El momento fundacional del ‘nuevo PSOE’ fue la victoria de Pedro Sánchez en la ‘guerra civil’ socialista que concluyó oficialmente con aquella madre de todas las batallas que fueron las primarias de mayo de 2017.

La traducción institucional de aquel momento fue el 39 Congreso Federal, celebrado un mes después, donde ya el líder empezó a dar preocupantes signos de que no iba a estar a la altura de su triunfo. Aquel no fue el congreso de la paz, sino en el de la victoria.

Los deberes del capitán

El primer deber de un secretario general, como el de un comandante en jefe, es hacer todo lo que esté en su mano para mantener unidas a las fuerzas que dirige. Si no lo hace, cada una de las divisiones de su ejército actuará por su cuenta y la autoridad –moral pero también operativa– del líder se verá seriamente mermada.

Pero el segundo deber de un secretario general en la oposición es que su partido no sea irrelevante. Ni esté desaparecido. Y el PSOE de Sánchez lo está: está desaparecido en el debate territorial; está desaparecido en el debate sobre la lengua en Cataluña; está desaparecido en el debate sobre la libertad de expresión; está desaparecido en el debate penal; está desaparecido en el debate sobre la precariedad laboral, sobre el futuro de los jóvenes, sobre las pensiones

Estar desaparecido no significa que no tenga opiniones sobre todos esos asuntos: significa que las opiniones que tiene no interesan a un número significativo de gente. Conseguir que lo hagan es responsabilidad del secretario general.

Un partido casi confederal

Pero para ello se necesita un partido unido. Y el PSOE no lo está: lo está formalmente pero no materialmente. ¿Por qué? Porque Pedro Sánchez no ha comprendido los cambios que ha sufrido el Partido Socialista en las últimas décadas: lo que hasta los años 80 y buena parte de los 90 había sido un federalismo en muchas ocasiones más nominal que real, a partir de entonces y merced al asentamiento del poder autonómico se convirtió en un federalismo más confederal que federal.

El ninguneo al que fueron sometidos primero Rafael Escuredo y luego José Rodríguez de la Borbolla por Alfonso Guerra en los 80 hoy sería no ya impensable, sino directamente imposible. Han pasado 30 años y Pedro, cegado por el respaldor populista de la lógica plebiscitaria, no se ha dado cuenta de que el secretario general del PSOE solo puede serlo de verdad si cuenta con el reconocimiento y la complicidad de los comandantes territoriales, pues en caso contrario será un secretario general meramente imaginario, con mando efectivo sobre el puñado de fieles de la Ejecutiva Federal y poco más.

La visita

Hay quienes interpretan la presencia de Pedro Sánchez en Andalucía el próximo 28 de Febrero como un intento del secretario general de meterle el dedo en el ojo a Susana Díaz robándole protagonismo. Y también hay quienes ven en su visita a Sevilla una voluntad genuina de acercar posiciones con la federación socialista andaluza.

Tal vez haya un poco de las dos cosas, pero en realidad no importa. Será, en todo caso, una situación embarazosa –y previsiblemente estéril– para ambos pero ideal para cámaras y fotógrafos, que de nuevo estarán ansiosos de captar el gesto que, una vez más, certifique el abismo que les separa.   

Quién necesita más a quién

Hay incluso quien sostiene que, en lo más íntimo, Díaz nunca aceptará de buen grado a Pedro como secretario general, pero el interés que pueda tener esta observación es puramente psicológico. Políticamente es irrelevante: irrelevante porque desde hace mucho tiempo la presidenta está en las cosas de Andalucía y no en las de Ferraz e irrelevante porque lo que de verdad importa determinar no es quién odia más a quién sino quién necesita más a quién. En política, la necesidad suele ser más mucho más importante que el sentimiento.

¿Quién necesita más a quién, Susana a Pedro o Pedro a Susana? Se diría que lo segundo. Díaz puede seguir siendo quien es sin necesidad de Sánchez (al menos mientras conserve la Presidencia de la Junta), pero Sánchez nunca podrá ser quien quiere ser mientras no cuente con Díaz (al menos mientras no alcance la Moncloa).

La corte y el reino

Aun así, los problemas de relevancia política que tiene hoy el PSOE son atribuibles directamente a Sánchez, en ningún caso a Susana Díaz, Ximo Puig o Javier Fernández.

En las primarias de 2017 Pedro Sánchez conquistó Ferraz al modo en que Napoleón conquistó Moscú en 1812. El emperador comprendió pronto que su victoria lo había convertido en la nueva e indiscutible autoridad no de un inmenso imperio, como había pensado, sino de una ciudad en llamas, en capitán de un buque fantasma navegando en silencio por un océano vacío.

Puede que Pedro Sánchez haya empezado a comprender lo mismo: que su victoria de hace nueve meses lo convirtió en la nueva e indiscutible autoridad de un partido espectral. Sánchez tiene una corte pero no tiene un reino, pues no hay quien ejecute las órdenes dictadas por el monarca. Un rey con reino pero sin corte sigue siendo un rey; un rey con corte pero sin reino no es nada.