Las tres derechas pueden resarcirse el próximo día 26 de la decepción sufrida el domingo pasado, cuando su suma de escaños quedó muy lejos de la alcanzada el 2 de diciembre en Andalucía y causa primera a su vez de la vigorosa movilización de la izquierda habida hace siete días.
En varias comunidades y en ayuntamientos importantes, podría repetirse ese tripartito andaluz cuya realidad venía negando sin mucha convicción Ciudadanos, pero cuya existencia certificaba oficialmente esta semana el portavoz de la Junta, Elías Bendodo, con esta frase que dinamita el relato negacionista de los naranjas: “El cambio andaluz tiene tres patas”.
La palinodia de Casado
Tras la descalificación tan tardía como infantil de Vox por Pablo Casado al día siguientes de las generales, el Gobierno andaluz se veía en la necesidad imperiosa de blanquear al partido ultra para conjurar el riesgo de que sus 12 diputados tumbaran en el Parlamento el trascendental decreto de rebajas fiscales.
El feroz ataque del líder nacional del PP a Vox y a Santiago Abascal ha incomodado al Gobierno andaluz, cuya supervivencia depende del partido de inspiración neofranquista.
No es que el presidente Juanma Moreno y los suyos no hayan entendido las razones de Casado para entonar su drástica palinodia, es que las han entendido demasiado bien: el presidente del partido intenta salvarse cueste lo que cueste, sin reparar en gastos y aun cuando ello aboque al Gobierno andaluz a pagar su alianza con Vox a un precio mucho más alto del pactado inicialmente.
Inquietud, no pánico
A raíz de la conversión anticasadista de Casado, ocurrida mientras galopaba camino del matadero por los pésimos resultados del 28-A, ciertamente en el PP y en el Ejecutivo autonómico ha habido esta semana una indisimulada inquietud, aunque en absoluto ha llegado en ningún momento a cundir el pánico.
No hay riesgo de voladura: la casa común de las derechas aguanta bien los embates colaterales de la artillería amiga, aunque haya sido necesario reforzar sus defensas y renovar su cédula de habitabilidad. Una de las cláusulas recién incorporadas es que, a partir de ahora, Ciudadanos tiene prohibido tratar con desdén al tercer habitante de la casa.
Vox todavía no le ha pedido nada al Gobierno andaluz porque sabe que este ésta está dispuesto a dárselo todo; por su parte, PP y Ciudadanos están dispuestos a darle todo a Vox porque saben que este nunca les pedirá tanto. Es algo más que un juego de palabras: es el esquema de funcionamiento de unas relaciones políticas marcadas por la ley no escrita del ‘vamos a no hacernos daño’.
El estado de las apuestas
¿Aguantará el tripartito andaluz cuatro años? Pregunta necesaria tras el 28-A, pero precipitada antes del 26-M. Es pronto para contestarla, pero las apuestas son abrumadoramente favorables al sí.
¿De qué depende la respuesta? Lo primero, de los resultados del día 26, tras los cuales será obviamente la aritmética y no los aspavientos de Casado lo que marcará la pauta de conducta del PP en relación a Vox.
Donde se repita la suma andaluza del 2-D, las tres derechas gobernarán como lo están haciendo en el sur, un escenario nacional de alianzas que a su vez blindaría definitivamente el pacto andaluz e iluminaría orgánicamente la figura, tan pálida en el pasado ¡y aun en el presente!, de Juanma Moreno.
La morralla y la gema
Muy distinto podría ser el horizonte de cohabitación de las tres derechas andaluzas si tras el 26-A no logran conservar o reconquistar plazas que nunca habrían estado en riesgo si PP y Vox hubieran acudido –cosa imposible– juntos a la cita.
Recuérdese que el botín que importa en la batalla del domingo son esas renombradas ciudadelas –Madrid, Aragón, Málaga, Zaragoza…– y no un cómputo global de votos conservadores que con toda seguridad será favorable al PP, pues los otros dos partidos cubren una parte todavía pequeña del territorio nacional.
Ese triste escenario consistente en acumular mucha morralla pero ninguna gema haría preguntarse a muchos votantes de Vox si el viejo PP no es un lastre y a muchos de sus dirigentes si no habría llegado la hora de abandonar el tibio tacticismo colaboracionista practicado en Andalucía para sustituirlo por una estrategia verdaderamente recia, contundente y varonil.
Un sucio banquete
Si, como ha sucedido el 28-A donde apenas ha superado un inoperante 10 por ciento, la suma andaluza no se repite el 26-M, Vox puede hacer dos cosas: o bien conformarse con su 10 por ciento y su destino de ocupante de la habitación más modesta de la casa común de la derecha, o bien imitar a Ciudadanos dejándose de tapujos y componendas para lanzarse a dentelladas a la conquista de los despojos del PP.
¿Cómo? Con un discurso franco, entroncado sin complejos con el de los primos húngaros, polacos o italianos, un discurso un poco a la manera de aquel célebre que pronunciara José Antonio Primo de Rivera en 1933 en el madrileño Teatro de la Comedia con motivo de la fundación de Falange: “En las elecciones (…) nosotros no vamos a ir a disputar a los habituales los restos desabridos de un banquete sucio. Nuestro sitio está fuera (…) al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas. Que sigan los demás con sus festines. Nosotros fuera, en vigilancia tensa, fervorosa y segura, ya presentimos el amanecer en la alegría de nuestras entrañas”.
Tiempos difíciles
¿Es inverosímil un escenario tan apocalíptico para la ‘pax andaluza’? No lo es. Antes de la crisis que empezó hace 11 años sí lo era; ahora sabemos que no. Ahora sabemos que todo puede ocurrir. La crisis ha hecho posible a Trump, a Salvini, a Orban, a Kaczynski, a Farage, a Puigdemont incluso: la crisis interminable nos ha traído éxitos y fracasos que jamás habríamos imaginado.
El PP de Casado se halla al borde del precipicio, como nunca lo estuvo desde su fundación. Su hundimiento en España sería una bomba de relojería bajo la mesa de tres patas que –con inquietud pero sin pánico– preside desde hace solo cinco meses Juan Manuel Moreno Bonilla.