Abel Hernández. (Foto: Plaza y Valdés)



Durante la Transición, el periodista Abel Hernández, un referente en su profesión, firmó crónicas parlamentarias y ocupó puestos de responsabilidad en algunos de los periódicos más importantes de España (como El Independiente o Ya), e incluso llegó a hacerse amigo del expresidente Adolfo Suárez. Y, claro, una posición tan privilegiada le permitió conocer hechos y personajes decisivos en el devenir de nuestra política. Hoy recopila aquellas vivencias, y las interpreta con la experiencia y perspectiva de los años, en un libro de sugerente título: Secretos de la Transición. ¿Contiene información realmente novedosa? La respuesta es sí. Por ejemplo, nuevos datos sobre la dimisión de Suárez.

 

¿Por qué decidió escribir este libro con, según el título,“secretos de la transición”?
La Transición fue, en cierta medida, mi especialidad como periodista. Creo que muchos me reconocen como uno de los cronistas de aquella época. Fuí testigo. Ahora había surgido una creciente corriente de opinión intentando desmitificar aquella época histórica del cambio de régimen, la del consenso, admirada en medio mundo, que los más críticos consideraban sobrepasada y exigían una “segunda transición” con una reforma a fondo de la Constitución del 78, la “Constitución de la concordia”, como yo la califiqué en su día. Era tentador descubrir, casi cuarenta años después, la trastienda de aquella época clave de España, repasar a la clase política de entonces y responder a la pregunta fundamental de qué nos ha pasado. Y escudriñando fuí descubriendo secretos, silencios sorprendentes y aspectos desconocidos, que, a mi juicio, tenían valor histórico y podían despertar el interés de los lectores. Así nació este libro. Yo disfruté escribiéndolo y supuse que también disfrutarían los lectores. El título se lo puse al final de acuerdo con el contenido.

 



¿La mayor aportación del libro es desvelar la causa de la dimisión de Suárez? ¿Por qué lo hizo?
Yo sabía bien que Adolfo Suárez estaba acosado por todas partes, los militares pedían al Rey su cabeza, había perdido la confianza del Rey, el PSOE necesitaba quitarlo del medio para alcanzar el poder y no tenía el apoyo firme de su partido. Estaba solo. Así que tenía razones de sobra para dimitir. La situación era insostenible y él estaba bloqueado. Sentía, por ejemplo, pánico al Parlamento. Pero lo que me intrigaba era por qué decide presentar su renuncia de un día para otro. El viernes 23 de enero, recibe a Tindemans, está decidido a seguir y hace planes de futuro, y el 24 sábado por la tarde decide dimitir. ¿Qué pasó? Entonces descubro la clave: el Rey se ve obligado ese día a suspender una cacería en una finca de Icona de la sierra de Cazorla con importantes invitados a la misma y regresar urgentemente a la Zarzuela. Algo gravísimo pasaba. Lo hace en helicóptero a pesar del peligro que suponía la inclemencia del tiempo. Y tirando del hilo descubro la reunión con altos mandos militares y la “encerrona” de Suárez con ellos. Me pareció que este era un dato importante que aclaraba la historia.

Se ha dicho que el Rey fue el Elefante Blanco del 23-F. ¿Lo fue?
No, para nada. Es verdad que el Rey, lo mismo que una parte considerable de la clase política, cometió algunas imprudencias antes de la dimisión de Suárez y del 23-F, pero el Rey no es un golpista, sino el que paró el golpe. En esto sobran fantasías y quimeras. El Rey sabía muy bien, desde que era Príncipe de España que la permanencia de la Corona dependía del mantenimiento del orden constitucional. Y esto lo cumplió a rajatabla. Y lo sigue haciendo. Por eso renunció libremente a los poderes heredados de Franco. Y me atrevo a añadir que cualquier otro, incluido don Juan, su padre, en aquella circunstancias, no habría podido impulsar con éxito un régimen democrático como él hizo, entre otras cosas por el respeto que le tenían los generales franquistas. Pero también por su fuerte convicción de no cometer el error de su abuelo con el “primorriverismo” y por su voluntad de ser rey de todos los españoles.



También se habla de intervención internacional en el 23-F. ¿La hubo?
No me consta. Lo que me costa es que fue un golpe más bien castizo y chapucero. Es verdad que el Departamento de Estado norteamericano decidió mirar para otro lado y desentenderse. Sé también que en la Embajada USA no cogieron el teléfono aquella noche para responder a las llamadas que hicieron desde la secretaría del presidente en la Moncloa. Tampoco es un secreto que algunos embajadores importantes le calentaron la cabeza al Rey los meses previos pidiendo la cabeza de Suárez e incitándole a un golpe de timón.

¿Qué le parecen las actuales iniciativas populares que piden desclasificar los papeles del 23-F?
Me parecen muy bien, cuanta más transparencia, mejor. Pero sospecho que no quedan ya grandes secretos, sino curiosidades.

La relación del Rey con los presidentes de Gobierno posteriores al de Suárez, ¿ha sido igual de buena y cómplice? ¿Ha ido perdiendo relevancia la figura del Rey con los años?
Creo que, después de Suárez, el Rey se entendió especialmente bien con Felipe González. A la Monarquía le sentó bien la pasada por la izquierda. Ahora es cierto que la Corona, lo mismo que el resto de instituciones -Parlamento, Gobierno, partidos políticos, sindicatos, etc- ha perdido brillo. Una serie de circunstancias personales y familiares han rebajado el aprecio popular del monarca, pero, a pesar de todo, la Monarquía es la institución mejor valorada y el Rey Juan Carlos -para muchos, el mejor Rey que ha tenido España en toda la historia- se sigue ganando el sueldo y parece que inicia la recuperación. No está en mi intención contribuir a campañas más o menos oscuras que intentan forzar su abdicación.

¿Cuál es, a su juicio, el papel que debería tener la monarquía en España y cuál será el que tenga?
No soy profeta, pero, en contra de juicios precipitados, le auguro larga vida. La memoria histórica está contra la República en España. El actual es un régimen con arraigo. El Príncipe Felipe está bien preparado para suceder un día a su padre sin demasiadas conmociones. El papel que le asigno a la monarquía es el que le asigna la Constitución, con algunos leves retoques, como el de la equivalencia del varón y la mujer en la sucesión. En un momento en que hay riesgo de que se desvencije el Estado, la Corona, como símbolo de unidad, me parece más necesaria que nunca.

Ese espíritu de la Transición del que se habla, ¿existió? ¿Deberíamos recuperarlo ahora?
Ese espíritu de consenso y de concordia existió hasta las elecciones del 79. Allí, una vez aprobada la Constitución, se rompió. Ante la situación económica y la grave crisis institucional y ética, los pactos de los partidos, dejando de lado los sectarismos, y de las fuerzas sociales, ayudarían a salir del atolladero. A la muerte de Adolfo Suárez ha habido un verdadero clamor en la opinión pública exigiendo volver a aquella forma, menos partidista, de hacer política. Todo ello, sin excesivas mitificaciones de una época, que también tuvo sus más y sus menos.

¿Cómo fue ser periodista en la Transición? ¿Tenían los periodistas más proximidad con los políticos de la que existe ahora?
Sí, había mucha más confianza y proximidad. Hasta jugábamos partidos de fútbol periodistas contra políticos. Y no faltaron escenas de cama. Pero creo que los periódicos eran menos partidistas. Los periodistas teníamos nuestras legítimas tendencias ideológicas, pero buscábamos la verdad con ahínco, gastando suelas de zapatos. Ahora me da la impresión de que domina el periodismo de fuentes, informaciones siempre interesadas. Se otorga, por ejemplo, primera página o apertura del telediario a declaraciones de políticos del Gobierno o de la oposición que no pasan de ser propaganda pura y dura. Y lo mismo se hace con las sobrevaloradas ocurrencias de los famosos. La crítica cultural -literaria, musical, cinematográfica o de arte-, por ejemplo, es casi siempre interesada y funesta, y, por tanto, nada fiable. El márketing se impone a la verdad y al interés general.

¿Cree que los presidentes deberían haber seguido el camino de comunicación directa de televisión que practicó Suárez?
Entonces había una sola televisión, con dos cadenas. Tenía una potencia impresionante. Y Adolfo Suárez conocía bien su influencia en la opinión pública. Él había sido director general de RTVE. Su telegenia era notable. Y además, como queda dicho, tenía pánico al Parlamento. Ahora es más complicado. Pero no estaría mal usar de vez en cuando, en las grandes ocasiones, el “arma televisiva”: más debates serios, más programas abiertos de “El pueblo pregunta”, etc. Artur más sabe bien la importancia de la propaganda en televisión y raro es el día que no aparece en la pequeña pantalla amiga. Pero el centro de la vida política debería ser el Parlamento. Lo malo es, como digo en mis “Secretos”, que “los plenos del Congreso han servido normalmente para la teatral representación de la discordia entre los principales líderes políticos, pensando en el impacto mediático de sus ocurrencias y descalificaciones”.

Como periodista, ¿qué le parece la tendencia gubernamental actual de que no se permita hacer preguntas en las ruedas de prensa?
Lamentable y contraproducente. Esto sólo debe permitirse en casos excepcionales y sumamente delicados. Lo contrario es una utilización indebida de los medios y de la libertad de información.

¿Que ha perdido y qué ha ganado el Congreso respecto a la época de la Transición?
Ha perdido ilusión y concordia, ha perdido grandes objetivos nacionales y ha perdido parlamentarios de primera categoría. Y, desde luego, ha perdido interés. Ha ganado descrédito e indiferencia. Los partidos políticos, en vez de reducirse a ser cauce de representación política, en realidad, sus oligarquías, se han apoderado de las instituciones, empezando por el Parlamento, representación de la soberanía nacional. Para escribir este libro he vuelto allí, donde he pasado cientos de horas de mi vida y donde viví tantos momentos emocionantes, y me ha parecido que entraba en un territorio extraño y aburrido.

¿Cree que estamos en un momento en que se puede romper el bipartismo?
El desgaste de los dos grandes partidos es evidente. Pero, de momento, aunque asciendan otras fuerzas, lo que es verosímil en estas circunstancias, ya veremos con qué consistencia, socialistas y populares van a seguir dominando el panorama, aunque queden lejos de la mayoría absoluta.

¿Qué le parece la cobertura mediática que ha existido en la mayoría de los medios españoles del fallecimiento de Adolfo Suárez?
Espectacular. Un reconocimiento justo a su trayectoria política y un cierto desagravio. Y por supuesto una añoranza de una forma distinta de hacer política, que él representó. Por lo demás, a mí personalmente me ha chocado que los mismos que le apedrearon -aquí nos conocemos todos- le levanten ahora un monumento con las piedras que le lanzaron. Somos así.