El lenguaje y su uso, la comunicación, son los conceptos sobre los que gira La llegada, la nueva película de Denis Villeneuve, quien sigue manteniéndose fiel a su espíritu de autor a pesar de las imposiciones que acarrea el hecho de concebir sus películas bajo los auspicios de la gran industria. Los intereses temáticos del cineasta canadiense así como su particular concepción, tanto en el uso de las estrategias narrativas como en la puesta en escena, le han llevado a dar una nueva vuelta de tuerca a las pautas tradicionales de los géneros que ha tratado, como vuelve a suceder en La llegada que si bien es una película de ciencia–ficción que parte del clásico argumento de una invasión alienígena, en sus manos acaba transformándose en un film sensorial, hipnótico, sugestivo, que transita por territorios existenciales, filosóficos, poéticos, al mismo tiempo que se diluye la sensación de que se está contemplando un film de ciencia­–ficción.

Porque La llegada, que se basa en un relato de Ted Chiang, no solo elude en todo momento caer en lo previsible o en los tópicos habituales del género, sino que sus premisas le sirven a Villeneuve para trazar una reflexión precisamente sobre el lenguaje, la comunicación y el tiempo. Algo que, por esa inevitable tendencia a la comparación —aunque por otra parte sean también ineludibles las influencias que de una manera u otra pueda tener un autor—, le acerca en cierta manera a la tesitura conceptual de cineastas como Terrence Malick, en concreto en las secuencias de la vida íntima de la protagonista, la doctora Louise Banks, una especialista en lingüística a quien pone rostro una excelente Amy Adams y quien afronta en esos momentos un hecho trágico que acaba entremezclándose con sus esfuerzos, junto con Ian Donnelly, el científico a quien interpreta Jeremy Renner, para establecer una comunicación con los alienígenas.

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De hecho, La llegada está concebida desde el punto de vista de la doctora ya que ella está siempre presente en todos los acontecimientos que se muestran. Incluso en ocasiones se enfatiza a través del sonido ya en una de las secuencias iniciales, cuando es trasladada en helicóptero a la base de operaciones situada junto a una de las doce naves que se han posado a lo largo y ancho del planeta. Durante el viaje tan solo se oye el sonido ensordecedor del aparato que tapa las conversaciones entre los tripulantes y que es lo que ella percibe hasta que el Coronel Weber (Forest Whitaker) le indica que coja unos auriculares, escuchándose después los diálogos una vez que se los ha puesto. O la primera vez que accede a la nave alienígena, en la que la banda de sonido solo recrea lo que ella oye.

La película de Villeneuve posee un carácter circular y no solo por su estructura argumental, ya que su inicio posee múltiples conexiones con su final, sino también en el terreno conceptual que se vehicula en cierta manera a través de los signos lingüísticos que emplean los alienígenas para comunicarse. Signos, también circulares, que trazan en el aire y que se asemejan estéticamente a los Ouroboros, símbolos gnósticos que representaban una serpiente o un dragón que se muerden la cola. Una cuestión que, teniendo en cuenta las teorías que Carl Gustav Jung expone en Los arquetipos y lo inconsciente colectivo (Trotta Editorial, 2002) sobre la existencia a lo largo de los tiempos de símbolos y contenidos de carácter hereditario presentes en la psique del ser humano y que, si además se tamiza a través del Diccionario de los símbolos (Siruela, 2007) de Juan Eduardo Cirlot, surgen algunas claves interesantes con las que se puede afrontar el film, sin olvidar, por otra parte, que cada cual las interpretará a su manera y que le sacará, lógicamente, más sustancia aquel espectador que haya visto antes el film a la hora de leer estas líneas.

Cirlot apunta en la entrada dedicada al Ouroboro que «en el sentido más general simboliza el tiempo y la continuidad de la vida», para más adelante añadir, entre otras acotaciones, que «en algunas representaciones, la mitad del cuerpo del animal es clara y la otra oscura, aludiendo a la contraposición sucesiva de principios, cual en el símbolo chino del Yang­–Yin» y que relaciona con la idea de «una naturaleza capaz de renovarse a sí misma cíclica y constantemente, según Nietzsche en El eterno retorno» (pág. 351). Noción que Cirlot reafirma cuando se refiere al término de circunferencia, que para los alquimistas es símbolo de la «unidad interna de la materia y de la armonía universal», y dentro del cual señala que «el Ouroboros (dragón mordiéndose la cola, en forma circular) aparece en el Codex Marcianus (siglo II d. De C.) con la leyenda griega Hen to Pan (El Uno, el Todo), lo cual explica su significación, concerniente a todo sistema cíclico (unidad, multiplicidad, retorno a la unidad; evolución, involución; nacimiento, crecimiento; decrecimiento, muerte; etc.)» (pág. 137). Como también los alienígenas poseen siete extremidades, y el siete, posee precisamente distintas acepciones dentro del terreno de la alquimia. Apuntes que aquí tan solo se plantean casi como un juego, con la única intención de incitar a que cada uno extraiga sus propias conclusiones tras el visionado del film.

Unas reflexiones que, con todos sus posibles significados —que no son pocos e independientemente que se pueda estar de acuerdo o no con ellos—, el cineasta canadiense convierte en una sugestiva experiencia sensorial, tanto en lo visual como en lo sonoro, enfatizado esto último por la envolvente banda sonora compuesta por Jóhann Jóhannsson ­—autor también de otras partituras para Villeneuve como Sicario (2015) o Prisioneros (2013)—, y en la que se incluye On the nature of daylight, el tema melódico del compositor alemán Max Richter, acentuando con ello el contrapunto existente entre la vida íntima de la protagonista frente a su misión de descifrar el mensaje de los extraterrestres.

Porque La llegada es un film tan complejo como fascinante que además de explorar los entresijos de la comunicación, eleva su discurso para convertirse en una metáfora sobre la incapacidad de los seres humanos para comunicarse entre ellos, cuando en realidad poseen la herramienta esencial para entenderse más allá de fronteras, razas o religiones y que es precisamente el lenguaje.