Nunca un se nos rompió el amor de tanto usarlo tuvo tanto sentido como en el momento actual, completamente digitalizado. Rosalía y Rauw Alejandro demostraron lo mucho que se querían en redes sociales mediante una relación tan mediática como lo está siendo su ruptura.

Vídeo de la pedida de mano, cantando juntos BESO, foto aquí, foto allá y un sinfín de publicaciones que conmovieron a todo el mundo -incluso a quienes no se declaran fans de su música- los hicieron una y otra vez trending topic. El hashtag vuelve a aparecer delante de sus nombres, ahora por una ruptura que traspasa los límites que debería alcanzar que dos personas lo dejaran; independientemente de los motivos.

Pero no es el primer ejemplo de algo parecido que encontramos de unos años a acá. De hecho, la exposición pública a cualquier nivel ha pasado a ser lo normal tanto en personas famosas como entre quienes no lo son.

No hace falta ser una ‘Motomami’ para contar lo bien que nos va la vida y, más concretamente, las relaciones de pareja, aunque la verdad diste mucho de lo que se muestra y en ocasiones no nos permita ni a nosotros mismos distinguir ficción de realidad. “Las redes no dejan de ser un postureo. Ahora que estamos en verano, vas a cualquier playa y ves a los chavales haciéndose la foto de rigor con la puesta de sol, lo mismo en un restaurante… ¿Por dentro estarán chungos? Posiblemente, pero tratan de mantener una imagen que le gusta a la gente”, señala Fátima Martínez, experta en Marketing y Redes Sociales.

En el caso del amor, la tecnología ha cambiado, indudablemente, la manera de afrontarlo. A veces da igual cómo estemos, lo que importa es de qué manera nos ven. “Las parejas tienen que decir constantemente -no todas, obviamente- lo maravillosos que son en una especie de teatro. Los que están bien porque les refuerza y los que están mal porque mantienen el postureo”, apunta nuestra experta.

Cada cual busca su éxito

La conclusión principal es que cada uno persigue una meta restando privacidad a su vida, aunque sea de forma involuntaria. Sí, muchas veces subimos las cosas porque nos apetece, pero, ¿de verdad necesitamos convencernos de lo bien que nos encontramos o lo bien que lo estamos pasando? ¿O lo hacemos porque sentimos la obligación de que otros perciban que tanto como los que nos rodean son increíbles?

Las parejas tienen que decir constantemente lo maravillosas que son (...) para reforzarse, o por postureo

Depende de lo que se cuelgue y de quién lo haga, lo que está claro es que nunca parece algo puramente altruista. En el caso de los ‘mortales’, muchas veces en esta sociedad del like se persigue la aprobación social hasta el punto de “jugarnos la pareja”. De hecho, prevé Martínez, esta banalización se “va a cargar más de una relación (...) ¡Hay quien sube foto hasta del amante!”. “Se conoce también a mucha gente, y están muy bien en ese sentido, hay plataformas para ello… Pero muchas veces nos enamoramos de algo que no existe, desde el aspecto puramente físico -con los filtros- hasta la forma de ser, cuando al conocer a la persona nos damos cuenta de que no tiene nada que ver con lo que transmitía en la pantalla”.

Pero las metas que se persiguen van a veces más allá, hasta el punto de hacer una ‘utilización’ de familiares, amigos, la propia pareja, o de ti mismo. “Veo a gente que de repente sube una foto más íntima, dándose un beso con su marido, de sus hijos… ¡a su perfil profesional! Te fijas en las reacciones y tiene bastantes más ‘me gusta’ y ‘comentarios’ que las imágenes en las que contaban cosas relacionadas con su trabajo. Entonces, cuando ven que surte efecto, suben otro día otra foto del padre, o más provocativa para conseguir repercusión… Y así. Y funciona. Los psicólogos lo tienen más que demostrado”, contempla la también profesora de Comunicación y Redes Sociales.

La explotación de todo, y todos: "Es un juego maquiavélico"

El caso de Rosalía y Rauw no es nuevo. Hemos visto amor y desamor de cantantes, presentadores, actores y hasta políticos que han dado la vuelta en redes sociales. Desde Piqué y Shakira hasta Inés Arrimadas y Xavier Cimas -cuyo supuesto divorcio se queda todavía en rumor-, cada vez son más las personas de renombre cuyo eco, para bien o para mal, son las redes; incluso mucho antes que los medios. "Es verdad que para los políticos sí suele suponer más un lastre", puntualiza Martínez.

Shakira y Gerard Piqué, juntos en la Copa Davis de 2019. EP
Piqué y Shakira. EP
 

Risto Mejide y Laura Escanes, sin ir más lejos, hicieron una cuenta atrás en Instagram para comunicar a la opinión pública que lo habían dejado: “Las redes no dejan de ser las antiguas revistas de Corazón, porque, aunque estas últimas se siguen leyendo, no son gratis (…) La farándula ha puesto de moda dar la campanada en este espacio (…) A mí compartir tanto tu vida personal me parece una salvajada, pero es parte del juego que se traen, porque además a la gente les gusta verlos más cercanos, y ellos al final persiguen muchas veces los comentarios, los ‘me gusta’… la repercusión, en definitiva”, detalla la experta poniendo como ejemplo otros casos fácilmente reconocibles como el de Tamara Falcó, María Pombo o Dulceida.

Íñigo Onieva tras los rumores de enfado con Tamara Falcó: "Estamos muy bien"
Tamara Falcó e Íñigo Onieva. Jesús Olmedo.
 

Incluso, afea la especialista en este campo, hay influencers que “se inventan una historia y lloran de cara al público” para conseguir un puñado de reacciones. “Lo mismo pasa con ciertas fotos. Aunque el personaje sea súper conocido, ponen cierto tipo de imágenes que saben que provocan morbo, y eso les mantiene”, añade.

A fin de cuentas, las redes “no dejan de ser aspiracionales”. “Antes veíamos en el ¡Hola! una relación que nos gustaba, alguien que se había comprado una casa de lujo… Y ahora esto está en otro sitio. Luego, en el caso del amor, a veces se separan; uno se pone de un lado, otros del otro… A mí me parece un juego maquiavélico”, califica Martínez, que considera que Rosalía y Rauw - cualquier famoso en este sentido, en realidad- “viven también de esto”. “Les viene bien retroalimentarse, vaya”, apunta percibiéndolo, eso sí, como "un horror" y emplazando a "separar" la vida personal y la profesional.