“Recuerdo muy bien la impresión de violencia y pobreza que me produjo Almería la primera vez que la visité”. La pregunta de todas las preguntas (después de Susana y la perplejidad, después de Teresa/Maíllo y la inimportancia) es “lo de Almería”, que viene a ser la sustanciación de todas las contradicciones: empresarios agrícolas forrados con la mano de obra intensiva, barata y en muchos casos ilegal de inmigrantes (moros, subsaharianos, sudacas), son los patrocinadores del voto masivo a la extrema derecha que quiere expulsarlos.

La cita de Goytisolo sobre su propia memoria (1959) y aquella narrativa viajera con profundo trasfondo político contra la dictadura franquista, se ha tornado útil para encontrar respuestas. La Almería de ahora, ese “mar de plástico” de la poesía del cultivo intensivo, nada tiene que ver con aquel desierto de cortijadas esparcidas por los campos de Níjar, mucho más cerca del drama lorquiano de Bodas de sangre que del milagro agroindustrial que inunda de verdura fresca cada mañana los mercados de Europa. Y sin embargo, la impresión de violencia y pobreza no ha desaparecido.

Mi altocargo, que a veces echa sal en las heridas, recita un meme que alguien le envió pocas horas después del terremoto de diciembre: “necesito 25 ultraderechistas para recoger tomates: pago 400 euros al mes, diez horas al día, soy patriota, no quiero contratar inmigrantes”.  Suele servir para adentrarse en las refriegas dialécticas del personal sin necesidad de calentamiento previo. Y a fe que lo consigue.                

Es muy plástico (nunca mejor dicho) almeriense imaginarse a la muchachada entusiasta de la banderita en la pulsera del rolex de Vox adentrarse en los 40 grados de los invernaderos para hacerse con el trabajo que les están robando los malditos sudacas, los malditos moros y los malditos senegaleses. La verdad es que no suele haber carcajadas. Más bien muecas de incomodidad.

Para encontrar la pobreza de Goytisolo ahora, hoy, mañana, el viajero sólo tiene que dejar Níjar a su izquierda y adentrarse hacia Campohermoso, un horrible paisaje que precede a la salvaje hermosura del Parque Natural. A la entrada de la población, según se mira al levante, un mísero barrio de casas inundado de inmundicia, mal olor, ropa tendida y, sin buscar demasiado, niños descalzos, nos explica que estamos en una de las residencias habituales de la población inmigrante que trabaja en los invernaderos de la zona. Una de dos: o los sueldos no dan para más o se los gastan en copas y mujeres malas. 

La otra pregunta que no genera carcajadas en las tertulias es si la inquietante explosión de Vox en Almería tendrá o no una traducción en las vidas y las expectativas de la población extranjera, si esa amenaza de expulsión de la ultraderecha consentida por los propios empresarios que les malcontratan va a seguir campeando  y sin respuesta.

Y es aquí donde se le caen a una los palos del sombrajo del invernadero almeriense. Se puede entender que Susana todavía esté traspuesta y que los socialistas así mismos llamados anden con la cavilaciones contra la culpa de Sánchez y sus devaneos independentistas. Se puede entender que Teresa/Maíllo estén aún noqueados por su resultado “alabaja” y muy agobiados ahora por el gran debate de los parias andaluces: si el errejonismo y el pabloiglesismo se suicidan entrambos.

Se puede entender tanto que explica perfectamente el desamparo de “esa gente que no es  de nadie”, porque seguramente no pueden, no saben o no quieren votar. Se puede entender tanto que explica perfectamente la desmovilización de la izquierda, la metástasis del tumor que la está matando. Campos de Níjar, allá tan lejos. De Sevilla.