Susana Díaz nunca olvidará la amarga noche del 21 de mayo de 2017, cuando mordió el polvo de la derrota a manos de alguien que hace tres años no era nadie y hoy es quien es gracias en gran medida a ella misma.

Esa paradójica circunstancia proyecta un cierto aire de humillación –personal y política– sobre su derrota de ayer en las primarias del Partido Socialista que por segunda vez encumbraban a Pedro Sánchez como secretario general.

Andalucía tuvo que ser

Sánchez ganó en todas las comunidades… menos en la más importante para el Partido Socialista. En Andalucía volvió a imponerse Díaz, aunque pocas veces una victoria habrá sabido tan amarga: el 60 por ciento de apoyos a la presidenta de la Junta frente al 30 del secretario general no augura nada bueno.

De hecho, el tono seco y tajante de Díaz anoche al admitir su derrota pero no pronunciar siquiera el nombre de Pedro Sánchez es mal presagio, pues evidencia una vez más que las diferencias entre ambos van mucho más allá de lo político: lo suyo no son solo negocios, es personal, de manera que dponer las armas será muy difícil, si no imposible.

La debilidad de Díaz

Tras los resultados de ayer, es obvio que Díaz ha quedado muy debilitada, algo que la oposición intentará aprovechar al máximo como es su obligación: el problema es que no ha quedado tan debilitada como para que Sánchez pueda ‘matarla’ sigilosamente, sin que la organización andaluza pague un altísimo precio por ello.

En realidad, el Partido Socialista solo podrá sobrevivir si Susana entiende que Pedro ha ganado en buena lid y, al mismo tiempo, si Pedro entiende que quien ha ganado en Andalucía es Susana y que, en la devastada geografía socialista, Andalucía no es La Rioja: si Sánchez actúa como si lo fuera, el PSOE reventará.

La hora de los congresos

Cuando comiencen los congresos, quienes ahora dirigen el partido en las ocho provincias volverán probablemente a postularse para la reelección. Y lo mismo hará seguramente Díaz en el congreso regional. Tanto ella como buena parte de ellos pueden resultar reelegidos, aunque no con las holgadas mayorías del pasado.

A su vez, las huestes de Pedro promoverán candidatos alternativos en las provincias y en la región. El enfrentamiento estaría, pues, servido. Pero al mismo tiempo, Pedro tiene todo el derecho a intentar la ocupación de los territorios que le venían siendo adversos, pues de lo contrario no se sentirá seguro en Ferraz. ¿Es posible, en esas circunstancias, firmar algún tipo de tregua para no erosionar aún más el partido en el único territorio importante donde los socialistas todavía son alguien? Está por ver.

Mal secretario, buen general

Pedro Sánchez ha sido un mal secretario general, sí, ha sido incluso el peor secretario general del PSOE de la democracia, pero es el tipo al que sus compañeros han decidido hacer de nuevo secretario general. Como secretario en la paz tal vez no haya sido el mejor, pero como general en la guerra ha demostrado inteligencia, coraje y pocos escrúpulos.

Su victoria es inapelable y la legitimidad de su liderazgo, indiscutible: o Susana Díaz se mete eso en la cabeza y actúa en consecuencia, o el partido corre el riesgo de explosionar.

Tantas veces Pedro

En cuanto a Pedro Sánchez, la duda es cómo administrará su victoria. Si la administra como administró la que le regalaron los barones del aparato hace tres años en las anteriores primarias, malo. Malo malísimo.

Si es capaz de reinventarse a sí mismo –no sería la primera vez– y comportarse como un comandante en jefe digno de tal nombre, el PSOE tendrá una oportunidad. No es probable, sin embargo, que de un día para otro Pedro deje de ser Pedro, y de ahí que para el PSOE vaya a ser tan complicado gestionar los resultados de ayer.

Guerra y posguerra

Sánchez acaba de ganar una cruenta guerra civil: está por ver si su gestión de la posguerra está a la altura de sus méritos en el campo de batalla. De él depende decidir, como diría Fernando Fernán Gómez en ‘Las bicicletas son para el verano’, si al PSOE ha llegado a paz o lo que ha llegado es únicamente la victoria.

Sea como fuere, la condición necesaria –aunque no suficiente– para que él decida lo más justo es que Susana lo haga también aceptando la derrota con una deportividad que anoche no le vimos: lo menos que despacha en materia de aceptación de la derrota es lo que la presidenta ofreció anoche. Mal augurio.