En la actualidad, el Festival de Eurovisión no solo es el evento musical más destacado de Europa, sino también un escenario donde la geopolítica juega un papel crucial. Originalmente concebido para celebrar la unidad y fortaleza de una nueva Europa, el tiempo ha revelado que las influencias políticas, antes sutiles y en segundo plano, llevan años desafinando hasta el punto de adoptar un rol protagónico.

Tradicionalmente, la geopolítica en Eurovisión ha intentado actuar de manera discreta, ejerciendo una influencia clave sin atraer demasiada atención. Sin embargo, se ha convertido en el eje central alrededor del que gira la LXVIII edición del Festival. Este año, la decisión de permitir la participación de Israel, a pesar de la invasión en Gaza y la posterior guerra que hoy sigue librándose, ha puesto en evidencia su sobrada capacidad para dictar las reglas de juego en un evento cultural y supuestamente apolítico como este.

Eurovisión, el puente para fomentar la unidad de una nueva Europa

Eurovisión se concibió como un proyecto de futuro para sumar en el proceso de integración europea tras la Segunda Guerra Mundial, dejando atrás una época de conflicto y división cuyo resultado fue la desintegración de un bloque. Y es que no debe perderse de vista que el mundo permanecía atento a las tensiones entre Estados Unidos y la Unión Soviética mientras que Europa había quedado prácticamente desdibujada.

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Eurovisión nace en el año 1956 para transmitir una idea clave con la música como vehículo conductor: unidos, el desarrollo y la prosperidad estaban garantizadas. Ya entonces, la influencia de una melodía ostentaba un poder de grandes magnitudes, utilizada por las potencias para transmitir una cultura y un modo de vida. Prueba de ello es que, con el paso de los años, distintos territorios fueron sumándose al Festival que, simbólicamente, se convirtió en su particular puerta a todo el mundo.

No obstante, la siguiente década puso sobre la mesa que aquella Europa que pretendía consolidarse estaba todavía en pañales. Entre bambalinas, las tensiones comenzaron a aflorar por la instrumentalización de Eurovisión; de hecho, España es el mejor ejemplo para explicarlo. Nuestro país, todavía sumido en la dictadura, se incorporó a la competición musical en el año 1961.

Algunos países como Austria llamaron al boicot a Eurovisión por la incorporación de la España franquista; básicamente, el país centroeuropeo abrió las costuras del certamen para evidenciar el papel de la geopolítica. ¿Cómo era posible que este Festival, abanderado de la unidad, la igualdad, el respeto y la democracia permitiese la incorporación de un régimen dictatorial? Esta situación no solo se dio con nuestro país, ocurrió exactamente lo mismo con el Portugal de Salazar.

Eurovisión, un atractivo imprescindible para proyectarse al exterior

El poder de la música va mucho más allá del entretenimiento: con una canción se puede enviar un mensaje reivindicativo de alto voltaje. Pero Eurovisión siempre fue mucho más: desde el origen, los gobernantes tomaron conciencia de que era una ventana imprescindible. Ya en la década de los 60, el Festival era utilizado como ese escenario perfecto para mostrar al mundo la realidad de un territorio.

Pero, como suele ocurrir en la vida, este poder podía utilizarse para todo lo contrario: proyectar la imagen que más convenía. Cuando en España lo habitual era que las mujeres obedecieran, se mostraran sumisas y evitaran prendas de ropa entonces consideradas 'provocativas', la victoriosa Massiel se correspondía mucho más con los estándares europeos que con los nacionales.

El primer capítulo de la serie Cuéntame cómo pasó, de Radio Televisión Española (RTVE), lo explicó a la perfección. Herminia, la mítica abuela de la familia Alcántara, se sorprendía con el vestido elegido para la cantante en Eurovisión. Y es que entonces no era común que las mujeres españolas portasen atuendos tan cortos y que incluso dejaban ver por encima de las rodillas. En definitiva, el régimen franquista supo proyectar una imagen de España mucho más moderna, revolucionaria y libre de lo que realmente era en ese momento.

Un certamen "apolítico" que viró a la reivindicación y evidenció tensiones

Desde su origen, Eurovisión intentó definirse como una competición "apolítica" donde la música debía ser la única protagonista. Sin embargo, el paso de los años hizo patente que no es posible entender el Festival sin las relaciones territoriales. ¿Cuándo comenzaron a aflorar las reivindicaciones? La pregunta tiene fácil respuesta: para nada es algo nuevo puesto que existen ejemplos incluso en blanco y negro.

Cuatro años antes de la victoria de Massiel, un hombre desplegó una pancarta donde se pedía el boicot a Franco y a Salazar, los dictadores antes mencionados. Prácticamente desde el origen, las reivindicaciones fueron algo inherente a Eurovisión; de hecho, es una realidad que se ha trasladado hasta nuestros días.

Curiosamente, las reivindicaciones que llevan décadas apareciendo por Eurovisión siempre responden a cuestiones políticas. En blanco y negro, contra los regímenes dictatoriales; en color, contra los países que van en contra de los derechos de las mujeres y el colectivo LGTBIQ+ o las guerras entre territorios. Pero antes, es necesario poner sobre la mesa cómo el Festival evidenció las tensiones entre países.

La llegada de Israel en la década de los 70 abrió la veda para que otros conflictos asomasen en Eurovisión. No es necesario que alguien porte una pancarta, solo hay que prestar atención a las votaciones para ser consciente:

  • El bloque de Grecia, Chipre, Bulgaria y Armenia mantiene una distancia evidente con Turquía y Azerbaiyán
  • Rusia siempre contó con una esfera de influencia, donde Bielorrusia y Ucrania fueron imprescindibles
  • El adiós de Rusia mantuvo la unión entre los países bálticos -Estonia, Letonia y Lituania-, además de los escandinavos -Noruega, Suecia, Finlandia y Dinamarca-
  • La guerra de Yugoslavia manifestó el radical enfrentamiento entre las repúblicas que componían el país antes de la guerra: los territorios de los Balcanes no se votaban entre sí

Si bien es cierto, las afinidades y tensiones entre bloques nunca consiguieron que se perdiese de vista la importancia de Eurovisión para cada país. Y es el momento de dar el salto a un pasado algo más reciente. Rusia nunca comulgó con los valores occidentales de Eurovisión, pero su Gobierno siempre quiso formar parte del espectáculo. ¿Por qué?

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Antes de que se procediese a su expulsión con motivo de la invasión de Ucrania, Rusia recibía abucheos constantes por varios motivos clave: desde la irrupción en Crimea y su posterior anexión hasta las "políticas anti-LGTBIQ+", pasando por la represión de la población. ¿Y cómo respondía el país? Enviando propuestas donde se ensalzaba el papel precisamente de las mujeres y hasta con mensajes de empoderamiento.

En definitiva, candidaturas que ponían en marcha la maquinaria del blanqueamiento como país de cara al mundo. No obstante, esta posibilidad se agotó en 2021, cuando la UER expulsó a Rusia de la competición y suspendió su membresía en la UER a consecuencia de la referida guerra de Ucrania.

Israel no puede permitirse la expulsión de Eurovisión

Recogiendo esta idea, Israel es consciente de que no puede permitirse ser expulsado de Eurovisión, y la geopolítica vuelve a jugar un papel protagonista. El país de Medio Oriente necesita esta ventana para diferenciarse de los países de su entorno y lanzar un mensaje a una audiencia potencial de 200 millones de espectadores cada año.

Israel ha hecho uso del Festival en innumerables ocasiones para venderse en el plano global como un país abierto, tolerante y donde la igualdad es un modo de vida. El mejor ejemplo es Dana Internacional, la primera mujer transgénero que terminó por ganar Eurovisión en el año 1998 con Diva. Y no es el único caso: se eligió a Netta Barzilai para lanzar un mensaje bodypositive o a Imri Ziv, que tiempo después se confesó parte del colectivo LGTBIQ+; ambos casos un pinkwashing con nula aleatoriedad.

Pero la geopolítica volvía a aparecer para, en este caso, salvar a Israel. La guerra en la Franja de Gaza avivó las protestas y se solicitó su expulsión de Eurovisión, con el ejemplo de Rusia como justificación clave. Sin embargo, las relaciones del país de Medio Oriente respecto a Occidente nada tienen que ver con las rusas y, en este caso, esos vínculos -comerciales inclusive con patrocinios de por medio- han contado con un peso específico determinante.

La conclusión es lo que está por venir

En conclusión, Eurovisión se ha descubierto desde su origen como mucho más que un mero festival de música. Desde las primeras ediciones, la competición ha sido una especie microcosmos capaz de reflejar las tensiones y cambios geopolíticos en el continente. La presente edición LXVIII del certamen ha puesto manifiesto, una vez más, que las decisiones políticas pueden influir de manera determinante en un espacio aparentemente cultural y apolítico.

La participación de Israel, en el contexto de conflicto armando con Palestina, y la comparación con la expulsión previa de Rusia, evidencia que la geopolítica no solo forma parte de Eurovisión, sino que en ocasiones, es capaz de dominarlo.

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