Es un “éxito”, o al menos como tal lo ha destacado Emilio Cuevas, director del Centro de Investigación Atmosférica de Izaña (de la Agencia Estatal de Meteorología, AEMET), con ocasión de la celebración del Día Mundial de la ONU para la Preservación de la Capa de Ozono, el pasado sábado. Parece que en el agujero de la capa de ozono hay indicios de recuperación, gracias a que ya no se emiten a la atmósfera cerca del 99% de las sustancias que destruyen el ozono.
Como, por ejemplo, los clorofluorocarbonos (CFC), que se encuentran en  los aparatos de aire acondicionado, neveras o aerosoles.
Son los mayores responsables del agujero de la capa de ozono. Poseen una capacidad de supervivencia en la atmósfera de 50 a 100 años, y con el paso del tiempo alcanzan la estratosfera (situada a unos 15/20 kilómetros de altura), y contienen cloro, un elemento muy activo que al reaccionar con el ozono lo destruye, dejándonos expuestos a la radiación ultravioleta, que no se absorbe por este gas (el ozono) y pone en riesgo la vida en la tierra causando cáncer de piel, cataratas y daños en el sistema inmunitario.

El punto de inflexión del Protocolo de Montreal

Así, durante las últimas décadas, se ha reglamentado el uso de los CFC y buscado sustitutos para su función, debido a que la capa de ozono ha disminuido de manera alarmante. En concreto, la reducción actual se atribuye en gran medida a las medidas del Protocolo de Montreal, firmado hace 30 años, que tenía entre sus fines reducir la producción, consumo y liberación en la atmósfera de sustancias que consumen el ozono.
Aunque también se ha retraído el agujero, y quizá esto resulte sorprendente, al cambio climático.
Así lo ha afirmado Cuevas, apoyándose en recientes investigaciones que habrían puesto de manifiesto la relación entre ambos fenómenos, ya que el calentamiento global ha generado el aumento de la temperatura en la superficie del planeta (troposfera), pero también ha supuesto un enfriamiento en las capas altas de la atmósfera (estratosfera), lo que se traduce en una aceleración muy fuerte de la corriente de aire caliente desde el ecuador hacia los polos, un flujo conocido como Circulación de Brewer-Dobson que inyecta más oxígeno en las capas altas, donde, por efecto de la radiación solar, se convierte en más cantidad de ozono. También las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) tienen consecuencias en la capa de ozono, al producir calentamiento en la atmósfera e intervenir de manera activa en la química del ozono. Para procurar su eliminación, se ha aprobado, por ejemplo, el Acuerdo de Kigali, una enmienda que modifica el Protocolo de Montreal.