Todo lo bueno se acaba. Un dicho popular que, como la mayoría, tiene más razón que un santo. Y ahora no podía ser de otra manera, por excepcionales que sean las circunstancias.

Que nadie me malinterprete. No es que yo piense que la pandemia y el confinamiento son buenos, porque de eso nada. Pero lo que sí puede tener mucho de bueno son nuestras reacciones, y en eso estábamos cuando tuvimos que bajar de golpe de los Mundos de Yupi.

Hay que reconocer que ese movimiento de unión vecinal y universal a través del balconismo, de los aplausos al personal sanitario y de esas redes de solidaridad que se han extendido en muchos sitios han sido algo encomiable. Teníamos una cita tácita a las ocho de la tarde donde, como dice la canción de Mecano respecto de las uvas de Nochevieja, los españolitos hacíamos por una vez algo a la vez. Pero se acabó

No sé quién empezó a usar la percha de los balcones para promover caceroladas por uno y otro motivo que, al final, han desvirtuado aquello que nació de un modo tan espontáneo. Ni siquiera ha tenido un fin unánime porque, mientras corría por ahí un mensaje que nos instaba a despedirnos de la cita de las ocho el domingo pasado con un mega aplauso final, corrían otras noticias de que era una iniciativa interesada y que el personal sanitario seguiría agradeciendo esos aplausos diarios.

Deberían ser tiempos de cohesión, de una unidad que vislumbramos en algún momento y que ha acabado siendo un espejismo

Pero lo peor ha venido con el regreso de algo que llevaba un tiempo hibernando: el secuestro de nuestros símbolos. Y es que hay determinados sectores que patrimonializan la bandera de España de un modo tal que producen un efecto rebote: el rechazo a una bandera que debería pertenecer a todo el mundo.

Deberían ser tiempos de cohesión, de una unidad que vislumbramos en algún momento y que ha acabado siendo un espejismo. El enemigo es fuerte y todos los soldados -usando ese lenguaje bélico tan de actualidad- somos necesarios en el frente. Pero, si algunos nos arrebatan los estandartes, se acabó la unión y la fuerza que daba.

Es obvio que protestar, como sea y por lo que sea, es lícito. Siempre, claro está, que se respeten las normas de seguridad impuestas para el bien común. Pero envolverse en una bandera que pertenece a todo el mundo para representar a un sector muy determinado, no debería permitirse. Especialmente, por quienes pertenecen a este sector o simpatizan con él. El riesgo es que nuestra bandera se convierta solo en “su bandera” y deje de tener valor de símbolo

Es lo que hay.