Mientras la sociedad sale a la calle, se manifiesta y denuncia la terrible agresión sexual de cinco energúmenos ocurrida en los Sanfermines de 2016 contra una chica de 18 años,  la calificación de los hechos que han realizado los jueces y el silencio de los obispos españoles clama al cielo.

Cuando faltan pocas semanas para el chupinazo, que este año no puede acabar en una barbaridad, es hora de que los obispos españoles  muestren algún tipo de  compasión por la joven violada. Que los responsables de la Iglesia católica, además de celebrar la festividad del patrón de Navarra y Pamplona, condenen tales acciones.

Según las últimas estadísticas, las violaciones se han incrementado  y, visto lo visto, quienes las sufren tienen pánico de acudir al juzgado. Hasta el momento, en el ámbito cristiano se han expresado a través de las redes sociales un par de colectivos. Al menos, dos conventos de monjas de clausura han señalado que aunque no vayan de fiesta, ni ingieran alcohol y hayan hecho voto de castidad, “defenderemos con todos los medios a nuestro alcance (este es uno) el derecho de todas las mujeres a hacer libremente lo contrario sin que sean juzgadas, violadas, amedrentadas, asesinadas o humilladas por ello.”

A su juicio, no se puede aceptar que se cometa una atrocidad de este calibre, “y  que sea la víctima quien sea juzgada, condenada y humillada públicamente.” No parece haber dudas de que Jesús de Nazaret estaría con la víctima y no contra ella.

La tendencia es cerrar filas y mantenerse en el ostracismo

El Foro de  Curas de Madrid también ha expresado su rechazo, su condena y su vergüenza ante los hechos.  A los curas madrileños les sorprende que la inmensa mayoría de los obispos españoles, tan dispuestos a alzar la voz ante otros asuntos “que consideran gravemente inmorales, aunque no siempre lo sean,” guarde silencio ahora, cuando en la calle hay un inmenso clamor en torno a la sentencia. A este Foro aún le inquieta más pensar que detrás de quienes quieren convertir en culpable a la víctima pueda haber personas o instituciones que se dicen católicas.

El contundente reproche lanzado contra la jerarquía eclesiástica recuerda que ésta, a su vez, se debate en el terrible dilema de cómo echar tierra sobre el tremendo asunto de los abusos sexuales a menores de clérigos de diferentes países, y también de España, donde van aflorando las denuncias ante los tribunales. La tendencia es cerrar filas y mantenerse en el ostracismo, pese a los esfuerzos del buen Papa Francisco por limpiar tanta porquería.

El problema es de mentalidad. Hay demasiada presencia de pensamientos atávicos. Como el prelado de Córdoba, que hace poco menos de un mes alababa el hecho de que las víctimas de explotación sexual no aborten pues considera que así se dignifican. Más le valdría arremeter contra sus proxenetas y contra quienes utilizan a las mujeres como objetos. Poco servicio hacen a la sociedad aquellos que defienden una  Iglesia egoísta, anclada en sus privilegios y benevolente con los verdugos.