La biografía de Alfredo Pérez Rubalcaba podría ilustrar una edición de regalo para militantes socialistas del librito de Max Weber El político y el científico, que en realidad no es propiamente un libro, sino dos sagaces conferencias sobre la naturaleza de ambas vocaciones.

Rubalcaba las tuvo las dos, aunque la de científico apenas la ejerció porque fue devorada por la pasión de la política, una diosa que se presta mal a compartir sus fieles con ninguna otra deidad. En Rubalcaba había en realidad una tercera pasión, que era la de velocista de atletismo, pronto truncada por una grave lesión.

El velocista

Saber que Alfredo Pérez Rubalcaba fue un velocista de élite suena raro. Es como escuchar a un futbolista encadenando varias oraciones subordinadas sin perder el hilo. Suena raro incluso después de ver aquella borrosa fotografía en que salía con barba corriendo como alma que lleva el diablo.

Con Rubalcaba siempre se tenía la impresión de que ocultaba algo, aunque no lo ocultara. Viendo aquella borrosa foto juvenil suya corriendo los 100, y que parecía tomada desde muy lejos por algún espía agazapado en las gradas del estadio, se afianzaba la sospecha de que el atletismo era sólo una tapadera. Por supuesto, no lo era, pero Rubalcaba se prestaba a elucubraciones así. Tanto se prestaba que sus enemigos llegaron a escribir no pocos libros y cientos de artículos contra él a base de sospechas y elucubraciones cuyo parecido con la realidad era pura coincidencia.

Fue también por entonces cuando la Policía asesinó al estudiante Enrique Ruano, que también había estudiado en el selecto colegio del Pilar, como Rubalcaba. Lo asesinaron tirándolo por una ventana en el invierno del 69. Rubalcaba confesó que aquel crimen contribuyó mucho a que entrara en política, si bien antes de recalar en las filas socialistas en el 74 coquetearía con comunistas, troskistas y anarquistas: lo normal por aquel entonces, si no estabas preparando oposiciones a registrador de la propiedad o a inspector de Hacienda.

Ciencia y política

Tras licenciarse en Química, se doctoró con Premio Extraordinario y más tarde obtuvo una plaza como profesor titular de la Facultad de Químicas. Parecía tener una prometedora carrera científica por delante. La revista Cambio 16, que en los años finales del franquismo era una de las escasas publicaciones de referencia para los lectores con inquietudes políticas, incluyó su nombre en un reportaje sobre jóvenes promesas de la investigación científica.

Pero, tras unos pocos años en la Universidad, la vocación política ganó la partida y en 1982 se incorporaba al Gobierno de Felipe González, donde sacó adelante la Ley de Reforma Universitaria (LRU), luego la Ley Orgánica del Derecho a la Educación (LODE) y después la LOGSE. La patria perdía un profesor, pero ganaba un político.

Rubalcaba se había afiliado en 1974 a Convergencia Socialista, un pequeño partido del que formaba parte gente como Joaquín Leguina o Juan Barranco y que poco después se integraría en el PSOE.

Un adversario inesperado

Quién había de decirle a Alfredo Pérez Rubalcaba cuando empezó en política a mediados de los setenta proveniente de la Universidad y cuando ocupó en 1982 su primer cargo institucional en la Secretaría de Estado de Universidades que su adversario político más famoso iba a ser un tipo con una sola pierna, armado con unas muletas y conocido como el Cojo Manteca, icono de las protestas estudiantiles del curso 86-87 que acabarían llevándose por delante al ministro de Educación José Antonio Maravall.

De aquellas protestas contra la subida de tasas universitarias y a favor de más inversiones en educación apenas queda nada en la memoria colectiva, salvo aquel joven de estética punki y endiablada puntería con sus muletas cuando tenía delante una farola intacta.

Un topo en el barrio de Salamanca

Nunca circularon muchos datos de los orígenes familiares de Alfredo Pérez Rubalcaba. Se sabe que tenía dos hermanos y dos hermanas; que nació en la localidad cántabra de Solares en el 51, aunque muy pronto se trasladó a vivir a Madrid, de cuyo selecto barrio de Salamanca fue vecino; que estudió en el también distinguido colegio del Pilar; que se casó con Pilar Goya, también química, a finales de los setenta y no tuvieron hijos aunque adoptaron dos sobrinos; que uno de sus abuelos tenía una carnicería; que una de sus tías se llamaba Cuchi; que su padre combatió en la aviación franquista en la Guerra Civil y luego se hizo piloto de Iberia; que también tuvo un abuelo republicano aunque lo supo muy tarde; y que en general su familia era muy conservadora, pero su compromiso político con la izquierda no desencadenó ningún psicodrama familiar más allá de los propios de la época en tantas familias de derechas cuyos hijos decidían hacerse de izquierdas.

El aviador

El escritor Juan José Millás publicó un amplio reportaje sobre él muy bien escrito, pero cuyo sugestivo título Rubalcaba privado era notoriamente inexacto. El líder socialista era poco dado a confidencias: ni ante los periodistas a los que conocía ni, por supuesto, ante aquellos que no conocía. En esa discreción se notaba que Rubalcaba entendía bastante de periodistas.

De su padre contaba en ese reportaje que era un hombre que, pese a ser de derechas, 'no carecía de sensibilidad social, muy trabajador, entró en Iberia como mecánico de vuelo y de ahí llegó a piloto'. Y lo mejor de todo: 'Se llamaba a sí mismo aviador, no piloto'.

En ese último y rápido apunte como de pasada despuntaba una admiración contenida, asomaba ese amor austero entre padres e hijos varones que se siente incómodo cuando alguien lo llama amor; en ese recuerdo, en fin, se insinúa esa ternura sutil que algunas mujeres decían ver en Rubalcaba: recordar que su padre no se llamaba a sí mismo piloto sino aviador era una manera de reivindicarlo sin parecer que lo hacía.

Más del Madrid que Gento

Rubalcaba era más del Madrid que Gento o Di Stéfano. Él mismo se reconocía como un forofo del Madrid, 'un madridista exacerbado', dice un amigo, pero no había manera de que admitiera sentir fobia por el Barça, lo cual, como bien saben millones de madridistas, es metafísicamente imposible.

En cine y al contrario que Alfonso Guerra, que la película que ha visto decenas de veces y además las tiene contadas es Muerte en Venecia, que es una cinta para intelectuales, la que más había visto Rubalcaba era Primera plana, que es una película para gente normal donde se examinan con humor pero sin piedad las relaciones entre políticos y periodistas.

Adoraba también la serie El ala oeste de la Casa Blanca, que es una serie para todo el mundo pero especialmente para políticos y periodistas: al final iba a ser cierto lo de que Rubalcaba no descansaba de ser Rubalcaba ni siquiera cuando estaba de descanso viendo películas en casa.

Belcebú es cántabro y nació en el 51

Aunque, como tantos de su generación, Alfredo Pérez Rubalcaba perdió la fe hacia los 16 años como diciendo aquí paz y después gloria, personas muy devotas y en algunos casos directamente a sueldo de la Iglesia, entre cuyos preceptos figura el mandato de no mentir, sostuvieron durante mucho tiempo que el diablo había nacido en Cantabria en 1951, se llamaba de nombre Alfredo, de primer apellido Pérez y de segundo Rubalcaba.

Todo esto –literalmente– dijeron de él: que era una excrecencia humana; un drogadicto del poder; el ministro que acabó con la asignatura de Religión y que, no contento con eso, destruyó la educación en España; el hombre que consiguió manipular a varios millones de españoles para que no votaran al PP el 14-M; el mismo que seguramente estaba al tanto de lo que iba a pasar el 11-M y que luego se dedicó a proteger a jueces, fiscales, policías y peritos que se habían confabulado para ocultar pruebas e impedir que se conociera la verdadera verdad verdadera del 11-M; el hombre que excarcelaba etarras y se burlaba de las víctimas; el tipo cuya sonrisa mefistofélica de vez en cuando se transmuta en carcajada diabólica; alguien que se levanta desayunándose un sapo y se acuesta cenándose una rata…

Este pliego literal de cargos es sólo un resumen de la detallada relación reunida por José María Izquierdo en su libro Las mil mentiras más feroces de la derecha de la caverna.

El enigma

Aun así, la cosa más extravagante que se ha dicho nunca de Rubalcaba es esta: 'No piensa. Es que Rubalcaba es tonto'. También es verdad que quien la dijo fue el locutor Federico Jiménez Losantos, que será un lince para algunas cosas, pero no para calar a la gente, y menos que a nadie al propio Jiménez Losantos. Con decir que se considera a sí mismo un liberal está dicho todo.

Y es que el verdadero enigma de la personalidad del dirigente socialista no estaba propiamente en su personalidad. El enigma era por qué tenía tantos enemigos y, muy en particular, por qué todos ellos se tomaban a Rubalcaba poco menos que como una injuria personal.

Sin restarle mérito, había una cierta desproporción entre su personalidad y su leyenda. Es un tipo brillante, sí, con buen pico, con peso político, pero nunca tuvo, por ejemplo, el carisma de un Felipe González. Se entiende que la derecha odiara a González y hasta creara un Sindicato del Crimen para echarlo del poder, pero Rubalcaba no es un adversario imbatible. Duro de roer, tal vez, pero no imbatible.

La explicación de este enigma sólo puede ser el 11-M, es decir, el 14-M. En aquellas elecciones la derecha sufrió algo mucho peor que una derrota: sufrió una derrota sin honor. La gente creyó que mintieron y por eso los echó, pero a cualquiera le resulta imposible admitir ante sí mismo y ante los otros que lo echan por haber intentado sacar ventaja política de un atentado con 192 muertos. Rubalcaba salió la noche anterior diciendo que el Gobierno había mentido, y esa acusación resultaba insoportable porque era no ya verdadera, sino algo peor: era demasiado verdadera.

Por eso lo acosaron incesantemente con el caso Faisán, que quedaría judicialmente en nada, o por eso jamás quisieron reconocerle con deportividad que su papel en la derrota de ETA había sido determinante.

El relato que la caverna hizo de Rubalcaba era un mito en lo que se refería a Rubalcaba, pero era un fiel retrato en lo que se refería a la propia caverna.