Cuando pensaba que la capacidad de Rodríguez Zapatero para provocar mi sorpresa ya había alcanzado su punto culminante a lo largo de esta legislatura, llegó su propuesta de reforma de la Constitución. Me he sumado a la lista de quienes han solicitado que la misma pueda ser sometida a referéndum, a sabiendas de que dicha posición era algo testimonial, dado que me parecía casi imposible llevarlo a cabo, dadas las circunstancias políticas y el inminente final de la legislatura, que en ningún caso iba finalizar con una convocatoria conjunta de elecciones generales y de un referéndum.

Se ha escrito mucho acerca del procedimiento y de las formas, de la posible improvisación de la propuesta y de la oportunidad de la misma. Pero quisiera llamar la atención acerca de otro aspecto. Lo único que ha quedado bien claro es el acuerdo alcanzado entre los dos partidos con mayor número de votos y escaños, y ello no sería llamativo si a lo largo de la legislatura el PP hubiese demostrado en algún momento su decisión de apoyar no ya a Zapatero, ni al Gobierno, ni al PSOE, sino a los españoles, que hubiese contribuido a dar una imagen de estabilidad, de confianza, de seguridad y de compromiso. Ellos, tan reacios a modificar cualquier punto del texto constitucional, no han dudado a la hora de apoyar esta reforma, y ello es precisamente lo que me genera una serie de interrogantes sobre el comportamiento de los populares.

Pero además hay otra cuestión llamativa. Entre los socialistas se ha producido un importante debate. Zapatero ha tenido que hacer frente a una cierta contestación interna, el propio Rubalcaba ha realizado un esfuerzo significativo por hacer llegar a sus compañeros el significado y alcance de la reforma. En definitiva, se ha producido, en diferentes niveles del Partido Socialista, un intercambio de opiniones que cuando menos ha demostrado que los socialistas, al menos algunos, están vivos desde el punto de vista político, que son capaces de argumentar y defender opiniones de cara a ofrecer una alternativa.

Sin embargo, ni una sola voz ha salido de las filas del PP. Todos parecen estar de acuerdo con que la Constitución se modifique por este procedimiento rápido, todos ven la bondad del contenido de la reforma, a ninguno le parece mal que su líder haya llegado a un acuerdo casi a hurtadillas con Zapatero y que ahora les pida que se limiten a votar. Es más, tampoco se escucha ninguna voz discordante entre las filas de sus votantes. Todo ello me conduce a pensar que la reforma está marcada por la línea defendida por la derecha, no solo la política sino también la económica.

Las discrepancias internas entre los socialistas producen una cierta ilusión, pues suponen la posibilidad de reintroducir el debate intelectual en sus filas, algo que parecía olvidado a lo largo de esta segunda legislatura de gobierno de Zapatero. Sería deseable que no se perdiera ese impulso de defensa de la verdadera política y que en su Conferencia de septiembre el PSOE fuese capaz de ofrecer la imagen de un partido capaz de salir del estado adocenado en que parecía instalado. Sus militantes, sus simpatizantes y sus votantes se lo agradecerían, porque serviría para demostrar que aún hay diferencias entre la derecha y la izquierda, y los ciudadanos verían que no todos hacen política de la misma manera, que no todos los políticos son iguales. Y no hay mayor diferencia que introducir el debate, la discusión y el diálogo como método para actuar en la política, pues el sentido de esta, como dijo Hannah Arendt, es la libertad.

* José Luis Casas Sánchez es Profesor de Historia