Tras materializarse pese a las resistencias de Madrid la esforzada confluencia de Izquierda Unida y Podemos Andalucía, otra confluencia podría ir tomando forma a la vuelta del verano: la de Pedro Sánchez y Susana Díaz adelantando y haciendo coincidir el calendario de las elecciones andaluzas y las elecciones generales.
La pregunta de Sánchez
Estaríamos ante algo menos que una certeza pero algo más que una conjetura. Las sensibles alarmas del periodismo político madrileño se pusieron en modo alerta después del encuentro del pasado lunes, políticamente fructífero para Andalucía, entre Susana Díaz y Pedro Sánchez en el que este se interesó por las intenciones de su antigua adversaria orgánica sobre la celebración de las autonómicas.
Fuentes parcialmente conocedoras lo hablado en la reunión, que duró más de dos horas y cuya agenda era en principio estrictamente institucional, aseguran que Díaz se limitó a decirle a Sánchez que no tenía tomada ninguna decisión al respecto. Sin duda debieron profundizar en la cuestión, pero las fuentes consultadas no pueden asegurarlo ni aportar más detalles.
En el entorno de la presidenta y en las alturas del PSOE andaluz se sostiene que es cierto que Díaz tiene desde hace tiempo el asunto del adelanto sobre la mesa pero, en efecto, no ha tomado ninguna decisión. ¿Si la hubiera tomado se la habría desvelado a Sánchez? No es probable, calculan algunas fuentes, dada la desconfianza política y la hostilidad personal que sigue existiendo entre ellos. Si Susana se decide a adelantar se lo tendría que comunicar a Pedro, claro está, pero es poco probable que el presidente fuera la primera persona en saberlo.
Globos y susurros
Ese mismo lunes 23, desde el entorno de la Moncloa se deslizó con discreción el globo sonda de un posible adelanto de las generales coincidiendo con las andaluzas, que tocan en marzo pero que podrían adelantarse a finales de octubre o a noviembre. Veinticuatro horas después, la ministra portavoz Isabel Celáa engordaba un poco más el globo asegurando que si bien “nadie está pensando en adelantar las elecciones” generales, también es cierto que “nadie va a resistir más allá de lo razonable, sería absurdo”.
¿Esos susurros al oído, siempre voraz, de algunos periodistas políticos y esas palabras en voz alta de la ministra Celáa eran las dos patas de un mismo banco? ¿Quería el Gobierno sondear cómo sería recibida por la opinión pública la posibilidad de un adelanto electoral? Si fue así, pronto pareció convencerse de que no había sido una buena idea: al día siguiente, miércoles 25, la vicepresidenta Carmen Calvo zanjaba la cuestión afirmando con rotundidad que “no va a haber adelanto electoral”. ¿Y si el Gobierno no logra aprobar los Presupuestos?, le preguntaron. “Es que habrá Presupuestos de 2019”.
Un baño inesperado
La declaración de Calvo tenía lugar 48 horas antes de que el Gobierno sufriera en el Congreso la que sería su primera gran derrota política desde que tomó posesión: quienes habían sido sus aliados en la moción de censura contra Mariano Rajoy tumbaban la relajación del déficit que, con la luz verde de Bruselas, habría permitido en los Presupuestos de 2019 ampliar en medio punto y 6.000 millones de euros la capacidad financiera del Gobierno y las comunidades autónomas.
Pese al baño de realidad que ha supuesto esa aciaga votación, la ministra María Jesús Montero y todo ministro del Gobierno al que se le pregunta aseguran que los Presupuestos del 2019 saldrán adelante. En el equipo de Hacienda que dirige Montero ya están trabajando en ello, pero es difícil que las cuentas que sean capaces de pergeñar convenzan a Unidos Podemos, ERC, PDeCAT y Compromís, cuya abstención del viernes 27 ha sembrado tanta incertidumbre sobre la duración de la legislatura.
No obstante y más allá de las opiniones, el hecho es que los apuros parlamentarios de Sánchez se multiplican. A los ya conocidos se sumaba ayer –a solo cuatro días de la crucial reunión Gobierno-Generalitat prevista para el 1 de agosto– la vuelta de tuerca del expresidente catalán Carles Puigdemont desde Bruselas: “El periodo de gracia se acaba”, advertía.
Un tipo duro
¿El difícil escenario parlamentario decidirá a Sánchez a adelantar las elecciones? Nadie lo sabe. Tal vez lo que está en juego no sea si habrá Presupuestos, que parece que no, sino quién tendría la culpa de que no los hubiera.
“Pedro es un tipo duro, muy frío, cuando todos sudan él permanece seco; no se va a poner nervioso por una votación adversa, por muy importante que sea. A Podemos e incluso a ERC tal vez pueda convencerlos de que le apoyen los Presupuestos; aunque con los de Puigdemont será más difícil, también estos deberán ser cuidadosos con lo que votan, porque una parte importante de catalanes no entenderían que el PDeCAT se cargara al Gobierno”.
Quienes así opinan, buenos conocedores de la difícil relación entre Díaz y Sánchez, se inclinan a pensar que el presidente aguantará el tirón y seguirá intentando convencer a sus socios de investidura de que no lo abandonen; y si no lo consigue, procurará que las culpas del fracaso recaigan sobre ellos.
Lo que dicen los números
Pero si Sánchez se viera obligado a adelantar, es obvio que le rondaría la idea de hacer coincidir su convocatoria con la de Andalucía, donde el PSOE sigue estando mucho más fuerte que en el resto de España: en las legislativas de 2016 el PSOE obtuvo en toda España el 22,6 por ciento de los votos, mientras que en Andalucía el porcentaje fue superior al 31 por ciento, si bien cuatro puntos inferior al alcanzado por Susana Díaz en las autonómicas de marzo de 2015.
Las últimas encuestas prevén que Díaz mantendrá o incluso mejorará el computo de 47 escaños de 2015, pero también auguran que Sánchez pasaría de los 85 diputados de 2016 a superar holgadamente, con más de un 25 por ciento de los sufragios, los 100 escaños, arrebatando así al PP la primera posición en las preferencias de los votantes.
Es comprensible, pues, que en el PSOE andaluz se contemple con recelo una coincidencia de generales y andaluzas: el debate nacional sería hegemónico en la campaña y relegaría a un segundo plano el debate propiamente andaluz, lo cual podría tener efectos negativos para los de Díaz. Cosa distinta sería que el PSOE estuviera parejo en España y en Andalucía o con un diferencial menos pronunciado: en tal caso, la coincidencia sí podría favorecer a ambos.
Lo que sienten los corazones
A ese cálculo puramente prospectivo conviene, sin embargo, incorporarle la variable personal. Es conocido que Díaz preferiría no compartir elecciones con Sánchez: ni querría deberle a este –algo hoy por hoy poco verosímil– un buen resultado en Andalucía gracias al empuje de las siglas PSOE, ni tampoco desearía que el inquilino de Ferraz se apuntara una victoria pírrica a costa de poner en riesgo la amplia ventaja del socialismo andaluz sobre sus perseguidores.
De cualquier modo y aunque Díaz prefiere un debate y unas elecciones “con acento andaluz”, si parlamentariamente las cosas se pusieran feas para Pedro y se viera conminado a dar por terminada la legislatura, muchas miradas se volverían hacia Susana reclamándole que saliera en auxilio de su partido adelantando ella también los comicios andaluces para hacerlos coincidir con los nacionales.
Con una legislatura prácticamente concluida y, de hecho, acompañada desde hace meses por el tenaz runrún de un adelanto, al PSOE andaluz le sería complicado explicar por qué dejaba solo a Pedro, es decir al PSOE, en tan comprometido trance. Díaz sería acusada una vez más de poner su resentimiento personal por encima del interés del partido: que la acusación no fuera verdadera sería lo de menos; bastaría con que fuera verosímil para cumplir su propósito de desgastar a la presidenta. Sublime decisión.