Un año más se conmemora el aniversario del fusilamiento de las Trece Rosas. Un año más desde que se conoce. Ni siquiera muchos años más tarde de la llegada de la democracia se hablaba de ello en los libros de Historia.

Yo, como mucha gente, conocí este hecho tarde, aunque creo que antes que la mayoría que no supieron de ello hasta que nos lo contó una película, como tantas veces ocurre. Supe de esta historia por primera vez al leer La voz dormida, de Dulce Chacón, cuando todavía la portada del libro reproducía a una sonriente miliciana en lugar de a la protagonista de una película que aun no se había rodado. Alguna de las presas recordaba a sus compañeras muertas con ese nombre, las Trece Rosas, y quise saber más.

Este año su memoria está mejor guardada, después de la apertura de diligencias contra quien las llamó asesinas y violadoras en una red social justo en el aniversario de su muerte. Todavía me pregunto cómo unas adolescentes pueden ser tildadas de violadoras cuando, salvo como cooperadoras, es difícil que a una mujer pueda atribuírsele este delito, y menos en esa época. Las primeras veces que se planteó que una mujer pudiera responder como autora de este delito, aun como cooperadora, era a finales del siglo XX, cuando ya llevaban décadas enterradas.

No se respetó su presunción de inocencia entonces, y tampoco cuando, años después, se les continúa atribuyendo hechos que, sencillamente, era imposible que cometieran

Más allá de eso hoy querría fijar la atención en la parte jurídica del hecho. Si es que la tiene, porque el suyo fue el ejemplo perfecto de instrumentalización de la administración de justicia, porque de Justicia no se pude hablar. Un juicio sumarísimo, con nulas posibilidades de defensa y una sentencia dictada mucho antes de que se sentaran en el banquillo. No se respetó su presunción de inocencia entonces, y tampoco cuando, años después, se les continúa atribuyendo hechos que, sencillamente, era imposible que cometieran.

Si hay algo que este hecho tanto tiempo silenciado representa, es el maltrato jurídico a la mujer, santo y seña del régimen. Ciudadanas de tercera para el reconocimiento de cualquier derecho, tenían, sin embargo, capacidad plena para ser castigadas. Podían ser fusiladas, pero no podían tener posesiones o viajar sin permiso de un hombre. Las últimas en cobrar, las primeras en pagar. 

No fueron las únicas, pero su ejecución las convirtió en símbolos. Fusiladas como mayores cuando varias eran menores con la ley que las juzgaba. Por ellas, y por tantas como ellas que sufrieron de una injusticia disfrazada de justicia es por lo que no hay que olvidar. Porque nunca deberían existir símbolos como estos.