A pesar de los puntos de unión con las anteriores entregas de Robert Langdon, personaje creado por el escritor Dan Brown y que, por tercera vez, encarna Tom Hanks, en Inferno la acción comienza con el personaje en un hospital italiano, con pérdida de memoria temporal después de haber sufrido un ataque, bajo el cuidado de la doctora Sienna Brooks (Felicity Jones), quien se convertirá a partir de ese momento en su compañera de aventuras. De este modo, en Inferno el planteamiento sitúa desde inicio a Langdon en un lugar distinto en tanto que hasta bien avanzada la acción el espectador no sabrá exactamente cuál es su posición en la trama, encontrar un virus letal que mermará la población mundial, ideado por un empresario, Bertrand Zobrist (Ben Foster) con un buen número de seguidores y que considera que así terminará con muchos de los problemas de la actualidad, un acto maniático pero que, en teoría, esconde un cierto humanismo…

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Sin embargo, es una diferencia de arranque que, poco después, no conduce sino a los mismos derroteros de las dos anteriores, El código Da Vinci y Ángeles y demonios, si bien se posiciona muy detrás de ellas en todos los sentidos a pesar del nivel más bien bajo de aquellas. Pero la primera, al menos, contaba con la sorpresa –en caso de no haber leído la novela- del planteamiento y una producción bien cuidada, mientras que la segunda apostaba por un componente casi pulp en el que asumía de buen grado su condición de entretenimiento sin límites y entregaba algunas de las secuencias del cine comercial más estrambóticas, y recordables, de los últimos años. Inferno, en cambio, se mueve por un territorio convencional en el que la investigación avanza sin apenas emoción, con un trabajo visual en el que, y esto es una de las peores, no solo encontramos una puesta en escena rutinaria y sin interés, sino que los efectos especiales resultan descuidados de una manera que, en más de una producción últimamente, comienza a ser frecuente, como si ya ni importase.

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Lo más interesante de Inferno reside en la visión de ese grupo que intenta salvar a la humanidad siguiendo las ideas de un hombre que se cree un visionario, mostrando un momento social de desconcierto en el que cualquier idea, por muy absurda, loca o peligrosa, puede calar en un grupo amplio de personas, incluso en aquellos con una formación y, en teoría, menos proclives a la fácil manipulación. Pero es una idea que apenas está desarrollada, mostrada de manera clara, quizá incluso inconsciente y no deliberada, pero que al menos dota de algo de interés a la película de Howard. La cual, es al cine lo mismo que la novela de Brown a la literatura, es decir, un producto de consumo rápido y sencillo que puede conseguir medianamente entretener en determinados momentos pero que adolece de interés y de tensión, con unos personajes que han intentado perfilar con cierta profundidad pero que quedan tan desdibujados como la trama internacional que crea alrededor de la búsqueda de ese virus que, por supuesto, impondrán un itinerario marcado por iglesias con claves secretas, pergaminos con secretos, la figura de Dante y algún que otro viaje internacional.