Haciendo honor al nombre de nuestro querido diario, mientras Enric Sopena participaba en el inicio de campaña junto a Pedro Navarro, candidato socialista a la Generalidad, yo me propuse hacer lo propio junto a Alicia Sánchez Camacho, líder del Partido Popular. Hacía una noche de agradable temperatura, y me dispuse a dirigirme al lugar donde se inauguraba la campaña a pie. Como no conozco bien la Ciudad Condal, me guié por el gps del móvil. Cuando creía encontrarme cerca de mi meta, vi al final de la calle un grupo de gente con banderas rojas y gualdas, que marchaban con paso firme en una dirección que no coincidía con la que se empeñaba en marcarme el dichoso gps, así que decidí apagarlo y dejarme llevar por la intuición, siguiendo a cierta distancia al grupo de patriotas, que por lógica debían dirigirse a escuchar las palabras que iban a salir de los labios de Alicia.

El ondear de las banderas con los colores nacionales me tenía hipnotizado y las seguía como un ratoncillo tras el flautista de Hamelin. Manteniendo siempre la distancia, para evitar ser reconocido por los muchos seguidores que tengo entre las filas del partido en toda España, podía observar con creciente entusiasmo, como cada vez eran más los grupos que se iban uniendo al primero. Este hecho me llenó de orgullo y me hizo pensar que pese a lo que creemos en Madrid, Cataluña no está del todo perdida para la causa y la casa común.

Por si faltaba algo para darle más emotividad nacionalista a lo que estaba viviendo la noche del jueves, el grupo de gente al que seguía, cruzó la Plaza de España, sí de España, con decisión porque la hora del acto se nos echaba encima, hacia un edificio de la Feria de Barcelona. Yo entré justo detrás de ellos y durante unos instantes quedé cegado por el contraste de luz que había con el exterior. Cual no sería mi sorpresa, cuando al recuperar la vista, me vi envuelto no de banderas españolas, como desde el principio había creído ver, sino de banderas catalanas, la inmensa mayoría de ellas, para más INRI, con la dichosa estrellita independentista.

Inmediatamente me giré para salir de aquel infierno antiespañol al que mi mala visión nocturna me había conducido pero la gente, que continuaba entrando en gran cantidad, me lo impidió. Al poco, las puertas se cerraron, seguramente para evitar una mayor aglomeración, y quedé atrapado en terreno hostil. Intenté no perder la calma y, sobre todo, no despertar las suspicacias de los energúmenos catalanistas. Así que me dispuse a hacer ver que participaba de aquel aquelarre antiespañol.

El acto de presentación de campaña hacía ya un rato que se había iniciado, así que no tuve que esperar demasiado tiempo, antes de que saliera a hablar el presidente de La Generalidad, Arturo Mas. La gente comenzó a ondear las banderas con tanta vehemencia, que no me quedó más remedio que moverme con ellos para no ser golpeado con los palos. Los gritos de President (presidente, para quienes no sepan catalán), president, se intercalaban con los de Independencia, en un coro macabro. Como la noche iba para largo y cualquier descuido en mi actitud podía costarme muy cara, decidí poner en práctica un sencillo ejercicio de supervivencia. Mentalmente sustituía del discurso de Arturo la palabra Cataluña por España, y me imaginaba que las banderas que me envolvían no tenían cuatro barras rojas y cinco gualdas, sino nuestras dos rojas y una gualda.

Este sencillo ejercicio de sustituir una palabra por otra, fue haciendo que el discurso de Mas no sólo me resultara próximo, sino asimilable, punto por punto, por mi ideología inequívocamente conservadora y de derechas. Al poco tiempo la reserva se había convertido en euforia, y en un acto de patriotismo que fue ovacionado por quienes me rodeaban en ese momento, le arrebaté la bandera a un soso niñato pijo de Sarriá que tenía a mi lado, para ondearla con la energía que ese momento histórico merecía. Me vinieron a la cabeza entonces, los dos maravillosos años de matrimonio político que el PP y CiU hemos vivido desde la llegada de Arturo al poder, y me dio por pensar que al fin y al cabo todos somos nacionalistas y de derechas, y que unas barras de más o de menos en la bandera, no pueden acabar en divorcio.

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