Cuando cursaba primero de frikismo, recuerdo que una de mis primeras experiencias en ese mundo fue con los juegos de rol. Eran los tiempos en que dichas actividades se consideraban más peligrosas que una manifestación a 200 metros del Congreso y a los roleros se nos veía como asesinos en potencia. En realidad, éramos unos infantes a las puertas de la pubertad y reunidos en torno a un folio, imaginando ser un dúnadan de los mundos de Tolkien o un hacker distópico en los mundos de Cyberpunk.

Al frente de ese grupo de chavales siempre estaba un amigo del que siempre sospeché que sirvió a Matt Groening de inspiración para crear al dependiente de la tienda de cómics de Los Simpson. Este chaval se caracterizaba por hacer de Máster de la partida con mano de hierro y su estrategia para cortar de raíz nuestros intentos de irnos de madre era sacar de la nada un pingüino gigante que se sentaba sobre nuestro personaje, echando por tierra todos los puntos de experiencia cosechados durante decenas de partidas.

Este jueves me vino a la cabeza el recuerdo de este amigo al ver a Ana Pastor gestionar el pleno de investidura con la misma arbitrariedad, que se hace divertida para una partida de Fanhunter, pero que se torna en rabia cuando hablamos de la Cámara en la que reside la soberanía popular.

Pastor negó a Pablo Iglesias el derecho a defender su honor frente a Rafael Hernando, prerrogativa que sí manifestó horas antes, cuando era el líder de Podemos el que acusaba de delitos a los diputados del PP. Un doble rasero que es aún más grave cuando se compara la acusación de Iglesias, que llamó “delincuentes en potencia” a los diputados del PP, un partido considerado organización criminal por la Guardia Civil, con la de Hernando, basada en un informe sin sello ni firma y salido de la policía política del ministro Fernández Díaz.

Con la seguridad del que tiene en el bote el Gobierno pero no la gobernanza, Mariano Rajoy se presentó a la investidura como un Pablo de Tarso reconvertido en el hombre dialogante y pactista que no ha sido en estos últimos cinco años. Y nos pintó un mundo de color de rosa, repleto de piruletas y consensos para los retos del futuro de España.

Sin embargo, el panorama visto hasta ahora no augura nada mejor que el pasado, por no decir algo peor. Con una Ana Pastor haciendo y deshaciendo en favor del PP, con un portavoz parlamentario macarrónico cuyo currículo, que incluye un intento de agresión al líder del partido rival, no le permitiría ser ni diputado en su denostada Venezuela. Y con un cambalache de ministros que, por lo que se rumorea, pasa por cambiar al ministro de la mordaza por la del finiquito en diferido y al patriotero de Exteriores por el terror de los rumanos de Badalona.