esa familia europea de la ultraderecha nacionalpopulista cuya inclinación a la bravuconería y el escarnio son marca de la casa.

Es dudoso que Santiago Abascal no sobrepase más pronto que tarde con respecto a Casado la línea roja que éste traspasó ayer con él, lo que a su vez haría más comprometida la posición de Moreno, obligado a salvaguardar el apoyo de Vox por un lado y a defender, llegado el caso, el honor del presidente de su partido, por otro.

37 puntitos

En el Partido Popular andaluz y en el Gobierno están muy seguros de que Vox se atendrá lealmente a lo firmado en enero por Teodoro García Egea y Javier Ortega Smith, cuyo contenido de 37 puntos fue fruto de una negociación mucho más fácil y rápida de lo que la fanfarronería inicial de Vox hacía presagiar.

Cuando se pregunta a dirigentes del PP por el alcance de sus compromisos con Vox sugieren con malicia a su interlocutor que lea con atención esos 37 puntos efectivamente firmados que, en la práctica, obligan a muy poco al presidente Moreno.

De los escasos epígrafes del pacto que, por su concreción insoslayable, cabe calificar propiamente de puntos y no de puntitos, el Gobierno ya ha incumplido al menos uno: no ha creado la Consejería de Familia que dice el punto 18 del pacto, sin que Vox haya protestado por ello.

Elogio de la paciencia

Los ultras están exhibiendo una paciencia bíblica con sus socios. No desconocen que Ciudadanos les tiene poca consideración, como si los naranjas no estuvieran gobernando gracias a ellos y solo a ellos, y son conscientes de que el PP no les tiene precisamente miedo, pero todo ello puede cambiar después de que Pablo Casado se haya decidido a agitar imprudentemente el estanque ultra.

No es improbable que, después de las municipales y autonómicas del día 26 o incluso durante la campaña de estas, Vox dé una vuelta de tuerca a su relación con el Gobierno andaluz, aunque la prueba de fuego de esa relación tendrá lugar cuando empiecen a negociarse los Presupuestos de 2019, donde el Gobierno se ha comprometido públicamente a incluir partidas de memoria histórica y contra la violencia de género y Vox ha amenazado con no apoyarlos si la ley incluye tales consignaciones presupuestarias.

Contando votos

La confianza del PP en la lealtad de Vox también se ha visto apuntalada por los excelentes resultados andaluces del partido ultra en las elecciones del domingo. Frente a la media española del 10,26 por ciento, en Andalucía Vox obtuvo un 13,38 por ciento, casi dos puntos y medio más de lo logrado en las autonómicas del 2 de diciembre.

La dirigencia nacionalpopulista tiene, pues, buenos motivos para pensar que en Andalucía están gestionando con prudencia el patrimonio conseguido hace cinco meses: 215.000 votos –un 35 por ciento– más el 28-A que el 2-D son una excelente razón para no poner en peligro una plaza de tan altísimo valor político y simbólico como la Junta de Andalucía.

Los votantes de Vox son en su mayoría exvotantes del PP y esa genealogía constriñe la libertad de movimientos del partido de extrema derecha. Ahora bien, hemos visto cuánto la constriñe pero no sabemos hasta cuándo lo hará. Con sus ataques, Casado puede estar estimulando peligrosamente la cólera de Abascal, y un político ultra encolerizado no es lo mismo que un político normal cabreado.