Incluso en las tradicionales encuestas televisivas a pie de calle, tan queridas por los editores de informativos como odiadas por los reporteros, el español se convierte en una suerte de Pep Guardiola. Con prosa elegante y argumentos de peso, incluyendo los tópicos habituales, la disertación improvisada ante la cámara se parece a la rueda de prensa de un domingo cualquiera tras un partido de primera o tercera división.  Ha comenzado uno de los dos grandes campeonatos y hemos cambiado el chip.

Pensaba media España que íbamos a pasar a Italia por encima, sin despeinarnos. No importa que jamás lo hayamos hecho, o al menos desde que yo tengo memoria. La última vez, en otra Eurocopa, llegamos a la agonía de la tanda de penaltis para poder apear a los italianos de la competición. Y el país se quitó un peso de encima. Aquel día, en otro partido que acabó en empate y sólo decidió la lotería de la pena máxima, nadie habló del falso nueve. Por ello las tablas no me parecen un resultado adverso ni mucho menos, teniendo en cuenta que nos cuesta entrar en los campeonatos. Tanto, que en ocasiones hemos salido de ellos sin llegar a coger temperatura.

Pensó Vicente del Bosque que la combinación de los más bajitos terminaría por desquiciar a Italia, pero se encontró enfrente con un equipo que contra lo que ha sido su historia quiso jugar el balón y no renunció a trenzar ataques. Lejos quedan los tiempos con los once jugadores azules colgados del larguero, y el chófer del autobús dispuesto a colaborar colocando el vehículo frente a la portería. Las esencias de Giovanni Trapattoni en su máxima expresión, que será lo que nos encontraremos el jueves con los irlandeses a las órdenes de este veterano entrenador.

Mientras, este empate ha servido para comenzar la polémica, una vez más, y tirar contra el venerado Vicente del Bosque. Se nota que debemos estar mudando esa piel de perdedores eternos que teníamos en lo deportivo, porque ya no nos conformamos ni con hacer un partido digno contra la selección que nos precedió como campeona del mundo. No está mal lo de la exigencia, siempre que no ocupe los espacios reservados a la objetividad. En un país poblado por entrenadores es de ilusos pretender que no se produzca la discusión sobre la mejor decisión a tomar. Ahora bien, poner en cuestión al seleccionador tras el primer partido es uno de esos malos vicios que conservamos de tiempos pretéritos. Es tradición que para enterrar a los nuestros jamás hemos necesitado de terceros. Nos hemos bastado siempre solos, y fuimos nuestro peor enemigo. Mañana toca Irlanda. No me importaría que jugase Torres.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin