A la secretaria general de los socialistas andaluces, Susana Díaz, le ha venido ocurriendo a lo largo de 2019 lo mismo que le ocurrió a Pedro Sánchez durante todo 2016 y buena parte de 2017: que son legión quienes han dictado prematuramente su entierro.

Y lo cierto es que, como les ocurría a los sepultureros de Sánchez, no les faltan a los de Díaz motivos para pronosticar la defunción política de quien, al fin y al cabo, perdió nada menos que la Junta de Andalucía.

En efecto, merced a una letal abstención de los votantes de la izquierda, el 2 de diciembre de 2018 la joya de la corona socialista quedaba bajo jurisdicción de las derechas, firmemente decididas a conservar a toda costa la recién conquistada cabeza de playa que puede franquearles el acceso al palacio de la Moncloa.

Camino de redención

Ciertamente, no toda la culpa fue de Díaz, pero ella fue quien decretó la fecha, a la postre fatídica, de la batalla electoral y, en la política como en la guerra, quien está al frente a los ejércitos derrotados es el titular indiscutible de la debacle.

Desquitarse ante los adversarios y redimirse ante los suyos y ante sí misma de tan serio revés es desde entonces la obsesión de la expresidenta, convencida de que su hoja de servicios la legitima para un último intento de recuperar la joya tan dolorosa e inesperadamente arrebatada.

La andaluza comenzó a transitar su particular camino de redención tras las victorias en Sánchez en las elecciones de abril primero y mayo después. Tocaba replegar velas y aceptar la realidad.

Pero, al firmar la derrotada Susana Díaz con el vencedor Pedro Sánchez en mayo pasado su pacto de no agresión, ambos salían ganando: Díaz, tiempo; Sánchez, sosiego.

Un error fatal

Siete meses después de lo que para unos fue un mero armisticio de conveniencia y para otros un tratado de paz con todos sus avíos, el principal beneficiario de aquella entente ha venido a ser, paradójicamente, Pedro Sánchez, necesitado más que nunca de que en su partido no le echen en cara el catastrófico error de cálculo de haber propiciado una repetición electoral que, mucho más de que lo que ya lo estaba en abril, lo ha dejado a expensas de aquellos mismos de quienes había pretendido desembarazarse con su imprudente convocatoria.

Los resultados de noviembre empeoraban los no óptimos pero sí más que aceptables de abril y abocaban a Sánchez no ya a meter en el Gobierno a Unidas Podemos, sino a apoyarse en la abstención de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) para ser investido presidente. Una operación de alto riesgo que muchos votantes socialistas y no pocos dirigentes del partido miran –como mínimo– con recelo y que para las derechas españolas equivale a traicionar la Constitución y vender España.

Necesidad y virtud

En un momento así, para Sánchez todos los apoyos, vengan de donde vengan, son pocos. Los líderes socialistas y presidentes de Extremadura, Castilla-La Mancha y Aragón han explicitado públicamente su desacuerdo con las alianzas del intrépido Sánchez, pero no así Susana Díaz. El virtual alineamiento de la poderosa federación andaluza con Fernández Vara, García Page y Lambán habría multiplicado exponencialmente los apuros de Sánchez.

Haciendo de tripas corazón y de la necesidad virtud, Díaz y el PSOE andaluz han cerrado lealmente filas con el presidente. Y lo han hecho, además, a un coste que no será precisamente bajo, como evidencia el incesante fuego graneado que PP y Ciudadanos vienen dirigiendo contra la secretaria general socialista, a la que acusan, de entrada y para ir haciendo boca, de “vender a los andaluces para mantener su sillón”.

La lealtad, sincera pero no desinteresada, de Díaz en un momento singularmente delicado para el PSOE y su secretario general deja a este en deuda con aquella. Deuda política y deuda personal que no es, sin embargo, un salvoconducto para que la líder andaluza pueda viajar sin contratiempos hasta la próxima estación electoral.

Tiempo de conjeturas

Quién sea la candidata o candidato del PSOE a la Junta de Andalucía en 2022 –si Juanma Moreno no adelanta las urnas– es algo que no parece estar decidido. En realidad, no puede estarlo por definición, ya que el desenlace de los procesos de primarias –lo saben bien Susana y Pedro– escapa a todo control cuando su desenvolvimiento no está trucado.

Se sabe que Díaz está determinada a presentarse a las primarias para aspirar de nuevo a la Presidencia de Andalucía, pero se desconoce si lo que vagamente se denomina el sanchismo tiene en mente promover algún nombre. Será, en todo caso, Sánchez quien lo decida.

El de la ministra de Hacienda y futura portavoz del Gobierno, María Jesús Montero, es el nombre que suena con fuerza más en los cenáculos periodísticos que en los propiamente políticos, donde los hombres del presidente se muestran extremadamente cautos, a la espera de que algún gesto en el semblante de Sánchez les indique que hay vía libre para armar una alternativa a Díaz.

Es obvio, por lo demás, que el ascenso de Montero al cargo con mayor visibilidad del Gobierno después del de presidente alienta las esperanzas de quienes querrían ver a la ministra arrebatar a Díaz el liderazgo del socialismo andaluz.

Habrá competición

Montero, mientras tanto, no ha dado señal alguna de desearlo. Preguntada meses atrás, en un acto público Sevilla, si los periodistas se estaban pasando de listos al dar por seguro que emprendería la carrera orgánica frente a Díaz, la ministra dijo un rotundo “sí se están pasando de listos” que pareció salirle del alma, aunque también es verdad que, en política, el alma no suele tener la última palabra.

En ámbitos socialistas bien informados se da por seguro, en todo caso, que adversarios de la expresidenta, aunque de filiación no necesariamente sanchista, promoverán llegado el momento un candidato que haga frente a Díaz en el próximo congreso del partido, cuya fecha a su vez está por determinar puesto que habría de celebrarse después del congreso federal, todavía sin fecha y parece que sin prisas por buscarla.

Los impacientes enterradores de la expresidenta que ayer pudo serlo todo y hoy está en riesgo de no ser nada tendrán, pues, que esperar todavía un tiempo para ver cumplidas sus esperanzas mortuorias.