Una vez afuera, en la superficie de la nave y contemplando por fin el cielo tras soportar varios días de forzoso encierro en las dependencias del arca, Mariano Noé encendió un cigarrillo y empezó a fumar con mas ansiedad que necesidad de nicotina. Pensativo, el patriarca añoró algunos momentos del tiempo pasado mientras veía moverse el agua desde la zona más convexa de proa. De pronto, Mariano Noé percibió que alguien se le acercaba por detrás. Era su ahijada Andrea, la hija de su amigo Carlos, el mismo hombre que antes de retirarse al Monasterio de Carabanchel le regaló sus gafas de sol ("allí a donde voy no las necesitaré en muchos años, amigo mío"), las mismas que en ese momento llevaba puestas Mariano Noé porque Dios había querido que el sol saliera durante al menos una hora en la mañana del decimosexto día de la travesía.

- Precisamente contigo quería hablar, Andrea –dijo Mariano Noé al percatarse de la presencia de la muchacha.

- Vos diréis padre adoptivo mío –respondió la chica con un puntito de descaro que había heredado de su verdadero padre como un toque de arrogancia que siempre incomodaba a Mariano Noé.

- He revisado en la bodega la sección de mamíferos del bosque y no he encontrado la pareja de gacelas que te encomendé traer a la nave. ¿A caso olvidaste cumplir mi orden, Andrea? –dijo Mariano Noé empleando un tono que intencionadamente era mitad enérgico y mitad condescendiente.

- Así es, querido padre adoptivo. Una vez más tenéis razón. Lo olvidé. Pero debo decir que, en el fondo, me alegro, pues nunca me gustaron las gacelas

- ¿Y qué vamos a hacer sin esos dos animales, muchacha? ¿Como repoblaremos de gacelas los nuevos bosques si no tenemos la pareja de macho y hembra que te encargué?

- ¿Quiere que le responda con sinceridad, padre adoptivo querido? –dijo Andrea con un mohín desafiante.

- Con total sinceridad, Andrea –respondió Mariano Noé asintiendo - ¿Qué   pasará con las gacelas tras tu olvido?

- Si le he de ser sincera, mi respuesta es…: ¡Que se jodan!

- ¡Andreaaa! -bramó Mariano Noé - ¿Acaso ignoras que Él te escucha?
 ¿No te enseñaron que Él lo oye todo?

- ¡Pues, que se joda también Él ! –dijo la chica con un desaforado descaro rayano en la provocación.

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Dedicado a Marcos Paradinas