Un sistema franquista y totalmente anacrónico. Así es como Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra que fue expulsado por denunciar corrupción en la cúpula del Ejército, califica la Justicia militar. “Hay que acabar con ella, no se puede seguir protegiendo a los altos cargos y tapando sus vergüenzas”, asegura.

Desde que fue defenestrado de su cargo, Segura ha recibido desde apoyos leales y secretos de personas que siguen aguantando las aberraciones continuas de los altos mandos, bajo el amparo de una cultura del honor oxidada y caciquil, hasta amenazas e informes secretos elaborados por la cúpula a la que hace frente para tratar de desmontar las revelaciones que muestra en sus libros.

En la guarida de la bestia (Akal) es la última de sus publicaciones. El objetivo es claro, analizar pormenorizadamente la extenuante y retrógrada situación a la que es sometida la mujer en el Ejército. Un puzle perfectamente armado que no ha tardado en volverse viral en redes sociales y a ojos de la opinión pública, pese a los ímprobos esfuerzos de las instituciones por silenciarlo.

Ahora, tras conocer que el Tribunal Supremo ha reabierto la causa de una sargento que denunció en su momento los insultos recibidos por su orientación sexual (“comecoños”, “jodida enana”, …), nos hemos puesto en contacto con el exteniente.

PREGUNTA: ¿Cómo se recibe esta noticia? ¿El Tribunal Supremo da un golpe sobre la mesa?

RESPUESTA: Sí, totalmente. El libro está teniendo mucha repercusión porque no existe ninguna publicación que verse sobre este tema. De las 90 denuncias realizadas solo ha habido una condena, por lo que evidentemente la presión que estamos ejerciendo desde que el libro vio la luz tiene algo que ver en el cambio de jurisprudencia realizado por el Tribunal Supremo. Es una muy buena noticia, hasta ahora las causas se han archivado sistemáticamente.

P: ¿Por ejemplo?

R: Me viene a la cabeza el caso del Capitán Cabrera. Lo llamaban el lengua sucia porque insultaba y vejaba a las militares. En aquel momento, el Supremo alegó que era un lenguaje soez, pero no era constitutivo de delito porque era castrense. También se archivó un caso en el que un oficial llamaba a una suboficial puta, gorda e inútil. La salida del libro lo ha cambiado todo, generando el revuelo suficiente y haciendo que muchas más mujeres se atrevan a dar el paso y no permitir estas faltas sistemáticas de respeto.

P: ¿Está recibiendo amenazas por este jaque a la cúpula militar?

R: Se está generando presión. Ellos lo saben. De hecho, me consta que se están realizando informes internos para desprestigiar mi trabajo. Sería para reírse si no hubiera gente quitándose la vida o pensando en hacerlo por la situación límite a la que hace frente día a día.

P: ¿Con qué base se arman estos informes contra su persona?

R: Se basan en una encuesta de satisfacción que curiosamente hacen desde el año 2014, la fecha de la publicación de Un paso al frente. Así, basándose en que las mujeres están más satisfechas con su trabajo que los hombres, tratan de ocultar el acoso y las situaciones límite que viven muchas mujeres dentro del cuerpo. Para saber si hay acoso, hay que realizar un estudio como el de Canadá de forma anónima y sin ninguna repercusión para aquellas que se atrevan a dar el paso.

P: ¿Se estigmatiza a las víctimas?

R: Por supuesto. Hay un patrón común. Hay una condena de 90 denuncias presentadas, y en este mismo caso se percibe: cinco oficiales acosan a una suboficial por ser lesbiana. Y lo hacen delante de sus soldados, de forma publicitada. El juzgado lo archivó, por lo que la situación está generalizada. Lo mismo pasó con una suboficial que tenía que aguantar que su mando se masturbara frente a ella. Hay una impunidad evidente.

P: ¿Está recibiendo apoyo de sus excompañeros?

R: Por supuesto. Este informe al que hacía alusión me lo han filtrado compañeras que están cansadas y atónitas frente a la impunidad diaria. Se ha generado una indignación pública y muchas personas se han cansado de callar y prefieren filtrar la información que seguir guardando los secretos más pecaminosos del cuerpo.

P: ¿Cuál es el papel que deben jugar los medios y las instituciones para poner freno a esta situación?

R: Que llegue a la opinión pública es clave. Los medios callan y no analizan la totalidad de las estadísticas. Es muy triste. En Canadá ya se hizo y se dieron cuenta de que habían cerca de unas 1.000 agresiones sexuales al año. Las instituciones lo ocultan para no destapar sus vergüenzas. Esta semana el PSOE ha ascendido a la primera mujer General, pero esto no es más que una medida de cara al escaparate.

P: ¿Cuál es el obstáculo para garantizar un marco legal que proteja a las víctimas?

R: Hay que acabar con la Justicia Militar. Es anacrónica y clientelar. Este debería ser el objetivo y los medios de comunicación no apuntan a él.